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A mi amor.
Ayer reíamos ufanos en nuestra isla, refugio mental y emocional en este turbulento y oscuro mar que nos rodea. Nos conocimos al inicio de la tormenta, y apenas nunca nos afectó, seguros en ese mundo que creamos entre tú y yo, donde no había números, estadísticas, ni curvas; sólo juego, risa, júbilo, pasión y amor.
Conocerte día a día, frase a frase, broma a broma, corazón a corazón, ha sido un viaje de felicidad, mientras todo a nuestro alrededor se derrumbaba. ¿Cómo explicarle a nadie, fuera de esta nube, las interminables horas juntos, cuánto hablamos, cómo celebramos la vida? No pueden comprenderlo. No podemos culparlos. Ambos sabemos que es fácil este encierro si nos vemos, si nos oímos, si nos sonreímos. Tan cerca el uno del otro que casi podemos sentir nuestro olor; tan lejos, que sólo hemos de recibir el frío tacto de una pantalla si intentamos besarnos. La Suerte nos presentó, pero no nos ha acompañado en éste, el inicio de un largo camino que comenzaremos retornando perezosamente a nuestras vidas cuando la pesadilla acabe. ¡Qué gran fortuna habernos conocido! Lástima que haya sido en nuestras celdas, susurrando a una pared, anhelando la respuesta del reo al otro lado. Juntos, pero separados.
Nuestra risa era casi insultante en los tiempos que vivimos. Nuestro eterno rito de seducción, detenido cada vez más frecuentemente por los hálitos que se nos han ido escapando cuando nos hemos dado cuenta de que no era un juego; de que tú y yo estábamos sucediendo de verdad, que las barreras han ido cayendo una a una. El incomparable júbilo que se siente cuando cambias tu lenguaje del singular al plural. La emoción de la propuesta, el júbilo de la respuesta afirmativa. Una luz, una fecha, en esta larga noche de oscuridad y sin final visible.
Entonces, el horror de observar en directo que estás enfermando; que tienes los síntomas, repetidos como un mantra por el viento informativo que sopla constantemente en torno a nos. Ese terrible momento en el que veo lo que pasa, lo que TE está pasando. Tu tímida sonrisa para tranquilizarme, apenas capaz de ocultar tu propio nerviosismo. La foto que me envías en la que tratas de disimular, segura en ese esfuerzo por continuar nuestra aventura. Mi propia preocupación, felizmente borrada en ese soplo de felicidad que supuso ver cómo en muy breve sometiste al maldito. Como si todo tu cuerpo no estuviera dispuesto a negociar la interrupción de nuestro propio paraíso, desdeñaste este mal que nos atenaza. Y lo hiciste sin perder ni un instante ese brillo puro de tus ojos que con tanta facilidad mi aliento corta.
Nuestra fecha y nuestros planes se perdieron, pero, a cambio, nuestra isla fue aún más fuerte, más segura, más confortable. Ya llegaría el momento para ambos. Todo lo que importaba es que estábamos bien, aunque el pavor de la tormenta no hiciera más que crecer en ese mar que nos rodeaba. Tuvimos que mirar a nuestro alrededor, a nuestras personas más cercanas… y así nuestra sonrisa se torció, aunque fuera un instante, pues al volver a posar nuestros ojos en los del otro siempre hallamos el confort y el apoyo que necesitamos.
Ayer reíamos ufanos en nuestra isla. Cenábamos juntos, bebíamos juntos. Nos confesábamos, hablábamos de los nuestros, de nuestra vida antes de que se parara con ese latido que se nos está escapando. Lo hicimos, como dice nuestra canción, hasta que el sueño nos venció, incapaces de despedirnos; demasiado enamorados como para decir buenas noches.
Y anoche se fue tu mamá. Sin anunciarlo. Sin que nadie lo esperara.
Y he despertado con tu llanto, con tu sufrimiento, con tu desesperación. Con tu impotencia. Y he odiado a este maldito virus que te lo ha causado; que me impide ir a abrazarte, a consolarte. Y he sentido tu dolor como mío. Y he dado gracias por haber podido decirle a la mía que la quiero una vez más.
No hay palabras de consuelo para ti. Si las hay, no las sé. Sólo puedo decirte unas: esta pesadilla acabará. Y entre las lágrimas robadas de quienes no han podido decir adiós, la gente volverá a abrazarse, volverá a valorar lo hermosa que es la vida a menos de un metro y medio. Y entre ellos, tú y yo no volveremos a permitir ninguna distancia que nos separe.
Pronto.
Igor