Revista Cultura y Ocio

En un baile de perros

Por Calvodemora

Hay algo de halago en el hecho de que no le caigas bien a alguien. Lo hablé precisamente anoche. Siempre hay por ahí alguien que no te traga, al que no gustas,  que prefiere no saber de ti o al que incluso le encantaría saber que te va mal, que la desgracia se te ha echado encima y andas triste por la calle, sin que te asista la alegría de antaño, en fin. Es un halago que no todo el mundo tenga de ti una opinión favorable. De tenerla, fallaría algo, como deja caer mi amigo Joselu, que es un librepensador, un señor que le da muchas vueltas a la cabeza y va registrando todo lo que buenamente va saliendo de esas cogitaciones. La idea de que gustes, no ya de que tengas amigos o que alguien te ame de verdad, digo el hecho de que los demás reparen en ti y aprecien lo que haces o lo que dices siempre me ha parecido enormemente atractiva. He conocido gente con un encanto fabuloso, que han conquistado el lugar en el que estaban, haciendo que todo girase alrededor suya, representando una especie de función muy natural de teatro en la que los otros eran espectadores y, en ocasiones, participantes de la trama. Alguno de ellos, al que considero un hermano, posee la facultad de caer extraordinariamente bien o de, si se lo propone, no caer bien en absoluto. Admiro ese milagro de los afectos inmediatos que yo, en lo que entiendo, practico a veces y que no siempre resulta oportuno. Mi abuela lo decía de otro modo: hay que ver cómo te gusta llamar la atención. Uno se ve desde fuera como si yo no fuese de su propiedad. Se contempla al modo en que contempla a los que lo rodean.  Lo cantaba Auserón en la mejor Radio Futura: Deja ya de intentar caer bien a todo aquel que se ponga delante, pues quizá todo el mundo a la vez va a cambiar de opinión contra ti. Lo digo de memoria. Puede faltar algo. 

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