Revista Cultura y Ocio

En toda traducción hay un movimiento de amor, María Negroni

Publicado el 10 junio 2024 por Kim Nguyen

En toda traducción hay un movimiento de amor, gestos de acercamiento que nacen de una apasionada atracción verbal y que llevan, por lógica, a desear compartir los textos traducidos. Dar a conocer: expresión única del español que ve al conocimiento como una donación. La traducción es, en este sentido, la más generosa de las actividades literarias. En ella se busca, con una sintaxis a la vez apasionada y despersonalizada, tocar el ruido de nuestra época. Y eso ejerciendo una suerte de palabra en voz baja, un canto casi tímido, como quien escribe, parafraseando a Anna Ahkmatova, un «poema sin héroe».

Todo el talento, la sensibilidad de quien traduce está puesta al servicio de un otro o más bien de la otredad de ese otro/a que es quien escribe en la lengua así llamada original. Como quien se pone una máscara (adicional), el traductor se adueña imaginariamente de un mundo. Quiero decir, hace suya toda la intemperie, la oscuridad, el imponderable manojo de deseos, obsesiones y asombros que es también la materia con que se hace el poema. Y desde ahí trabaja y hace oír el punto en que su propia voz se encuentra con la voz del otro y un cortocircuito alumbra alguna nota nueva, irrepetible.

A esto se le llama cruzar un puente. Siempre pensé que la escena en que la protagonista del cuento Lejana de Julio Cortázar intercambia roles con su alter ego en el puente que une y divide la doble ciudad de Budapest podría ser una metáfora curiosa de la traducción.

María Negroni
El arte del error
Editorial: Vaso Roto

***

Alina Reyes de Aráoz y su esposo llegaron a Budapest el 6 de abril y se alojaron en el Ritz. Eso era dos meses antes de su divorcio. En la tarde del segundo día Alina salió a conocer la ciudad y el deshielo. Como le gustaba caminar sola -era rápida y curiosa- anduvo por veinte lados buscando vagamente algo, pero sin proponérselo demasiado, dejando que el deseo escogiera y se expresara con bruscos arranques que la llevaban de una vidriera a otra, cambiando aceras y escaparates.

Llegó al puente y lo cruzó hasta el centro andando ahora con trabajo porque la nieve se oponía y del Danubio crece un viento de abajo, difícil, que engancha y hostiga. Sentía cómo la pollera se le pegaba a los muslos (no estaba bien abrigada) y de pronto un deseo de dar vuelta, de volverse a la ciudad conocida. En el centro del puente desolado la harapienta mujer de pelo negro y lacio esperaba con algo fijo y ávido en la cara sinuosa, en el pliegue de las manos un poco cerradas pero ya tendiéndose. Alina estuvo junto a ella repitiendo, ahora lo sabía, gestos y distancias como después de un ensayo general. Sin temor, liberándose al fin -lo creía con un salto terrible de júbilo y frío- estuvo junto a ella y alargó también las manos, negándose a pensar, y la mujer del puente se apretó contra su pecho y las dos se abrazaron rígidas y calladas en el puente, con el río trizado golpeando en los pilares.

A Alina le dolió el cierre de la cartera que la fuerza del abrazo le clavaba entre los senos con una laceración dulce, sostenible. Ceñía a la mujer delgadísima, sintiéndola entera y absoluta dentro de su abrazo, con un crecer de felicidad igual a un himno, a un soltarse de palomas, al río cantando. Cerró los ojos en la fusión total, rehuyendo las sensaciones de fuera, la luz crepuscular; repentinamente tan cansada, pero segura de su victoria, sin celebrarlo por tan suyo y por fin.

Le pareció que dulcemente una de las dos lloraba. Debía ser ella porque sintió mojadas las mejillas, y el pómulo mismo doliéndole como si tuviera allí un golpe. También el cuello, y de pronto los hombros, agobiados por fatigas incontables. Al abrir los ojos (tal vez gritaba ya) vio que se habían separado. Ahora sí gritó. De frío, porque la nieve le estaba entrando por los zapatos rotos, porque yéndose camino de la plaza iba Alina Reyes lindísima en su sastre gris, el pelo un poco suelto contra el viento, sin dar vuelta la cara y yéndose.

Julio Cortázar
Fragmento de Lejana

Foto: María Negroni.
Foto extraída de la web de la autora.


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