Lo más importante es la piel. El primer paso es comprobar la textura del papel. Si es un papel malo, barato, viejo nada más nacer, la tinta se emborrona y las líneas se desdibujan. Si es un papel satinado, brillante, la tinta resbala, tarda en secarse y si una página cae sobre ella antes de tiempo la figura se convierte en una mancha y las letras en una línea negra.
Entre ambos, hay un papel ideal, perfecto, capaz de absorber la tinta exacta y dejar que la figura y las letras en cuerpo ocho puedan leerse. Distinguirlos es cuestión de práctica, la misma que se precisa para apretar el sello con la fuerza exacta y un pulso sin dudas sobre la primera página del libro, en la esquina inferior derecha.
Marco mis libros con un ex libris desde hace cinco o seis años. Tardé mucho en pensar uno, en elegir la imagen, en escribir su frase breve, cuatro palabras de las que no avergonzarme una semana después. Sellar mis libros me parecía un gesto pretencioso, casi cursi. Como si la vanidad fuera un pecado mortal y la propiedad un robo. Pero no todos mis libros tienen esta marca.
Busco mi ejemplar de “El guardián entre el centeno” ahora que Salinger se ha hecho completamente invisible. Lo compré cuando estudiaba en primero de BUP, quizá igual que tú, aunque no fuese 1987. Es la edición de la que Alianza ha vendido miles y miles de libros, un puñado de los millones de este título de lectura obligatoria. La forré con plástico no autoadhesivo y el pegamento del celo ha calado las páginas y sombreado sus tapas con rectángulos marrones.
He comenzado a releer esta vieja edición de Salinger, acomplejado por esos críticos que siempre parecen tener la palabra exacta y la lectura fresca para describir al día siguiente al escritor fallecido. Sí, yo leí a Salinger, como tú, si tienes mi edad, pero no volví a leerle nunca más. Salinger se convirtió en un personaje de Vila-Matas, uno de sus Bartlebys más famosos, esos escritores que prefirieron no serlo.
Ahora que empiezo a releerlo me llama la atención la cantidad de veces que Holden Cauldfield, el rebelde protagonista de su novela, el chaval que odia a todo y a todos, dice hijoputa en las primeras páginas, sin duda porque todavía tengo en la cabeza el hijoputa de Aguirre. Me olvidé de marcarle mi ex libris a este viejo guardián. Pero en sus primeras páginas he descubierto una línea subrayada a lápiz por el adolescente que fui:
“Eso sí que me pone negro. Que alguien te diga una cosa dos veces cuando tú ya las admitido a la primera”.
Es curioso, 23 años después me sigo encontrando en la misma frase.
01/02/2010