Revista Medio Ambiente

En un lugar del Baixo Miño, de cuyo nombre no quiero acordarme...

Por Felixyloslobos
Así, como la famosa novela de Miguel de Cervantes, podría comenzar este relato. Pero en esta ocasión, no va a ser un manco, si no más bien un cojo, el autor de estas líneas; es decir, yo mismo. Si continuas leyendo hasta el final entenderás perfectamente el porqué de este "literario" comienzo...
Todo el mundo conoce mi aversión por la caza. Porque ni uno sólo de los argumentos que esgrimen los cazadores tiene validez en nuestros días. Ni uno. Por eso, cuando en el transcurso de una de mis habituales salidas al campo descubrí el cuerpo sin vida de una garza real, supuse inmediatamente que se trataba de una de las innumerables víctimas de este colectivo.
La profunda herida que presentaba en la cabeza, perceptible a simple vista, reforzaba la hipótesis de muerte por disparos. Pero este extremo era difícil de probar. El ave se encontraba en un lugar inaccesible para mi. Sólo pude hacerle una serie de fotografías para documentar el hallazgo.
El animal, inerte, yacía sobre la empapada orilla dejada al descubierto por la bajamar. El río que le vio nacer se había convertido ahora en su lecho de muerte. Triste destino para una de las criaturas más hermosas de la fauna ibérica. ¿Cómo es posible? ¿Qué mente enferma puede hacer algo así? ¿Quién se beneficia de esto? Jamás lo entenderé.
Había un respetuoso silencio... Como si la naturaleza llorara le pérdida de uno de los suyos. El arponero viviente, la zancuda de vuelo poderoso y apariencia frágil, la máxima representación de la elegancia y la belleza, convertida en despojo abandonado y olvidado por todos... Sólo el melancólico canto de un pequeño petirrojo ponía una nota amable en todo este drama.

En un lugar del Baixo Miño, de cuyo nombre no quiero acordarme...

El cadáver con una profunda herida en el cráneo. //El Naturalista Cojo


De pronto, un fuerte chapoteo como el golpe seco producido por la palma de una mano me hizo dirigir la mirada hacía el fondo de aquella lagunilla, en realidad un estrecho brazo de río jalonado por abundante vegetación de ribera. Una figura alargada y negra se fue acercando lentamente a mi posición. Demasiado grande para ser visón, pensé. Efectivamente. Era una nutria. Una preciosa y confiada nutria que avanzaba a la manera clásica de estos mustélidos, es decir, con su nariz, ojos y orejas proyectados sobre la lámina de agua.
No me atreví a mover un sólo músculo, pero estoy convencido de que ella me veía perfectamente. Sin embargo, se mostró totalmente ajena a mi presencia. Segundos después, dio media vuelta y se alejó varios metros antes de alcanzar una gruesa rama a la que se subió para descansar.
Poco duraría su tranquilidad... El agua volvía a agitarse de nuevo, y un segundo personaje apareció en escena. No tardé en identificarlo con los prismáticos. ¡Otra nutria! No podía creer lo que estaba viendo. Desenfundé apresurada y nerviosamente mi P900. Era el momento de empezar a grabar.
Como queriendo impresionarme, las nutrias hicieron gala de sus increíbles cualidades para la natación. Juntas, con la cabeza por delante y arqueando el cuerpo, saltaban fuera del agua cual grupo de delfines en alta mar. No tardé en darme cuenta de que todo aquel despliegue estaba al servicio de la alimentación, de confundir y atrapar a sus escurridizas presas. Después, con sus afilados dientes, masticaban los pequeños peces que lograban capturar.

