Aunque se ha escrito mucho sobre las causas de la crisis económica que sufre nuestro país, apenas se ha analizado la responsabilidad de la política económica que se llevó a cabo durante los años de expansión. Probablemente muchos ciudadanos se estén preguntando: ¿se podía haber evitado todo esto? ¿En qué ha fallado la política económica?
La política económica de los años previos a la crisis no ha sido la causante directa de la crisis, pero sí que podía haber hecho mucho para evitarla (o, mejor dicho, para reducir su gravedad) y no lo hizo.
Las herramientas de que disponen las autoridades económicas para gestionar la economía son fundamentalmente dos: la política fiscal y la política monetaria. Estas deben ser empleadas de forma contracíclica, es decir, deben ser restrictivas en las fases expansivas del ciclo para impedir la generación de grandes desequilibrios macroeconómicos.
Cuanto menores sean dichos desequilibrios, más suaves serán también las fases de ajuste, y menor será la pérdida de competitividad asociada al aumento de la inflación. Es decir, las políticas macroeconómicas deben contribuir a estabilizar los ciclos económicos.
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¿Se adecuaron las políticas en España a esta regla básica durante los años de crecimiento? La política monetaria fue, todos lo percibíamos en su momento, claramente inadecuada para las condiciones de nuestra economía. Desde que pertenecemos al área euro, el control de esta política recae sobre el Banco Central Europeo, que la diseña en función de las condiciones medias del conjunto del área. Esto significa que, puesto que dichas condiciones no son homogéneas en todos los países de la eurozona, la política monetaria será demasiado restrictiva para los países con un crecimiento inferior a la media, y demasiado expansiva para los que crezcan más que la media.
Esto último es exactamente lo que sucedió en nuestro país: con un comportamiento mucho más dinámico que el conjunto del área, mayores tensiones inflacionistas y una intensa acumulación de desequilibrios internos y externos, los tipos de interés fijados en Frankfurt eran inadecuadamente reducidos.
De hecho, durante un período de tiempo excesivamente prolongado, fueron incluso negativos en términos reales. Es decir la política monetaria no sólo no fue contracíclica, sino que fue procíclica, contribuyendo a intensificar, en lugar de a corregir, los desequilibrios de nuestra economía.
Con una política monetaria fuertemente expansiva que escapaba al control de las autoridades nacionales, todo el peso de la política de estabilización del ciclo recaía sobre la política fiscal. Esta debía ser doblemente restrictiva, ya que debía contrarrestar el efecto procíclico de la política monetaria. Y de hecho, su orientación durante toda la etapa de crecimiento económico fue restrictiva, como demuestran la reducción constante del déficit público, que llegó incluso a convertirse en superávit en los años finales del periodo, y la generación de ahorro bruto por parte de las AA.PP.
Pero fue restrictiva en un grado muy insuficiente, y la prueba más incontestable de ello fue la inmensa magnitud de los desequilibrios macroeconómicos que se estaban gestando: la imparable escalada del déficit exterior, del endeudamiento privado, de las tensiones inflacionistas y del precio de la vivienda eran señales inequívocas de que algo muy peligroso se estaba fraguando y de que había que restringir enérgicamente la demanda.
El carácter levemente restrictivo de la política fiscal de aquellos años procedió, más que de una actuación política deliberada, de un crecimiento extraordinario de los ingresos públicos que todos los años superaba con creces las previsiones, gracias a la burbuja inmobiliaria y a un nivel de actividad y de empleo en el sector de la construcción muy superior al sostenible a largo plazo.
La abundancia inesperada de recursos fue empleada, por gobiernos de uno y otro signo, y en todos los niveles territoriales de la Administración Pública, para expandir el gasto y para rebajar los impuestos.
La política fiscal pudo hacer mucho más de lo que hizo por estabilizar la economía. Por una parte, se debería haber frenado el crecimiento del gasto -sobre todo limitando el tamaño de las Administraciones Autonómicas-, y por otra, no se debieron rebajar los impuestos, e incluso se deberían haber incrementado.
El superávit en las cuentas públicas debió alcanzarse mucho antes de lo que lo hizo, y su magnitud debió ser muy superior a la que alcanzó. Esta claro que esta política habría supuesto poner fin a la fiesta, y que ni la economía ni el empleo habrían crecido tan intensamente como lo hicieron.
Pero sólo así se habría controlado el crecimiento de nuestros desequilibrios económicos -entre ellos la burbuja inmobiliaria-, con lo que la recesión y la pérdida de competitividad serían ahora mucho más suaves. Esta crisis está suponiendo una dura lección que no debemos olvidar nunca para no repetir los mismos errores.
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- El Economista. María Jesús Fernández
Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización