Revista Educación

En un cuadro de Hopper, o de Cristino, o de Goya

Por Siempreenmedio @Siempreblog
En un cuadro de Hopper, o de Cristino, o de Goya

En un cuadro de Eduard Hopper puede resumirse un verano en cualquier pueblo de los Estados Unidos. Cristino de Vera, el mejor de los pintores contemporáneos vivos de la pinacoteca española, me dijo una vez, cuando le pregunté por qué pintaba siempre los mismos motivos, que a él el contenido lo traía sin cuidado, que lo que intentaba, que lo que había perseguido en toda su carrera como pintor, era captar la luz, la buena luz, y que como no lo había conseguido del todo seguía con esa búsqueda.

Raymond Carver, el referente del relato corto norteamericano de los setenta, era capaz de representar la luz de Hopper en una veintena de páginas. Y hasta el sonido de las chicharras y la brisa entrando por las ventanas mal cerradas de una casa cualquiera de un lugar cualquiera en la que alguien luchaba contra el alcohol.

A veces pienso que la vida no es más que un cuadro de Hopper, en el que dos personas apuran una copa en la barra de un bar de mierda en un pueblo de mierda. Y no vale más que disfrutarla antes de irse a la cama sobre unas sábanas sucias en un motel de carretera, en el que, por las rendijas de las persianas, se cuelan las luces de los faros de los coches que buscan cosas en sitios donde aparentemente no hay nada.

En los cuadros de Cristino hay muy pocas cosas. En los cuadros del maestro quizá se perciba el paisaje de su sur natal, de la brisa sobre el malpaís, o simplemente nada de eso, solo una cruz y una calavera, o una cesta.

En cierta ocasión pregunté a alguien cuál era la imagen artística que más le impresionaba. " El jardín de las delicias", me dijo. Un circo de ideas y sueños, de seres mitológicos y plantas fabulosas. Pensé que qué fértil podía haber sido la mente de El Bosco mientras pintaba todo eso, y cuán atormentado estaría entre las paredes de su cerebro, en el que bullían toda suerte de ruidos y gritos, de risas y estridencias.

Esa misma persona me devolvió la pregunta. " El perro" de Goya le dije yo. Un animal oculto por el vacío de la nada. Por un silencio sepulcral y amarillo, lleno de una luz tenue. La misma luz agotada y reflexiva de Cristino y de Hopper, la misma de Carver en sus historias sórdidas y agobiantes.

Cuántas vidas por vivir en cada cuadro, en cada cuento. Y cuánto tiempo mirando el móvil y moviendo el índice de abajo a arriba.


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