Corren tiempos electorales y los plazos en el calendario se van cumpliendo. Una vez definidos los candidatos a la presidencia de la República, llega la hora para el Congreso. Hace apenas unos días, los partidos políticos dieron a conocer el nombre de sus candidatos para integrar el Senado y la Cámara de Diputados.
Y la foto que nos presentan deja mucho que desear.
En algunos casos, parece un retrato de hace treinta o cuarenta años. En otros, destaca la presencia de esposas, primos o cualquier cantidad de parientes de los líderes en turno. También aparecen subordinados cuyo único mérito es una lealtad a toda prueba hacia el jefe, cercana a la humillación.
Hay otros ejemplos que rayan en el absurdo: líderes sindicales identificados con las más viejas prácticas de corrupción de este país; alcaldes acusados de extorsionar a empresarios, nominados debido a que controlan la estructura partidista y que van presumiendo su impunidad; políticos que pretenden representar estados que nunca han pisado; un antiguo secretario de Gobernación acusado de realizar un gran fraude electoral, que ahora se presenta por el partido que fue víctima de dicho embuste, y un largo etcétera.
Hay que señalar el rechazo de nuestra clase política hacia la renovación generacional y su apego a la familia y al clan: rasgos completamente premodernos y ajenos a la democracia. No hay rastro alguno del ciudadano común, y lo que es peor, tampoco hay rasgo de sus intereses.
La falta de confianza de la clase política hacia la sociedad –y viceversa— es evidente. La distancia que separa a unos y otros se amplía día con día. Únicamente 19 por ciento de los mexicanos confían –mucho o algo— en los partidos políticos, lejos de la confianza que depositan en el Congreso, en los jueces o en el propio Ejecutivo. En consecuencia, menos de uno de cada cuatro (23%) declara algún grado de satisfacción con la democracia de este país.
Ante este panorama, no es de extrañar que recurrentemente surjan voces –cada vez más potentes por cierto— pidiendo que se vote en blanco, como una forma de protesta por la actuación de nuestros partidos.
¿Y si mejor les quitamos el monopolio de la representación política?
Publicado en SinEmbargo.mx, 5 de marzo de 2012