Pero si los suicidios individuales son enigmáticos, cuando se trata de suicidios colectivos el enigma resulta mucho mayor. Y es que por lo general, lo que anima el suicidio colectivo no es la desesperación ni la desesperanza, como pasa con el individual.
Pensemos en el caso de los 909 seguidores de la secta de Jim Jones que, obedientemente, ingirieron veneno en su campamento de la Guyana, en lo que ellos mismos llamaron un “suicidio revolucionario” para pasar a una mejor vida. O en los 39 de la secta Heaven Gates que tomaron cianuro tras la esperanza de que su alma liberada iría en una nave especial a una vida sin sexo, para lo cual previamente los miembros masculinos de la secta aceptaron castrarse. Como ven, no los animaba el desespero sino todo lo contrario: una esperanza más allá de lo racional.
Es un tema interesante, sobre todo cuando se considera que la gente de este lado del mundo, es decir, la que se dice occidental y por tanto racional, y muy especialmente la profesionalizada, que ha ido a la universidad, se asume como ilustrada, etc., suele despachar burlonamente este tipo de actos como manifestaciones de extremismo irracional. Por eso no les cabe en la cabeza que un tipo se inmole con una bomba creyendo que lo espera un paraíso con 72 vírgenes. O que otro se deje morir esperando que Dios, y no la ciencia médica, lo salve.
Ahora bien, al tomar en cuenta esta tipología, ¿cómo podemos interpretar el suicidio colectivo al que tenemos rato asistiendo en nuestro país, pero que en este momento parece querer sellarse en un gran pasaje al acto inmolador, por una buena parte de quienes, precisamente, creen ser el último reservorio de vida inteligente en medio del oscurantismo en el que, según ellos, el chavismo ha hundido al país? ¿Se trata de un mero acto de desespero o desesperanza como el de los suicidas individuales, o de un acto de fe irracional como el de los yihadistas y demás fundamentalistas?
La pregunta no la hacemos con el ánimo de descalificar al oposicionismo venezolano. De hecho, si a ver vamos, existe más de una razón válida para ser oposición en Venezuela, y en última instancia, es un derecho de cada quien. Incluso, es cierto que la situación económica y social desespera a cualquiera. Pero nada de eso explica ni justifica las acciones en las que una buena parte de dicha oposición se embarca y con las cuales no solo atentan contra el país, como un todo, sino inclusive contra ellos mismos.
Para ir de lo “simple” a lo más complejo, pensemos en el tema económico. Independientemente de que sea verdad que la situación actual afecta a todos, pero más aún a los sectores populares, está más que claro en las imágenes que la marcha de este 26 de octubre resultó siendo –igual que la de abril de 2002– un asunto clase media blanca habitante típica de Chacao, Baruta y El Hatillo. Y está más que claro que esta misma población es la que desde el principio ha militado más fervorosamente en las filas antichavistas denunciando el fracaso del modelo “populista” y “comunista”, indolentes del hecho de que, en términos reales, su estándar de vida e ingresos mejoró tanto o más que el de los sectores populares durante los mejores tiempos de dicho “modelo fracasado”.
Fueron estos mismos sectores los que desde el principio se dejaron embarcar por los llamados de los diferentes profetas del desastre, sumándose así militantemente a los ataques contra la moneda y los precios, especulando, raspacupiando, etc. Clamaron por el fin del control de cambio y denunciaron como un atavismo los Precios Justos y los subsidios, solo para darse cuenta al poco tiempo de que de todas esas cosas que denunciaban como “dádivas para mantener vagos” también dependían ellos. En 2002 se sumaron a un paro general del cual muchos salieron quebrados. Y ahora todo indica que están dispuestos a hacer lo mismo.
¿Qué decir de la violencia política? Desde 2002 resulta bastante evidente, para quien tenga dos dedos de frente, que sus líderes no tienen muchos escrúpulos a la hora de lanzarlos a aventuras como carne de cañón para después tomarse la respectiva foto. Más evidente resulta que al menos en el 90% de los casos los heridos y muertos oposicionistas han caído por obra de otros oposicionistas. Sin embargo, toda esa cantidad de gente que se reivindica a sí misma como más inteligente que nadie, o ignora este “pequeño” detalle o contra toda evidencia empírica piensa que es una matriz perversa del régimen.
Es obvio, para todo aquel que sepa leer o tenga oídos sanos para escuchar las declaraciones de los principales líderes de la derecha, que si el Referendo Revocatorio no va este año es, en primer lugar, porque estos últimos nunca le dieron importancia, pues consideraron que era la vía más engorrosa para salir de Maduro y querían otras más expeditas. Y en segundo lugar, porque cuando se dieron cuenta de que ninguna de las que intentaron les estaba funcionando, arrancaron un proceso de recolección de firmas de manera muy pirata y plagado de fraudes de todo tipo. Tanto, que uno se pregunta si de verdad querían que el mismo prosiguiera o si solo se trató de una puesta en escena. La misma pregunta que uno se hace ahora que han anunciado la ruta (¡esta vez sí!) definitiva para salir del gobierno. Y es que notificar un golpe de Estado con una semana de anticipación ¿es una amenaza real o una manera un tanto forzada de salir del callejón sin salida en que se metieron ellos solitos?
Pero volvemos al inicio, que no trataba sobre los “líderes” del oposicionismo sino de sus militantes, ¿cómo es que siendo tan obvias todas estas cosas, cómo es que siendo tan obvio que de todo lo que les prometen lo que no es falso no les conviene (véase el caso del “cambio” en Argentina, por ejemplo) y cómo es que tratándose de gente que dicen ser paladines de la ilustración contra la ignorancia, están dispuesto a inmolarse como si nada pasara y de paso llevarse a todo un país por medio? Los fundamentalistas islámicos creen que los esperan 72 vírgenes después de inmolarse con un cinturón bomba? ¿En qué rayos creen los fundamentalistas nuestros?
Revista América Latina
Por: Luis Salas Rodríguez
Todo suicidio por definición es enigmático. Incluso cuando queda testimonio que explique las razones que llevaron a alguien a cometerlo, siempre estará la duda de si ¿puede haber razones suficientes como para ello? Esto, por más que se entienda que un suicidio es la salida de alguien convencido de que ya no hay salidas.
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