Era una mujer importante. Alto cargo del Partido Peligroso (PP), una Organización Criminal. Baluarte de la transparencia y regeneración. Apuesta de futuro. Presidía una comunidad ‘capital’. Estaba harta de saberse impune y buscó los límites a su impunidad para combatir el hastío y burlarse de la sociedad. Planeó un asesinato. Quiso dejar pistas. Se aseguró de ser vista en varios bares del escenario del crimen, dejando un reguero de testigos. Bebió y provocó varios altercados. Tras el último, eligió una víctima al azar. La siguió por varios callejones del centro, refugiada en una penumbra teñida de amarillo por las farolas de época. La víctima se detuvo un instante. Sacó una cajetilla de Camel del bolsillo y extrajo un cigarrillo. Lo encendió y aspiró una intensa calada. Con dos más como esa lo reduciría a una simple colilla. No llegó a expirar el humo. Este salió como un vaho de su cuerpo, lentamente, tras desplomarse en el suelo después de sentir una dolorosa punzada entre las costillas. Parecía la bruma macabra de un siniestro barrio londinense visitado por Sherlock Holmes en busca del destripador. Notó el calor húmedo de su sangre empapando su ropa. Segundos después ese líquido vital sería también su gélida mortaja.
La asesina se acercó y comprobó que aquel tipo era carne de nicho. Mientras lo hacía fue consciente de haber estado en el punto de mira de varias cámaras ubicadas en distintos locales comerciales de aquel conocido barrio. Perfecto. Justo lo que quería. Una vez más tendrían que salir a su rescate. El partido la necesitaba. Ahora debería preparar el show que tanto le gustaba. En el fondo era una rubia actriz frustrada que tuvo que dedicarse a la política para interpretar sus mejores papeles.
En cuanto salieron las grabaciones el estupor fue mundial. Las imágenes eran confusas debido a la oscuridad pero todos coincidían en destacar el enorme parecido de la presunta asesina con una importante líder del PP. El clamor popular era ensordecedor: ¡asesina!, ¡cárcel!, ¡PP, ilegal! Al mismo tiempo, el partido Simulamos, socio y prótesis del peligroso, se escondió en su piel naranja para buscar la mejor reacción a la nueva encrucijada que se presentaba de mano de los de siempre. Dijo que había que escuchar las explicaciones, que unas imágenes deficientes no podían llevar a la precipitación. Dijo que blablablá.
Varios testigos, entre ellos algún camarero y propietario de establecimientos hosteleros, aseguraban que la ropa que llevaba la presunta homicida era la misma que lucía una polémica clienta que habían atendido una hora antes, incluso, en un caso concreto, en los minutos anteriores a la hora que registraban las cámaras. Sin embargo, Cristalina Ciencántaros, la conocida dirigente, declaró que todo era una caza de brujas (ella se parecía un poco), una persecución de la oposición, un ataque despiadado a su persona y cargo. Que era una mujer sencilla, normal y corriente, que vestía como miles de mujeres de su país puesto que compraba la ropa en Zaranda, Pulanbier y otras tiendas del grupo Indicex. Que por eso habrían podido confundirla. Que sus discusiones en el bar habían sido fruto de ataques machistas ante los que se defendió como defendería a cualquiera de las mujeres a las que representaba. Que no sabía cómo habían llegado las imágenes a las cámaras, sin duda eran una manipulación de las empresas de seguridad. Que cómo está eso grabado si ella no fue. Que se va a querellar criminalmente contra Tirios y Troyanos y todo el que atente contra su honorabilidad.
Ante tan claras, contundentes y trasparentes declaraciones –así las define el PP– este no tiene más que decir, así como tampoco Cristalina, que dan por explicitado el asunto. Todo ello coincide con el Congreso Demencial de la ultra conservadora formación en el que es aclamada Cristalina. Por su parte, Simulamos propone crear una comisión de investigación –cuando todo está investigado y solo queda imponer la pena– y renovar las cortinas de humo de su sede. Obviamente no apoyará ninguna moción de censura así, a la ligera. The End.
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