Mirando el primer plano de la imagen vemos que la fotografía fue tomada desde un coche, uno de tantos paisajes con los que te encuentras cuando viajas. En este caso, como en la vida misma, lo importante no es que el paisaje sea bonito o feo, sino que uno esté en movimiento.
Así me mantengo, así quiero estar, así quiero ser. Me muevo, lucho, libero millones de endorfinas, no permito que nada ni nadie me detenga. Estaré vivo el tiempo que sea, eso nadie lo sabe, pero no quiero quedarme estático, eso nunca. Quiero seguir evolucionando, aprendiendo, creciendo como persona, como fotógrafo, como escritor, como amante y como amigo. El cáncer tratará de detenerme, pero yo debo seguir a mi ritmo, como París después de los atentados, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, recuperando la normalidad lo antes posible aunque sea una quimera.
No me importa ver la vida de color grisáceo porque es normal que muchas cosas sean ahora más feas a mis ojos. Me he vuelto un poco más pesimista, un poco más gruñón y un poco más desconfiado, pero es lo de menos. Como decía antes, no importa el color del paisaje que uno ve: lo que importa es seguir en movimiento porque eso indica que estás vivo, que tienes inquietudes y no vas a permitirte un bajón. Venirse abajo no se contempla. La fortaleza interior es más importante de lo que parece y yo no pienso renunciar a ella. Haré todo lo posible por mantenerla y fomentarla.
Seguir siendo yo hasta el final, eso es lo que pretendo y en esa lucha estoy. Con ayuda de quien quiera ayudar, nadie sobra, todos aportan su granito de arena y todos tienden una mano amiga de la forma más solidaria posible pero en movimiento, siempre en movimiento.