QUE POR MAYO ERA, POR MAYO
Un 30 de mayo de 1950, en el Santuario Nacional de la Gran Promesa, en Valladollid, tenía solamente seis años, recibí la Primera Comunión. A los ocho días, los mismos niños y niñas de los colegios Nacionales (Públicos), fuimos confirmados... Eran otros tiempos. Quizá, de ese modo pasábamos a ser nueva generación de creyentes en la fe de Cristo, que aún conservo porque fue la de mis mayores y, la misma que transmitimos a nuestros hijos, unos más practicantes que otros. Y dejo constancia de que, precisamente por esa fe, oí mil veces en casa decir una frase: ´Dios escribe derecho con renglones torcidos´ Y, estoy segura de que, al menos para mí, ese aserto se cumplió. Había ganado en la Oposición a Ingreso en El Magisterio el número 16.
Colocaron en Septiembre a 15 y quedé con el resto de compañeras esperando destino... Que me llegó un 23 de febrero de 1963. Vine a Palencia con dos amigas y alguna otra joven a cubrir las plazas libres. Aquella fue la primera vez que tuve conciencia de cuán larga era esta provincia y alguien me sugirió que pidiese Cubillo de Ojeda. Lo hice. A pesar de que aún recuerdo la pregunta de uno de los miembros que formaban Tribunal para adjudicar plaza. ¿Tiene usted familia allí? No señor, contesté. Luego, me di cuenta, antes no, por aquello de los nervios y supe que, había pueblos importantes cercanos a la capital. Pero allí se cumplió mi sueño: ser maestra; lo fui por vocación y tuve premio: la recompensa de encontrar en ese lugar todo cuanto necesité para llegar en paz hasta hoy, día en que rememoro tiempo de amor, unida a la persona que más he querido en este mundo: Marcelino. Y por mayo, hacia mediados, Guillermo, un buen muchacho, perito agrónomo que hacía por entonces la concentración Parcelaria en la zona, comenzó a llegar a Cubillo acompañado por Marcelino. Me extrañó porque, antes, había recorrido los apenas tres kilómetros, que separaban Perazancas de Cubillo, en soledad, para verme. Y de nuevo, se equivocó la paloma, perdón, pues le abrió los ojos a Marcelino que, ahora sí, se dio cuenta de que yo le había robado algo más que la voluntad, y bien ajena estaba de ello. Pero la vida, SÍ, se escribe, con ¿renglones torcidos?, NO. Bien derechos y nos lleva al lugar preciso, en el momento oportuno y decide por nosotros, que caminamos hacia uno u otro lado a favor del viento que empuja como si tuviésemos alas. Pero a pesar de que este mes simboliza para mí un hilo de seda que unió muchos momentos decisivos y dulces en mi vida, no olvido un dos de junio cuando en, Villaverde de La Peña, fui consciente de que mi vida daba una vuelta de tuerca y yo pasé a ser una joven enamorada de un maestro-poeta.
UNIDOS POR LA PALABRA
Esta mañana, iniciaba mi columna del jueves próximo. Encontré un artículo que Marcelino García Velasco dedicó a Ursi, amigo desde que, un buen día, visitamos su museo, y aquellos dos hombres que eran símbolo de llaneza y falta de presunción, se hicieron buenos amigos. Observaba cómo sus palabras, igual que río de curso tranquilo y refrescante, lograban altura dentro del magnífico edificio de la casa-museo y, cada frase, guardaba su turno para hacerse entender como si aquellas dos personas tuvieran todo un mundo de cosas que contarse el uno al otro; sin prisa. Quizá, una especie de oración, que se hacía entendible en la voz de uno y otro, sin premura de tiempo, como si la vida les hubiese dado ese regalo de encontrar a un ser con quien se puede dialogar desde el preciso instante en que se descubre su existencia. Del artículo, "Palabras apresuradas para Ursi", transcribo: "Y un día -hace ya mucho tiempo- supimos que en el Sur de esta provincia, larga como la caña del centeno, que allá en el Norte, dentro del valle de Santullán, un hombre, corto de talla, que hacía tañer sus manos, toscas como música de chopo, sacaba al aire la fortaleza del roble, la dureza del olmo, el brillo del espino y los convertía en luz que el viento afilaba para dejar en la llanura alta de los ojos limpios toda la libertad que guarda un árbol, toda la nobleza que bulle en la humildad. Estoy hablando de Ursi. Yo, personalmente, lo conocí muy tarde. No su obra que la sabía de memoria desde que un día Santiago Amón me acercó su hermosura con aquella palabra sabia y convincente de predicador a quien hurtaron el camino del púlpito. Y como fue minero, avezado a las galerías interiores, perito en oscuridades, se convirtió en sembrador de luz desde las sombras para darle sabor a la verdad y, ya real, se quedara sin tiempo. Y de los árboles, del cerne de los árboles, salieron los mineros que habían sido compañeros de sudor alzando al aire el peso de sus manos menesterosas de paz, sus manos que bien podrían dar un vuelco al aire mientras triunfaban en las espaldas curvas del minero la derrota y el poderío. De algunos troncos muertos que Ursi buscaba por los montes, amaneció la vida, tomó vuelo y altura, dimensión. Solo con sus manos de artista." Las manos de Marcelino escribían al dictado de su mente y, como las de Ursi, alcanzaron dimensión, altura y vuelo: ´Al vuelo de tu nombre´.