Jamás había entrado a un geriátrico. El contacto mas cercano que había tenido fue cuando por mi pueblo pasaba en auto por la calle y en la vereda veía todos los viejitos sentados mirando o conversando.El primer día que llegué a la residencia Santa Sofía todas las viejitas tomaban la merienda. Eran las 16:30 en punto. Entré a la sala llena de mesas donde abundaban las viejitas con cabellos blancos. Me presentaron a mi nueva paciente. Ahí Angélica me vio por primera vez. Abrió los ojos tan grandes que los párpados le tocaron la nuca. Se sorprendió que la fuera a cuidar un hombre, cosa que sucedía muy pocas (o casi nunca) en ese lugar. Me senté con las viejitas en la mesa, miré alrededor y sentí como si estuviera participando de la filmación de una película. Frente a mí María se quejaba de la artrosis. Al fondo otra viejita gritaba “chiiiicas, chiiicas”. Al costado, la mas coqueta de las abuelas, que llevaba lentes oscuros y pañuelo de seda, me saluda levantando la mano. Las enfermeras me miran con cara de merienda y una de ellas me pidió si no la quería cuidar a ella. Era el único hombre en todo el geriátrico. Lástima que las mas jovencita me llevaba 50 años y necesitaba un andador para poder sostenerse.
Continuará... (en próxima entrada)
