¿en qué momento el futuro dejó de ser luminoso?
TOMORROWLAND
data: http://www.imdb.com/title/tt1964418
Yo sé que a esta película van a pegarle, desde las cumbres de la soberbia y la autosatisfacción. Sé, también, que la crítica no va a ser neutral: porque Brad Bird, director y co-guionista de “Tomorrowland”, pone el dedo en un nervio sensible. ¿En qué momento dejamos de creer en el futuro? ¿Cuánto de esta actitud nihilista es responsable de la perpetuación de los problemas que azotan al mundo? ¿Cuánto necesitamos de optimistas creativos para dar el salto adelante, para pasar a otro nivel de la humanidad? Cierta intelectualidad en pantuflas se muestra orgullosa de esa propensión a la catástrofe. Y cuando se encuentra con una obra como “Tomorrowland” (como pasó con “Amelie” o las películas de Night Shyamalan), la van a destrozar no por las cualidades del filme, si no por la idea que representa. Así que desde esta página, avisamos, defendemos a “Tomorrowland”, justamente por la idea que representa y por el mensaje que deja, especialmente, a los jóvenes, que heredarán el futuro, por si hace falta recordar. Cínicos, abstenerse.
“Tomorrowland” tiene la estética de las películas de Disney de los ’60, cuando el futuro se veía como la promesa de progreso, donde la ciencia lograría acabar con las enfermedades y la miseria. Hay un mundo que reúne las mejores mentes, los soñadores creativos, que pueden proyectar un futuro distinto. Y ese mundo está a un toque de un pin, un camino al que sólo los elegidos pueden entrar.
Pero por algún motivo (que conoceremos con el paso de la película), ese mundo está amenazado. Y la última oportunidad parece ser Casey, una chica común, optimista, emprendedora y brillante, pese a que el contexto la limite a la medianía y la tiente a bajar los brazos. En la búsqueda de ese mundo, Casey se cruzará con Frank Walker, un ex niño prodigio, que guarda los motivos de porqué Tomorrowland (el mundo citado) ya no brilla como antes.
“Tomorrowland” sugiere que nos hemos dejado tentar con la imagen del apocalipsis, que miramos el futuro y lo vimos como la profecía imposible de eludir. ¿En qué momento dejamos de creer en nuestras fuerzas? ¿Cuándo dejamos de preocuparnos por corregir lo que está mal? ¿Cuándo nos volvimos autocomplacientes y, simplemente, dejamos deslizarnos hacia la catástrofe?
El mensaje de “Tomorrowland” es optimista, es militantemente optimista: necesitamos que los soñadores se unan. Imperiosamente necesitamos que los soñadores se pongan a cambiar el mundo, no importa cuán improbable puede ser.
La película postula una búsqueda de los talentos, alejada de la burocracia de la política. Los políticos son vistos como un palo en la rueda del progreso, más capacitados para entorpecer que para favorecer ese proceso de creación. La imagen del padre de Casey, Eddie Newton, un ingeniero desempleado de la NASA, pendiente de una plataforma en Cabo Cañaveral que está pronta a su desmantelación, es un buen símbolo de lo que la política ha hecho en el mundo actual: desaprovechar recursos; priorizar gastos en áreas alejadas de la tecnología y ciencia; meternos en callejones sin salida.
Sutilmente flota en el mundo de “Tomorrowland” esa complacencia con la mediocridad, con el futuro sin futuro. Es un rasgo de una sociedad que se ha vuelto ociosa, que prefiere bajar los brazos antes de hacer el esfuerzo de cambiar. El monólogo de Hugh Laurie, cerca del final, refleja bien esta idea de una humanidad que se sienta cómoda a presenciar su extinción.
De la dinámica de los protagonistas, se destaca la relación entre Frank Walker (George Clooney) y Athena (Raffey Cassidy), la chica que no creció. Cuando Frank la mira, la mira con los ojos del chico que fue, el pequeño que se enamoró cándidamente. Esa herida ha estado abierta mucho tiempo. Y ahora, cuando Athena no ha cambiado físicamente, su presencia duele más. Frank debe dejarla ir. Y ésa es otra historia en sí misma.
“Tomorrowland” es una película apta para chicos no muy chicos, en esa etapa previa a la adolescencia. Es una historia inspiradora. Y un pedido de que no dejen de creer en ellos, que sigan soñando, que continúen creando. Que el mundo suele desalentar a los talentosos. Pero que la única posibilidad que tiene la humanidad es del esfuerzo de aquellos que no se rinden.
Ésa es la única cosa que nos separa de la extinción: la tozudez de pelear por mantenerse vivos.
Mañana, las mejores frases.