El año pasado decidí gastar mis vacaciones en tres destinos diferentes hospedándome en la casa de dos familias y en un grupo de personas que siento como familia. La experiencia fue tan buena que este verano me dispuse a hacer un tanto de lo mismo. Mi objetivo era poner rumbo a tierras catalanas para realizar una visita a una hermana que hacía tiempo tenía en mente y desde ahí buscar el modo de ver a más personas amigas. En apenas medio mes pude disfrutar de cuatro localidades en el litoral mediterráneo y estar acompañada de familiares y amistades. ¿Y qué tiene que ver esto con el título que he dado a este escrito? Si hacéis la división de días de vacaciones entre las localidades visitadas podréis acercaros a la respuesta. Más o menos sale 3 días. Y esos son los días que uno debe pasar con una persona o grupo de personas antes de volver o no a repetir la experiencia. ¿Se cumple? He de decir que sí. Es curioso. Pensaba que si uno elige con quién disfrutar de sus días de vacaciones todo salía bien, ¿qué iba a ir mal? Se ve que no siempre es así. ¿Se cumple esto también? He de volver a decir que sí. Hay veces en las que te descubres por dentro pidiendo la hora de irte o de cambiar de ambiente, e incluso de volver a casa a esa rutina que tan bien te sentaba.
Antes de emprender el viaje a Cataluña, tuve la oportunidad de aprovechar cuatro días que se me quedaban muertos para realizar parte del Camino del Norte. Había deshechado la idea de hacerlo ya que no había informado a la gente, pero finalmente decidí emprender la aventura de cuatro días conmigo misma. Esta también fue una prueba porque no había hecho esto antes y no sabía cómo iba a ser. Es cierto que necesitaba ese ambiente y esa soledad tras haber pasado un final de curso de no parar rodeada de personas en mi casa. Conocía muy bien la experiencia del Camino (era mi cuarta vez y también había tenido otro tipo de aventura, el Raid Goum, un par de veces), sabía cómo desenvolverme, cómo sería mi día a día. Sólo contaba con la incertidumbre del tiempo, del terreno y de lo que me encontraría en los pueblos de destino. Pero, a lo que iba: me pasaría la mayor parte del tiempo conmigo misma, con mis pensamientos, mis movidas internas, mis vivencias pasadas, mi mente organizada... Eso también podría llegar a cansarme, a no querer estar conmigo, a huir y buscar la compañía de alguien más. ¿Y cómo fue? Contra todo pronóstico fue un buen equilibrio con respecto a lo último vivido. Me dejé cuidar y me cuidé. No busqué conversar ni contactar con todo aquel que me cruzase. Simplemente, viví cada cosa que se me presentaba por delante y me relacioné con las personas con las que coincidía al llegar.
El cuerpo tiene un aguante y ya cierta edad no es la misma que en tiempos mozos... La verdad que fueron suficientes esos cuatro días, ni más ni menos. Cuando caminaba se me iba quitando de la cabeza el querer hacer el Camino de Santiago desde St. Jean Pied de Port. Pero, todo puede ser, paso a paso uno llega donde se propone. Al final, creo que fue acertado cambiar de ambiente y de compañía para querer seguir realizando experiencias como estas (ya estoy pensando en la Bien Aparecida). Una vez en tierras del mediterráneo, pese al calor y los mosquitos, pude constatar que con lo sencillo todo se alivia. Al menos a mí me funciona y sólo dame amistades o personas con las que compartir un rato tranquilo, caminar, conversar o ver algo juntos que me valdrá la pena. Está claro que necesitamos de lo que nos envuelve (el pueblo, las actividades, los atractivos para ver...) para enriquecer la experiencia, pero poner los ojos en lo de fuera o esperarlo todo de lo externo puede hacernos daño. Ya me dijeron una vez que por mucho que viajara o huyera de la realidad que viviera, nada iba a cambiar porque tarde o temprano me toparía con mis limitaciones de nuevo. Así que el problema, si es que lo hay, está dentro de uno mismo. De ti. De mí. ¡Toca mirarse adentro!
Fueron apenas cuatro días en Castellón, un día en la playa, otros casi cuatro días en Gerona, más de lo mismo cerca de Mataró y casi un fin de semana cerca de Valencia... y conseguí mi objetivo: visité a mi hermana. Y gracias a ello tuve la oportunidad de pasar tiempo con amistades. Elegí destino. Elegí los días. Elegí las personas. Pero igualmente es una lotería pues no sabes cómo te va a salir. Mi conclusión, y la experiencia que saco de todo esto, es que ya sea eligiendo como acogiendo, lo que cuenta es la filosofía con la que te tomes la vida y las relaciones personales. Y, como decía más arriba, se trata de uno mismo, de cómo esté. Si estás bien puedes torear los reveses de la vida y los imprevistos con las personas con las que a priori piensas que no te llevarás bien o habrá problemas. Si estás bien das importancia a las cosas que deben tenerla y soltar lo demás. Si estás bien sabes priorizar y rechazar sin perder la paz ni la alegría. En fin, una no deja de aprender hasta en vacaciones.