Revista Cultura y Ocio
La encontró después de muchos años en una librería. Su mano algo temblorosa parecía sostener un triste manual de autoayuda. Dudó. Quizás no fuera ella, no podía serlo. Aunque si lo fuera debería invitarla a tomar un té pensó. Estaba no tan sorprendido como lejos. La recordaba como en una foto de aquellos años. Muy garbosa, esbelta, con la magnificencia de lo prohibido. Gentil y casi envuelta por un aura mística. No eran tan jovencitos y ella ya conocía a Nietzsche como si fuera su hermano. Y no por casualidad. Su padre era un pastor luterano que pensaba que sus hijos debían acercarse a la filosofía de la mano del hijo de otro pastor. Quien mejor que Nietzsche en ese caso cuyo padre también lo era.
Quería acercarse y dejar de lado eso que le provocaba verla, ya habían pasado años pero aun así se sentía un minusválido frente a la suposición de haberla encontrado. Caminó entre los libros sofocado buscando el que le daría la gran oportunidad. Lo encontró. Tapa dura. Impactante. Leyó dos o tres frases que trató de memorizar tales como “"El verdadero hombre quiere dos cosas: el peligro y el juego. Por eso ama a la mujer: el más peligroso de los juegos" (Así hablaba Zarathustra). Y perfiló hacia ella con el libro bajo el brazo dejando adrede deslizar su título.
Tuve que haberle hecho caso a Enoc Muñoz, no en todo, en algunas partes como cuando dice “ahora que hemos leído el mismo libro tal vez nos parezcamos un poco más”. No sé si hubiera sido lo apropiado pensar como él que “de una mirada a otra hay toda la noche del mundo”, pero me hubiera ayudado bastante, de eso estoy casi seguro. Podría haberme dedicado a ser escritor y no contador público sólo para romper el mito. Ese mito de que todos los escritores tienen que ser seres raros como salidos de una probeta. Soñadores de bolsillo o burgueses mantenidos que se retiran a una isla de las Cícladas para impregnarse el alma, sino gente común que transpira la vida en el caso que deseara caminar por las callejuelas de la fértil Naxos y disfrutar de unas buenas patatas con aceite de oliva y frutos frescos del Mediterráneo. Tan comunes que ahorrarían sus gotas de sudor para arriesgarse a quedar atrapados por los vientos fuertes de Naxos sin poder visitar Santorini o Miconos.Pero no lo hice y estoy acá mirando la sombra de Pepa que sigue temblando en mi temblor, como cuando me enteré que su hermano había muerto.
- ¿Hola Pepa, te acordás de mí? Soy Ignacio el que te ayudaba con las tareas de contabilidad que tanto te angustiaban. No he cambiado tanto Pepa, soy Contador Público pero ahora leo a Nietzsche, lo ves, acá tengo su libro.- Hola Ignacio creo que me confunde, no soy Pepa y jamás leí a Nietzsche, capaz algún empleado lo pueda orientar en lo que está buscando.
Él se dio cuenta que ella lo recordaba, pero el tiempo había cambiado todo, ya no leía al hijo del pastor luterano y quizás el temblor fuera ocasionado por el oneroso costo del libro de cocina que llevaba entre sus manos, bellas como siempre. Y prefirió callar confirmando la sentencia de Enoc “tal vez ahora hablemos de la misma ausencia, del mismo libro que nos separa” Y supo que aunque uno los vuelva a hojear párpado a párpado, los libros son siempre peligrosos.