Revista Opinión
En este jodido mundo, todo no es sino una cuestión matemática.
Parece, leyendo los periódicos, que la inmensa mayoría está de acuerdo ya en que la única solución realmente viable para resolver todos los problemas que tiene planteado este país es la revolución.
La pregunta salta espontáneamente, si eso es así, como la inmensa mayoría cree, ¿por qué no comienza ya, a qué esperamos?
Y la respuesta es de una simplicidad aterradora: se trata de una ecuación de proporciones.
Todo esto saltará por los aires el día en que sean más los que se beneficiarían con ello que los que resultarían perjudicados.
Si ya hay 6 millones de parados y 12 más bajo el nivel de la pobreza, tenemos 18, si a los 48 del total detraemos los 10 de viejos jubilados malviviendo de sus escasas pensiones, nos quedan aproximadamente 20 millones de ciudadanos que no estarían todavía dispuestos a iniciar la revolución. Y lo peor es que en estos 20 millones están no sólo los políticos que nos explotan sino también los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, el brazo represor que nos aplicaría esa fuerza monstruosa e inmisericorde que, ahora mismo vemos como El Asad está utilizando contra su propio pueblo.
Y no tengan ustedes duda alguna de que todos estos tipos que dicen que nos gobiernan pero que únicamente nos explotan no tendrían ningún reparo en utilizarlos contra nosotros.
De modo que ese viento del pueblo con el que soñaba Miguel sólo es, sólo era un triste sueño que acabó con él, muriendo de una tuberculosis no tratada en la celda de una cárcel de Alicante.
O sea que el problema se reduce a otra cuestión numérica: ¿habrá en España cárceles suficientes para encerrar en ellas a esos 18 millones de españoles que literalmente se están muriendo ya de hambre?
No sé dónde, (qué jodido es esto de estar perdiendo la memoria a chorros, coño), leí ayer que, en no sé qué sitio, ya no había dinero para dar de comer a los presos que había en las cárceles, de modo que las legiones famélicas parece que nos están rodeando por todas partes sin que ello atemorice lo más mínimo a los que mandan, ¿por qué?
Porque tal vez no habría que azuzar a los cuerpos y fuerzas de seguridad contra los que ya no podamos vivir de ninguna manera porque serían todos esos tipos que llenan los estadios fútbol los días de partido los que se encargarían de agredirnos, no sólo gratis sino también muy gustosamente, para que los dejáramos vivir tranquilos, o sea, aquello que ya descubriera aquel jodido tirano que se llamó César: divide y vencerás.
Y la verdad es que nos hallamos esencialmente divididos en tantos grupos que resulta imposible incluso contarlos: de una parte están los opresores, toda esa inmensa caterva de enchufados que hace unos días leíamos que medran en los despachos de Bankia, antes Caja Madrid, y en todos esos otros órganos cuasi políticos en los que esta casta política que nos aflige ha ido colocando a ésos de sus miembros que no servían absolutamente para nada. Y son muchos millones, que están dispuestos a defender a sangre y fuego tan maravillosos enchufes.
Y, luego, están también, claro, los propios componentes directos de la propia clase dominante que incluso puede que teman por su vida si la situación cambiara tanto como ha sucedido en Egipto, donde el Rais y algunos más de su cuadrilla han sido condenados a cadena perpetua, mientras que el pueblo pide, en las plazas y calles, sus cabezas.
Y también ese grupo amorfo pero inmenso de los profesionales y empresarios mínimos que han conseguido establecerse de alguna manera y cuyo “statu quo” no están dispuestos a que cambie de ningún modo.
Son esas jodidas clases medias que, un día, fueron la esperanza de los auténticos revolucionarios y que ahora son el pesado lastre que tal vez los aplaste para siempre como tan bien adivinara aquel visionario que escribió hace ya tanto tiempo La traición de los intelectuales, que él llamó, clérigos, el jodido Julien Benda.
En fin, queridos amigos, Futbolín, bensalgado,Bateman,Marti, severiano, Traité, Massanet, Lucía, Anita, Laura, corazón rojo, etc., que esa revolución con la que tanto soñamos está tan lejos de nosotros que desgraciadamente pienso que algunos no la veremos.
Ojalá me equivoque.