Revista Diario

En un cuerpo a cuerpo, ¿quién vence?

Por Negrevernis
Sé a ciencia cierta que siente lo mismo que yo por ella. Lo he notado en su postura, en el ligero arqueo de su pequeño cuello mientras caminaba decidida hacia el otro lado de la plaza, clavándome el filo de sus pupilas claras, marcando el paso entre la arena fina con las sandalias de tiras descubiertas. Tiene el aire de su madre y ha heredado de ella no sólo su perfil redondeado, sino también una incipiente tendencia a usar una talla más de la que debería para su edad; sin duda, también el aire decidido que impone la corpulencia, como ella.
- Ven, vamos -ha dicho a Niña Pequeña, cogiéndole firmemente por el codo, dirigiendo ya el giro de su cuerpo hacia el arenero del parque. Ella se deja hacer poco convencida, pero sin mayor alternativa cerca. 
La miro, buscando su mirada azulada, sabiendo de antemano que los labios infantiles se transformarán en un instante en una línea fina y decidida, midiendo las distancias y calculando cuál será nuestro próximo movimiento. La presa, Niña Pequeña: o el arenero o el banco con su madre, pobre opción pudiendo jugar con cacharritos, ese amago infantil de cocina con piedras y barro. Me quedo inmóvil, pero decidida, en mi asiento, agarrando mi último regalo -un libro digital- como si en ello me fuera toda autoridad; sostengo su mirada de cinco años bajo la atenta -y retorcida- vigilancia de su madre...

 En un cuerpo a cuerpo, ¿quién vence?

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