En estos dieciocho años más de uno –aunque ahora lo niegue o se arrepienta– sabe que este régimen llegó al poder (y se ha mantenido) gracias a su “ayudita”. Esa ayudita consistió en votar creyendo ciegamente en las mentiras que contaron o votar a cambio de un puesto de trabajo o algún otro beneficio. Y quien no ayudó con su voto, lo hizo todos aquellos domingos que prefirió irse a la playa en lugar de al colegio electoral.
Por supuesto, hay una gran parte de los venezolanos que ni por acción ni por omisión ha contribuido al desastre que ahora nos afecta a todos. Son venezolanos que han hecho todo lo que han podido para salir de esta tragedia que se ha extendido como la gangrena en el cuerpo de un país tan hambriento y maltratado como los innumerables enfermos que intentan ganarle la batalla a la muerte en nuestros hospitales, esos ranchos que se caen a pedazos y donde cada día aumenta la desesperación mientras los médicos intentan hacer milagros incluso cuando no hay ni con qué lavar una herida.
Los errores no han faltado en estos años, las excusas tampoco. Hemos perdido la cuenta de las veces que algunos han “saltado la talanquera” sin la menor vergüenza, nos hemos hartado de promesas que se han desvanecido como el humo de las parrillas que ahora poquitos pueden permitirse un día feriado. La decepción que sentimos es comprensible, llevamos mucho tiempo poniéndole fecha al fin de esta pesadilla: “de diciembre no pasa”, “el 23 de enero se acabó”, “febrero es un mes caliente”, “el 19 de abril es el día”… Llevamos demasiados muertos, demasiados presos, demasiado dolor, demasiado cansancio. La frustración se volvió a casa con los pulmones llenos de gas y los ojos llenos de lágrimas. Parece callada, algunos hasta creen que se ha rendido, olvidan que no hay nada más elocuente que el silencio y que este se romperá cuando haya recuperado la fuerza necesaria para gritar de nuevo, tan fuerte que Venezuela vuelva oírse en cada rincón del mundo.
Por desgracia no podemos cambiar el pasado, pero sí podemos seguir luchando para cambiar nuestro futuro. Ese monstruo de las diez cabezas llamado chavismo, se resiste, pero no por eso debemos rendirnos. No podemos permitir que el mundo crea que el país todavía lo apoya.
El grupo de narcos que ostenta el poder se las ha arreglado para que sus alcahuetas llenen de trampas un proceso electoral que saben perdido si todos votamos. Porque si estuvieran tan seguros de su triunfo no cambiarían a los electores de sus centros de votación, no retrasarían los plazos, no invalidarían candidaturas, no generarían la confusión a la que han jugado desde el principio, no gastarían tanto en campaña y, sobre todo, no se preocuparían tanto por hacer que no vayamos a votar. La sola insistencia del chavismo por aumentar la abstención debería ser una motivación más para votar.
El país está cansado, mejor dicho, el país está arrecho. Y tiene toda la razón, pero si queremos que el mundo sepa que así es, lo mejor es ir a votar, no facilitarle las cosas a Nicolás Maduro ni a ninguno de sus compinches. Hay que votar, entre otras cosas, para que tengamos la tranquilidad de haber hecho todo lo posible para acabar con esta tiranía. Que podamos vernos al espejo sin que el remordimiento nos diga: chamo, faltó tu voto. Faltó el tuyo que estabas en el país, eras mayor de edad, estabas inscrito, no estabas preso y tampoco enfermo.
Cuando les hables a tus hijos o nietos, diles con orgullo que marchaste, hiciste huelga, firmaste, votaste, volviste a votar, volviste a firmar, marchaste otra vez, hiciste paro de nuevo, votaste, y volviste a votar… Que cuando te vayas a dormir sientas la tranquilidad de haber hecho todo lo que pudiste para salvar el pedacito de país que estaba en tus manos. Porque si cada uno se hace cargo de su pedacito de Venezuela, muy pronto podremos juntar las piezas y armarla de nuevo.
Fotos: runrun.es
@yedzenia