Título: En ruta Autor: Jack LondonEditorial: Marbot Año de publicación: 2009Páginas: 264ISBN: 97884927228046
La última reseña de 2010. Un año en el que he descubierto lo maravilloso que es conocer nuevos autores, géneros, libros y compartir opiniones con otros amantes de la literatura. Y un año en el que Cuéntate la vida ha nacido y ha crecido y me ha dado muchísimas satisfacciones gracias a vosotros. Espero que 2011 sea todavía mejor para todos.
Este es el primer libro que leo de Jack London, ya que no he leído sus obras más conocidas, como Colmillo blanco o La llamada de la selva, también traducido como La llamada de lo salvaje. Tampoco conocía nada de la extensa obra, escribió más de 50 novelas, ni de la vida de este estadounidense que vivió entre 1876 y 1916.
Pero precisamente por eso, porque no tenía ningún tipo de expectativa ni de prejuicio me resultó muy atractivo e interesante descubrir a este escritor a través de su novela autobiográfica En ruta, que muy amablemente me enviaron desde la editorial Marbot y por lo que desde aquí les doy las gracias.
Me ha encantado descubrir la vida de London, al menos la de su juventud, a través de esta obra llena de un ritmo trepidante que se lee y, sobre todo, se disfruta, casi sin darte cuenta. A lo largo de sus 264 páginas acompañamos al autor en su recorrido por todo Estados Unidos, desde el Norte hasta el Sur y desde el Este hasta el Oeste, y nos sentimos testigos excepcionales de las andanzas de un London que a los 16 años decidió hacerse vagabundo para poder vivir aventuras, para poder ser libre y, sobre todo, para poder exprimir la vida al máximo. Era lo que en esos momentos le apetecía. Se lo pedía el cuerpo. No importaba que fuese algo políticamente incorrecto, mal visto por el resto de la sociedad, algo indecente e inmoral. Porque a él no le importaba lo que pensasen los demás.
En aquella época London era un joven despreocupado, luchador y optimista que siempre, pasase lo que pasase, veía el lado positivo de todo. Jamás se rendía. Y así, poco a poco, descubrimos su capacidad para inventarse historias con las que engañar a la policía o convencer a la gente para que le den comida o algo de dinero. Y de esta forma tan poco corriente, inventando tías, abuelos, matando y resucitando a su padre y a su madre una y otra vez, según lo que más le convenía en cada momento, es como se da cuenta de que es un buen narrador, lo que con el paso de los años le llevará a convertirse en escritor.
London nos descubre en esta obra no solo sus grandes dotes para imaginarse historias, sino también su capacidad para escapar de la policía por cualquier medio. Como polizón en trenes, no importa si oculto en el interior de un vagón, subido al techo del tren, encajonado entre las ruedas del convoy o incluso en los minúsculos huecos entre un vagón y otro. Solo cuenta burlar a los guardafrenos, a los maquinistas y a todo el que se ponga por delante. Lo único importante es alejarse, escapar, huir. No importa de quién o de qué y ni mucho menos importa el destino.
Porque todas las ciudades son iguales y la vida de London en ellas también lo es. Su vida se limita a huir de la policía y a conseguir comida, dinero y un lugar en el que dormir o simplemente protegerse de las inclemencias del tiempo. Aunque en ocasiones también se tiene que proteger de otros vagabundos. Aunque eso implique convertirse en un testigo mudo e impotente de la violencia. No importa. Porque en la ruta lo único que de verdad importa es salvar el pellejo y avanzar, aunque no se sepa hacia donde.
Sin embargo, London no siempre consigue salir airoso y, finalmente, es detenido por la policía y encerrado en una penitenciaría, en la que estuvo encarcelado durante tres meses. Pero, una vez más, conseguirá adaptarse a la situación y sacarle el máximo partido. London es un vagabundo camaleónico que nos enseña no solo la forma de sobrevivir en la calle, sino el modo de vivir de la mejor forma posible. Además, nos muestra las reglas no escritas, las jergas, los códigos, las jerarquías o lo que se debe y lo que no se debe hacer si se quiere ser alguien respetable dentro del mundo de los vagabundos.
Un mundo paralelo al resto de la sociedad pero no por ello menos complejo y atractivo. Tan atractivo como la huida de London junto con otros nueve vagabundos para escapar no solo de la policía, sino también de otros dos mil vagabundos que recorrían el río en balsas construidas por ellos mismos y sobrevivían gracias a la ayuda de granjeros, simples ciudadanos o, incluso, policías o alcaldes. Porque el mundo de la mendicidad, al igual que el resto de la sociedad, también está corrompido y lleno de hipocresía y de apariencias. No importaba ayudar a los mendigos con tal de que se alejasen de la ciudad. Quitarse el problema de encima y mirar hacia otro lado.
Nadie lo sabe mejor que el propio London, que desde pequeño vio cómo su padre, que era precisamente policía, traía más o menos dinero a casa en función de los vagabundos que hubiese atrapado esa noche. Si los vagabundos colaboraban, todo era más fácil, pero para eso había que darles la mitad del dinero. Así de sencillo. Y ahora es él mismo el que dificulta la labor a todos esos policías y, de esta forma, también dificulta la vida a sus familiares. En ocasiones siente lástima, pero no deja que ese sentimiento le impida seguir hacia adelante.
Lo que más me ha gustado de este libro es su sencillez, su cercanía y su naturalidad. London nos habla de esa etapa de su vida sin tapujos, sin ningún tipo de arrepentimiento, pero tampoco de nostalgia. Él no hacía daño a nadie porque lo único que quería era vivir su vida en libertad. Sin ataduras de ningún tipo. También me ha llamado mucho la atención las grandes dosis de humor que London utiliza para recordar sus años como vagabundo, lejos de dramatismos. Y alejado también de juicios, de moralidad. La ruta es la ruta y nadie sabe cómo reaccionaría en esas situaciones extremas dominadas por la explotación, el abuso y la ley del más fuerte. Por eso él no juzga a nadie y por eso mismo tampoco espera que nadie le juzgue a él. Ni siquiera el lector.