En un exceso de confianza, decidí bajarme del coche para fotografiarlas mejor. Grave error que pagaría muy caro. Ambas escaparon asustadas. Enfadado conmigo mismo, pero a la vez feliz... Feliz por haber conseguido documentar algo que muy poca gente tiene ocasión de ver en la naturaleza. Era mi décima cita personal de esta especie. Y lo celebraba por todo lo alto.
No podía apartar mi pensamiento de la pobre garza. Tenía que hacer algo. Y ese algo pasaba por llamar al SEPRONA antes de que la pleamar y la corriente arrastrasen el cuerpo sin vida de la ardeida aguas abajo.
A la mañana siguiente, pude comprobar que seguía enganchada en el mismo sitio. La suerte quiso que el caudal apenas variase durante la noche. Decidí entonces ponerme en contacto con Agustín Ferreira, presidente de la Asociación Naturalista Baixo Miño (ANABAM), entidad ecologista que lleva más de 25 años dedicada a la observación, estudio y protección de la naturaleza de esta comarca gallega. Manifestando gran interés en lo que le conté, Agustín accedió rápidamente a acompañarme hasta el lugar en el que se encontraba el malogrado animal.
Queríamos recuperar sus restos. El análisis del cráneo permitiría hallar perdigones alojados en su interior. Pero no iba a ser tarea fácil. Un inestable talud de tierra, barro y piedras hacía prácticamente imposible llevar a cabo esta labor sin correr riesgos innecesarios. La altura de la pared y un inoportuno resbalón podrían tener graves consecuencias... Varios intentos fallidos bastaron al experimentado naturalista para darse cuenta de ello. Así pues, apelando al sentido común, desistimos de nuestras intenciones.

En un lugar del Baixo Miño, de cuyo nombre no quiero acordarme...

Visón americano depredando sobre la carroña. //El Naturalista Cojo


Pero no se acaba aquí esta historia... Lo que para unos es el fin de un ciclo de su ciclo vital para otros no es más que un regalo inesperado. Cuando regresaba de dejar a 'Tin' en su casa, recibí un sorprendente mensaje de WhatsApp: "Manu, acabo de ver un visón americano depredando a la garza".
Una expresión contenida de asombro se dibujó en mi rostro. El remitente era César Blanco Árias, gran amigo y compañero en mis interminables jornadas de bicheo. Habíamos quedado previamente en aquella zona, con la fortuna de que nada más llegar pilló al exótico e invasor carnívoro dándose un verdadero banquete. Cuando nos reunimos comentamos lo sucedido. Estaba seguro de que si esperábamos un poco más volvería a sentarse a la mesa. Y no se equivocaba.
Diez minutos después, una sombra oscura caminaba con paso firme hacia la carroña. Automáticamente, César y yo enmudecimos para no molestar al comensal. Con su fino olfato, el visón venteaba el aire en busca de presuntos enemigos. Cuando por fin debió considerar que no había moros en la costa, comenzó a desplumar la pieza y a alimentarse de sus partes blandas, principalmente el vientre. Recuerdo perfectamente el sonido de las plumas separándose de la piel a dentelladas... La escena era sobrecogedora, propia de un documental de National Geographic.
De repente, el festín se vio interrumpido por la irrupción de otro invitado. Pero el legítimo propietario de la carne, que no estaba por la labor de compartir su botín, acabó por ahuyentar al intruso.

Las imágenes que pudimos grabar, ponen de manifiesto la tremenda voracidad de esta especie. Revisando los vídeos, entendemos perfectamente porque ha llevado a su pariente europeo al borde de la extinción en nuestro país.
Con todo el menú para él sólo, nuestro amigo no tardaría en saciarse... Aproximadamente veinte minutos después, el espectáculo había terminado.
Pero aquel secreto rincón del río todavía me tenía reservada una última sorpresa... Cuando ya me iba para casa, los chapoteos de las nutrias volvían a hacerse notar con fuerza. En el punto exacto en el que minutos antes pisaban los visones americanos, jugueteaban ahora por segundo día consecutivo las alegres nutrias. 
Sin pretenderlo, hemos podido constatar la coexistencia entre las dos especies de mustélidos. Podríamos afirmar, en este caso al menos, que son buenos vecinos, que se aguantan, y que, simplemente, se evitan.
Como veis, por razones obvias, hemos querido omitir la localización exacta, siquiera aproximada, de la pareja de nutrias. No queremos dar pistas a los amigos del plomo. Los mismo que, con toda seguridad, acabaron con la vida de la protagonista de esta nueva entrada de El Naturalista Cojo. 

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