La República de Mozambique es un país cuya guerra civil duró desde 1977 (poco después de su independencia de Portugal, que fue en 1975) hasta 1992, año que seguramente en España sólo relacionamos con Expo de Sevilla y Olimpiadas de Barcelona. Esto significa que hace muy pocos años que están en paz, por lo que la actividad que no fuera la supervivencia de uno mismo, quedó paralizada hasta que se ha comenzado a reconstruir el país. Por ello, el cine en Mozambique sólo existe desde hace unos pocos años, asunto que añade valor a ‘Tierra sonámbula’ (para buscar por su título original, ‘Terra sonâmbula’), la película de la que hablaré a continuación y que está inspirada en un libro homónimo.
Aunque se trate de un país con muy poca producción cinematográfica, he de decir que esta obra está muy por encima de lo que esperaba en un principio, probablemente la co-producción portuguesa tiene bastante que ver en este tema. Sobre todo a nivel poético-narrativo, y es que, más que plasmar a modo de documental una historia (de las que se pueden contar a cientos en cualquier país en guerra o posguerra), Teresa Prata (su directora) se ha lanzado a narrar una especie de cuento enmarcado en una situación devastadora, incluyendo además uno de los grandes problemas de este país una vez terminada la guerra, las minas.
Por desgracia, las guerras están mucho más extendidas de lo que nos gustaría (que es nada), y eso hace que, cuando visionamos películas cuyo entorno es bélico, nos pongamos fácilmente en el lugar de los personajes, sufriendo y viviendo con ellos. Algunos de los temas universales que trata esta cinta son: la soledad, la búsqueda de las raíces, la amistad y, por supuesto, el amor.
Musicalmente, se puede hablar de una banda sonora muy bien conseguida, por encima de otros aspectos técnicos. Una composición orquestal con el chelo como elemento principal acompaña a los protagonistas en su lento y triste viaje en medio de la nada.
En cuanto a la fotografía, deja bastante que desear. Creo que la imaginación que se ha empleado para crear la historia y contarla ha faltado a la hora de posicionar la cámara y jugar con ella para conseguir imágenes que se queden en la retina. Y es que se dan situaciones lo suficientemente impactantes como para que la fotografía hubiera conseguido logros mayores.
Lo mejor de la película es la historia, que atrapa, aunque en algunos momentos la realización reste credibilidad a lo que vemos. Un viejo despreocupado (Tuhair) deambula en un Mozambique en guerra acompañado por un niño con mucha curiosidad (Muidinga) y ganas de conocer su pasado. Encuentran un autobús que ha sido atacado y prendido en llamas, al que utilizaran como su casa; y junto a él, un diario (entre otros objetos) de una de las personas que murió atacada por los asaltantes.
El chico se aferrará a la libreta como si fuera su esperanza para vivir, y poco a poco, irá leyendo pasajes del diario en voz alta, metiendo a ambos en la historia del protagonista, un joven llamado Kidzu cuyo desgraciado destino va envolviendo la deambulación errática de los personajes principales.
El chico y su acompañante caminan en un principio sin rumbo fijo, y luego con un objetivo, pero se dan cuenta de que siempre vuelven al mismo lugar, al autobús. Por otra parte, el joven huye de una guerra que le ha arrebatado a la familia y encuentra el amor, aunque su aventura no concluye ahí.
Así, asistimos a una doble narración, la del niño y el anciano y la del joven y la mujer de la que se enamora, tensionando un encuentro entre los diferentes personajes de ambas historias a medida que se acerca el final de la película.
Los actores lo hacen bien, sin alardes y sin exageraciones, aunque tampoco deslumbran con sus interpretaciones. Algunas situaciones no están bien resueltas, se nota demasiado que son un “teatrillo”, probablemente a causa tanto de las actuaciones y su dirección como de la realización técnica de la escena, pero no es la tónica general.
Hay una escena que, seguramente si se hiciera en una película con mayor repercusión en estas latitudes, causaría una gran polémica; a mí me ha dejado un poco desconcertado, pero no sé si es por la diferencia cultural, y es cuando Tuhair “echa una mano” al niño con su sexualidad. No quiero desvelar más de la película, pero atentos a esa escena, porque lo muestra de una forma muy natural, pero nos puede chocar ver situaciones así.
Todo en la historia es muy realista, pero llega un momento a partir del cual se da ciertas licencias la directora y añade un toque de fantasía (seguramente ocurría igual en el libro), que pone un poco más de poesía, si cabe.
Este pequeño cuento situado en medio de una guerra puede gustar a un público con cierta sensibilidad (que no sensiblería) que esté dispuesto a dejarse llevar y a creerse la propuesta de la directora. De esta manera podrá disfrutar de una pequeña delicia cinematográfica.
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