Revista Cine
A principios de siglo la extraña comunidad conformada por cinéfilos de todo pelaje y condición empezaba a tratar con diferente ánimo y consideración una afirmación que en boca de algunos era un axioma, una verdad incontestable: los buenos guionistas habían dejado el mundo del largometraje, del cine, y se habían instalado en la pequeña pantalla para proveer a la ciudadanía de exitosas series televisivas con relatos hasta entonces privativos de las pantallas de las salas de exhibición, cada vez más pequeñas, por cierto, reduciendo ridículamente espacio y pantalla en la que ver una película.
En algún foro cinéfilo el debate estaba servido y las posiciones opuestas entroncadas sin solución aparente porque la verdad es que muchas -demasiadas, tal vez- películas estaban basadas en guiones tan malos que parecían desprovistas de la figura de un guionista con una mínima idea y base cultural apreciable, por no mencionar la pobreza de los diálogos, paupérrimos de vocabulario con la excusa de ser realistas. Mientras tanto, cadenas televisivas por cable (es decir, casi libres de la férrea censura infantilista) como la HBO ofrecían series dramáticas con guiones aceptables que poco a poco y gracias al éxito popular iban alargando hasta perder fuelle, pero lo cierto es que algunas de ellas disponían de guiones muy bien trabados y presentaban tramas costumbristas mientras en el cine lo que se podía ver eran tebeos ilustrados con mucho dinero y poco talento y comedias cada vez más estúpidas y carentes de la garra y causticidad que todavía podemos hallar en los clásicos de antaño.
Así las cosas, hace un par de años ya se empezaba a barruntar la aparición de un nuevo negocio que comportaría la paulatina desaparición de las salas de cine porque todos íbamos a poder ver en casa las películas en riguroso estreno mediante el cable conectado a una pantalla de televisor que había crecido en tamaño de forma considerable.
Lo cierto es que si miramos las estadísticas del año pasado podemos comprobar que el negocio del cine en general sufre un declive imparable, decreciente desde hace veinte años largos y desde luego no cabe imputar la responsabilidad al público sino más bien a una industria que no sabe ofrecer productos capaces de enfervorecer multitudes: algunas películas de los años setenta llegaron a exhibirse más de un año seguido en salas de cine en Barcelona y ahora apenas aguantan tres semanas en cartel: algo pasa.
Está claro que no hay talento aplicado al cine actual.
Y de nuevo sale la vocecita respondona que lleva veinte años diciendo: en la tele sí hay talento.
¿En series? ¿en serio?
Pues tampoco, salvo excepciones; como en el cine; lo que ocurre es que en el cine, topar con una excepción es más difícil y más costoso.
La generalidad está revestida de mediocridad, de tramas tramposas, alargadas como una goma de mascar ya hedionda por el continuado uso, sin sabor ni elasticidad que sorprendan.
Tomemos dos ejemplos muy recientes, todavía asequibles, ambos con unos aspectos que les acercan y delatan la nueva forma de entender el negocio que, me temo, lleva mal camino:
La última temporada de Fargo y la última mini serie del cajón de Nicole Kidman: ambas se asemejan en ser mini series, es decir historias con un principio, desarrollo y conclusión que abarca un tiempo escénico más o menos prolongado pero contado mediante un metraje que oscila entre siete y once horas aproximadamente contando las partes no sustanciales de principio y fin de cada capítulo, títulos de crédito y zarandajas para rememorar lo pasado.
El caso de Fargo es especialmente decepcionante porque la primera temporada sigue siendo un producto muy bien ejecutado en base a un guión férreo dotado de una lógica interna que ofrece giros sorprendentes y a cada episodio hay un avance considerable en todos los aspectos sin que el capítulo en sí mismo carezca de interés: ahora mismo uno puede ponerse a ver el capítulo que desee y quedará plenamente satisfecho. Pero la inteligencia que tituló los episodios de aquella primera temporada con expresiones llenas de contenido ha ido menguando en las sucesivas temporadas hasta llegar a una cuarta que se reduce a la lucha entre afroamericanos e italoamericanos por detentar el poder criminal de una ciudad de la américa profunda aderezadas con las actividades letales de una enfermera chalada que está a años luz del malvado protagonista de la primera temporada; a años luz y no digo siglos porque la expresión no existe, pero sería más apropiada en el caso.
El talento que nos dejó epatados en la primera temporada se ha difuminado y las causas las ignoro pero desde luego es evidente que no ha trabajado las mismas horas: once capítulos insustanciales con personajes exóticos sin fuerza alguna, verdaderos papanatas que pretenden colarnos como interesantes pero que aburren hasta decir basta: uno acaba la serie más que nada porque siente que un día deberá sacar mediante la letra esas malas vibraciones y mejor hacerlo con absoluto conocimiento de causa, mal me pese, porque lo mismo he hecho en otros casos y el resultado ha sido el mismo: aburrimiento generalizado. Si alguien les propone verla, díganle que eso de "homenajear" clásicos no es nada original ni suficiente para sostener un mal producto: que eso de que el jefe mafioso vaya a ser atacado llevando naranjas en una bolsa ya lo hizo Coppola hace muchos años y lo hizo mucho mejor. Que si es un guiño al cinéfilo, llega en mal momento.
La producción artística es notable, la ambientación también e incluso por momentos las interpretaciones son aceptables, pero la trma se hace lenta, exasperante, aburrida, insuficiente para soportar once horas de metraje: es una mala película larga troceada: no es una mini serie: una mini serie es, por ejemplo, Guerra y Paz, óptimo medio para trasladar a pantalla una novela larga sin cortar más de la cuenta. Pero agarrar algo que hace cincuenta años era una trama contada muy bien en hora y media y meterle a la fuerza otras nueve horas de metraje es una mala idea.
Por lo que hace a The Undoing, la última de la Kidman,que ha visto con buen ojo los excelentes rendimientos que saca al tinglado televisivo con esas mini series medio dramáticas medio intrigas criminales, viene acompañada de una publicidad en los medios televisivos desproporcionada, porque uno oye cantos elogiosos sobre el suspense, la intriga, el desarrollo, y resulta que a las primeras de cambio aparecen cuestiones que atentan la más pura lógica, que chocan con la realidad que pretende ser el sustento de la trama, porque los personajes hacen unas cosas que nadie se creería que puedan hacer gentes semejantes en situaciones idénticas:¿en serio nos vamos a creer que van a invitar a una junta de ricachonas que se reúnen para chismorrear y organizar una subasta privada a beneficio de los pobres estudiantes, precisamente a la madre de uno de los becarios?¿Y que ésta comparezca con una bebé a la reunión y sin mediar palabra se ponga a darle de mamar? Apaga y vámonos, amigo, que van mal dadas. A partir de ahí, el tobogán de sucesos a cual más inverosímil y las trampas del guión se hacen evidentes hasta llegar a un final verdaderamente patético, casi ofensivo para un espectador con años de historias vistas en una pantalla: la cuadratura del círculo, vaya, con toda la jeta.
Si el talento que reside en la televisión es el que nos están ofreciendo a bombo y platillo, si resulta que es mejor que el del cine -que ya es pobre de veras- resultará que estamos cerca del caos, que todo acabará en una implosión que llegará al tamaño del punto final.
Y entonces, los cinéfilos volveremos los ojos al cine del siglo pasado, buscando imaginación en el lenguaje visual y guiones bien escritos y mejor dialogados.