Revista Sociedad

En un reino muy lejano…. O no tanto…

Publicado el 15 julio 2014 por Salva Colecha @salcofa

Érase que no era, un reino muy lejano que tenía dos reyes y triple gasto. Uno de los reyes era joven y bien plantado, el otro un vejete jubilado entrañable, pero en el fondo igualitos. Dos versiones de lo mismo, una para monárquicos “nosferatuteenagers” y otro para los “senior”, así no discutían, todo un detalle. En este reino había un presidente plasmado, rodeando de unos consejeros psicópatas y un ministro del fisco con cara de vampiro de cine mudo. El ministro-Nosferatu se dedicaba, a las órdenes de su presi, a sembrar el terror entre los súbditos. Mientras, los monarcas callaban porque así se podían dedicar a seguir viviendo del cuento a sabiendas de que estaban amargando la existencia a los lugareños y que no contaban ya con demasiadas simpatías entre el vulgo.

El ministro sabía que no podía mejorar la situación porque el problema eran justamente ellos y su afán por llenar las arcas que guardaban en otros reinos. Pero el aprendiz de Drácula tenía que mantener las cosas de forma que pudiesen seguir arramblando los dineros de los plebeyos mientras ellos seguían dándose la vida padre.

Su jefe le mandó enchufar el exprimidor diciendo que “la cosa está muy chunga”, que “los malvados que se han ido nos han dejado un solar” y repetían que “cuando mejore la cosa, pues si eso, mejorará para todos”.

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Pero apretó y apretó hasta niveles en los que los niños del reino ya no podían comer decentemente, los trabajadores no podían trabajar dignamente y los que lo conseguían se partían el espinazo sólo para pagar unos impuestos que les perseguirían hasta cuando dejasen de trabajar ya que el horrendo gobierno decidió cobrar también por la desgracia de perder el empleo.

La alegría en las calles desapareció, todo eran caras largas y el descontento se fue adueñando de las buenas gentes del reino. Aunque falseaban las estadísticas ya nadie compraba, ya nadie perdía la cabeza en las rebajas, las tiendas cerraban y la gente se daba cuenta que mientras ellos se arruinaban los ricos cada vez lo

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eran más y más. Empezaron, a pesar de que se crearon leyes mordaza, a votar y aclamar a gente que amenazaba con romperles el tinglado que tenían montado y se olía en el ambiente, especialmente el día de la proclamación del segundo de los onerosos monarcas, que los lugareños estaban hasta las mismísimas narices, por cierto ya del tamaño de trompas de elefante.

En el consejo del malvado presidente decidieron que era el momento de hacer algo para que no los tirasen por la ventana. Debían empezar a soltar la mano porque, de lo contrario, se les acabaría el chollo. Desde palacio empezaron a decir que devolverían parte de las ayudas que quitaron diciendo que lo hacían porque son buenos, lo habían hecho bien y como son cumplidores mejorarían los habitantes del reino…

Dijeron, a pleno pulmón e hinchados como pavos, que era necesario regenerar la democracia y que eso era recuperar la

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confianza en las instituciones y los políticos. Despreciaron, una vez más, a sus gobernados pensando que su inteligencia era equiparable a la de las ovejas y que no repararían en que eran ellos mismos los que la habían deteriorado. Eran ellos los que día si y día también declaraban ante algún juez que se atrevía de manera suicida a afearles la conducta. ¿De verdad pensaban que colaría decir que quienes se lo han cargado todo para forrarse se volverían decentes y honrados como por arte de magia?.

Al final, dicen que esta legión de manirrotos que se adueñó del reino, dejó las cosas en el mismo punto que se quedaron con la marcha del anterior mandamás al que tanto difamaron y demonizaron (puede que con razón) … Nos han tomado el pelo? Yo diría que sí.


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