Revista Insólito

¿En qué se parece una ardilla a una persona?

Publicado el 02 noviembre 2013 por Miguel Ángel García Morcillo @alienaragorn
Una buena manera de relajarte es caminando. Cuando quiero abstraerme de la dinámica habitual, cojo el móvil y los cascos y me voy a hacer una ruta para concentrarme y pensar en las cosas que tiene esta vida.
Me ha resultado curioso ver una ardilla correteando por el camino, trepar por un arbolillo con suma facilidad y de éste pegar un gran salto a otro árbol mucho más grande que se encontraba a un par de metros de distancia. La capacidad del roedor y su complexión física que determina su capacidad, su aspecto, su fuerza y su vitalidad no auguran ni mucho menos la potencia que consigue en el salto. Son asombrosas.

¿En qué se parece una ardilla a una persona?

foto:alienaragorn

He pensado en los saltos que damos las personas. Nos pasamos la vida saltando. Cuando nacemos y salimos de nuestra acogedora y calentita "casita"
y nos dejan limpitos, lo primero que hacemos es saltar (lo que pasa es que no nos movemos casi de nuestro sitio y nadie se ha fijado nunca) pero ya de entrada, saltamos, es una acción innata en nosotros. Ya intuimos que nuestra experiencia vital va a ser un cúmulo de saltos y que vamos a tener que coger fuerza y experiencia para progresar y ganar distancia en esos saltos.

Conforme vamos creciendo, saltar se convierte en una costumbre y una necesidad. No nos queda otra. Cuando estudias, dedicas muchas horas a aprender multitud de cosas. Todos los conocimientos que adquieres te sirven para dar grandes saltos. A veces se quedan cortos y nos caemos, nos damos de bruces con el suelo y se rompen las ilusiones puestas en tan ansiado salto. Pero aprendemos que no te regalan nada, que no es fácil y que hay que prepararse mucho si queremos llegar muy lejos. Que somos como atletas que corren una maratón, necesitan una planificación en su entrenamiento y mucho pero que mucho esfuerzo físico y mental para cumplirlo.

Con las relaciones sociales nos pasa algo parecido. Conoces a alguien, coincides con esa persona en su forma de ver las cosas, te gusta cómo piensa, su valores, su físico, en definitiva, conectas y te preparas para un salto, en este caso seguramente más importante que otros que has dado, pero ahí estás, corriendo con todas tus fuerzas, llegado el momento te impulsas y te arriesgas sin saber si vas a llegar al otro lado, sin conocer muchas cosas de él o ella y cuando estás en el aire piensas en lo que estás haciendo, en si llegarás o no al borde del abismo que has saltado. Y la verdad es que si consigues superar ese espacio será fantástico porque tendrás una oportunidad de comprobar si ha merecido la pena y si no alcanzas la otra orilla también habrás experimentado la forma de caer al vacío y de volver a levantarse para preparar otro salto. Así que siempre sales ganando realizando un salto.

Me gusta saltar, un ejemplo muy gráfico es el de Matrix. Cuando Morpheo le dice a Neo que salte de un edificio a otro que está a una distancia de más o menos 15 metros y éste salta y se cae a mitad de camino. ¿Por qué no llega al otro edificio? Morpheo le dice que tiene que creer. Pues lo mismo nos pasa a nosotros. Siempre que tenemos que dar un salto sea grande o pequeño nos pueden asaltar las dudas, pero al final sabemos que tenemos que hacerlo, que hay que avanzar y ésta es la mejor forma de progresar, superando barreras, problemas y lanzándose. Total ¿que nos puede pasar? que nos caigamos, pues nos levantamos y a empezar de nuevo. A preparar el siguiente salto.

Ya me gustaría a mí saltar como la ardilla y ¿a ti?



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