Revista Cultura y Ocio

En soledad por Cazorla y campos de Hernán Perea(II)

Por La Cloaca @nohaycloacas

Publicado por Rodrigo Borja-
La noche, en el refugio, ha sido larga y el sueño profundo. El desayuno, de aromas cálidos y dulces, sabe sobrio y fuerte. La mochila otra vez a la espalda. Y de nuevo el camino. La nieve de la noche y de la mañana lo cubre casi todo. Los copos caen tranquilos, sosegados, silenciosos. Tocan la ropa, la mochila, y se deshacen. Desaparecen. Como nosotros en la inmensidad del tiempo.

Campos de Hernán Perea, 6

Un dédalo de caminos, pistas y rodadas se teje en la planicie. Colinas y prados de tonos blancos con trazos pardos y moteados de manchas negras: matorrales y rocas. El horizonte se desvanece en nubes bajas y nieblas. Frío acariciando el rostro, viento, el crujido de la nieve bajo las botas. Silencio. Los pasos se suceden cadenciosos, minuto tras minuto, hora tras hora. La soledad a veces se rompe. Unas figuras se perfilan en la distancia. Las primeras, una pareja, quizá extranjera. Al rato, unos ciclistas, con acento castellano o del Norte, en ruta de Pontones a la Bolera. Después, nadie.

Campos Hernán Perea

A media jornada, solitario en la niebla, dominando un cruce de caminos, el refugio de Campo del Espino. Como el de Ramblaseca, como todos, una mesa, unas literas, una fuente, cuatro paredes y un techo. ¿Hace falta más?. Un poco de comida, disponer lo necesario para pasar ahí la noche y continuar, con la mochila más ligera, el camino hasta Fuente Segura. La planicie y la tarde avanzan paso a paso. El camino, en su descenso, va quedando libre de nieve. Un par de majadas, álamos y chopos, una laguna inesperada que huirá en verano y no regresará hasta el próximo invierno, algún sembrado, un pinar…Nieve y lluvia se alternan. El sol, más allá de las nubes grisáceas, declina. Las horas de luz acaban. Es momento de regresar al refugio.
Segunda noche de soledad y nieve, de soplos de viento en las ventanas y la puerta del refugio. A la mañana siguiente, regreso a Ramblaseca. Otra vez el camino entre nieve, lluvia y nieblas. Esta vez la jornada es breve: llego a mediodía al refugio y gasto toda la tarde en él, descansando y recuperando ropa mojada. Tercera noche en la oscuridad de los Campos. Cena caliente, unos versos de Whitman y de Rumi, y unas líneas de Zarathustra. Y, de nuevo, disolverse en el sueño.

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Mi última mañana en tierras de Cazorla y de Hernán Perea se abre sin nubes, luminosa, resolviendo el horizonte en un degradado perfecto del blanco al azul. Pinos y nieve abrazan las montañas grises y pardas. Comienzo el camino de vuelta. Decido no seguir la pista sino una olvidada senda, oculta por las nevadas y el abandono, que atraviesa el bosque. Mapa, brújula y la alegría de sentirme, siquiera por unos momentos, parte de la tierra, de la luz y del viento. Por fin todo es belleza y libertad. El viejo camino que aparece y desaparece, el rumbo trazado entre los pinos y las rocas, los neveros hasta la rodilla, los promontorios, las vaguadas y los collados. Y las ruinas, calladas, de un antiguo cortijo serrano, recuerdo de la mudanza e impermanencia de todo lo humano. El Puntal de las Palomas, humilde cumbre, me distrae del camino. La subo sorteando árboles y fatigando neveros y arriba me siento el hombre más rico y poderoso del mundo: una mar de crestas, valles y bosques a mis pies y un horizonte de azules infinitos frente a mí. ¿Qué más puedo desear?.
Es hora de regresar. Desciendo y en pocas horas estoy de vuelta en el coche. En los últimos tramos sigo disfrutando de todo el esplendor de estas serranías, de estas rocas y de estos bosques, lo más grandes de España. Y, sobre todo, una vez más, mi espíritu, ensombrecido y agitado por sus miedos, ha encontrado en el “infinito reposo e indolencia de la naturaleza” el sosiego y la calma.

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