He estado muy liada últimamente, y sigo estándolo porque tengo cuatro exámenes que se aproximan a la velocidad de la luz, pero tenía tantísimas ganas de escribir que no lo he podido evitar. A todas horas se me ocurrían nuevas ideas o frases con las que escribir una entrada y todas ellas me parecían geniales y originales, pero me daba una rabia increíble no poder parar ni unos minutos para escribir con calma algo que medianamente tuviese sentido. Quizá a nadie le importe, pero… esta semana he trabajado por primera vez (con contrato, quiero decir). Me han cogido en una elegante tienda de ropa de la cadena Inditex durante las rebajas. Tenía que contároslo porque me ha hecho mucha ilusión y porque gracias a eso ya me he vuelto a enamorar. Es broma, supongo que ya me iréis conociendo un poco y sabréis que suelo decirlo a menudo cuando conozco a un chico que me parece perfecto: guapo, divertido, inteligente y muy atento conmigo. Pero este es el chico, esta vez va de verdad. Y sí, parecerá una locura porque solo he trabajado con él durante dos miserables días, pero yo noto estas cosas. El contacto de su mano sobre mi hombro o rodeando casi imperceptiblemente mi cintura, su cariñosa manera de enseñarme cómo entallar un pantalón o una camisa con dos simples agujas, su media sonrisa que me derrite, su atrevimiento al desvestirse delante de mí mientras me seguía comentando lo que había hecho durante su descanso, lo bien que le quedan el traje y la corbata, ese constante estira y afloja que me vuelve loca, y su mirada, llena de vida cada vez que me felicitaba por algo que yo había hecho bien.
El último día de trabajo fue un poco triste porque no supimos ni cómo despedirnos ya que seguramente no volveríamos a vernos; es más, si yo no realizo un trayecto de hora y media para irle a ver a la tienda, él no vendrá a mí porque, por no saber, no sabe ni dónde vivo. Pero leí hace poco en un libro que si te dejas algo en un lugar, significa que volverás (más pronto o más tarde, pero volverás) porque has dejado una parte de ti allí, aunque no sea una parte importante, aunque solo sea algo que llevabas ese día en el bolso por casualidad. La protagonista femenina de la historia, desde que empezó a creer en ese truco mágico, siempre se olvidaba cosas a propósito en los lugares a los que quería volver, aunque dudo que surta el mismo efecto al tratarse de un acto premeditado. Y supongo que tendría que haber dejado cualquier tontería allí, una horquilla, una goma de pelo, mi pintalabios, pero en el momento ni se me pasó por la cabeza. Es muy fácil decirlo ahora. Sin embargo, ahora que lo pienso con más calma, recuerdo la pena que sentí al ver que se me caía un papel del bolso con unos números escritos a mano por él, un papel que una dependienta se llevó y guardó en su bolsillo, un papel que tal vez se quedó en esa tienda y que podría ser una pequeña esperanza para mí.
Sé que el título no tiene nada que ver con lo que he explicado, pero es que en dos días tuve tiempo de ver el caos que supone trabajar en una tienda en época de rebajas, y todavía más el primer día que empiezan. Pude comprobar por mí misma que es cierta la leyenda urbana de que las personas se comportan diferente cuando entran en una tienda y se convierten en clientes. Me encontré de todo: clientes de los que cantan, de los que te cuentan la vida de sus hijos, de los que te dicen «Hija, tú vas más perdida que yo», de los que se creen que por trabajar en una tienda de ropa eres una experta en moda, y de los indecisos que se prueban cosas durante una hora para no comprar nada al final. Estos últimos indecisos, cómo no, acompañados de toda la familia si hace falta: de la mujer y de la cuñada, una cuñada muy divertida que, tras criticar a mi encargada, me dijo: «Está en un mar de dudas, el pobre hombre» (haciendo referencia al marido de su hermana, a quien no acababa de convencerle ninguna pieza de ropa).