La dislexia es un trastorno de origen cerebral en el aprendizaje de los niños que se traduce en problemas a la hora de leer y escribir. Se calcula que afecta a un 5% de los pequeños entre 7 y 9 años, sobretodo varones.
Que un niño tenga dislexia no significa que sea menos inteligente que los demás. Eso sí, tiene diversos problemas que, según su edad y la intensidad del trastorno, afectan su memoria, vocabulario, motricidad y habla. Algunas de estas deficiencias ya se pueden apreciar en la etapa preescolar, lo que hace importante un diagnóstico temprano para que el niño pueda empezar a evolucionar lo antes posible.
La dislexia se produce por un fallo en el funcionamiento del hemisferio izquierdo del cerebro que afecta su velocidad de procesamiento de la información, lo que hace que el niño no pueda procesar tan rápidamente como debería los estímulos visuales y auditivos que recibe. Hay diversos tipos de dislexia, según la alteración concreta que se sufre.
Una vez intuida la posible dislexia por parte de padres o educadores es importante que se consulte con el pediatra para que éste, junto con otros especialistas como un psicopedagogo, lleve a cabo un diagnóstico definitivo. Además, los padres deberán llevar a cabo una serie de estrategias para apoyar al niño disléxico: buscar la ayuda de profesionales cualificados, asegurar la serenidad de su hogar, elogiar los puntos fuertes del niño, hablar de su problema con naturalidad, usar la tecnología para ayudarlo (procesadores de texto, correctores de ortografía…) y, sobretodo, disponer de tiempo para escucharle compartiendo sus problemas del día a día y sus preocupaciones.