YES
Estadio Luna Park, Buenos Aires
19 de noviembre de 2010
A no ser por el breve paso del suizo Patrick Moraz por las filas de Yes a mediados de los ’70, todo parecía indicar que el lineamiento estabilizado desde 1973 -Anderson, Howe, Squire, Wakeman, White- quedaría por siempre retratado en el cuadro del Yes clásico.
No en la práctica al menos. Los ’80 y ’90 depararon un agitado tráfico de recursos humanos que hasta dieron lugar a la existencia paralela de dos Yes (no puede negarse que son originales!) antes de que ya para esta década el ímpetu decantara bajo el peso de los años de los protagonistas y por un breve lapso, allá por 2002-2004, volviéramos a disfrutar del lineamiento clásico.
Hubiera quizás perdurado la formación histórica si serios problemas de salud en 2008 y posteriores desavenencias nunca debidamente aclaradas al público (como suele suceder, bah) no hubieran sajado la estructura dejando afuera al par Jon Anderson-Rick Wakeman de los 3/5 restantes. Es así como los últimos estentores de la década encuentran una vez más a un Yes desparramado, con Anderson-Wakeman girando por un lado y Squire-Howe-White + nuevas jóvenes adquisiciones por el otro.
Ese era precisamente el quid de la cuestión tan pronto nos enteramos de que el remozado Yes se lanzaba por el mundo en febrero del 2009 y en el marco de la "In the Present Tour": las "adquisiciones"... por entonces provisorias, hoy por hoy... ¿definitivas?
Nunca fue fácil calzar los zapatos de Anderson-Wakeman, pero por el lado de las teclas esta vez la herencia jugó un papel clave: el hijo mayor de Rick, Oliver Wakeman, que ya colaborara con Howe en varias ocasiones, es parte del nuevo Yes desde el 2008. Sin embargo, el puesto de Anderson fue cubierto de un modo por cierto insólito y vaya uno a saber el destino del canadiense Benoit David y su banda tributo de Yes si Chris Squire no se hubiera apercibido de sus cualidades vocales mientras navegaba por YouTube...
Hete aquí que a fines de octubre pasado muchos nos enteramos de sopetón de que la oleada de la prolongada "In the Present Tour" se venía nomás por estos recónditos vericuetos. El primer escenario barajado y confirmado fue el Luna Park de Buenos Aires y allí corrimos a reservar nuestra entrada vía online, en la suposición de que sería este el único escenario argentino del itinerario.Los apurones y la nula información oficial se tradujeron en un generoso caos entre fans -nadie duda del arrastre que tiene la banda por estas latitudes- y recién a último momento se supo que los muchachos iban a pasar casi 3 semanas completas girando por América del Sur. Una fecha en Venezuela, una en Chile, una en Paraguay, dos en Brasil y cinco en Argentina fueron los eventos confirmados.
Por ende, menuda sorpresa hube de llevarme con mi entrada para el Luna Park ya en mano cuando llegaron las noticias de que Yes haría puerto también en Córdoba (en el Orfeo!), Rosario, Mendoza y nuevamente Buenos Aires, esta vez en el Gran Rex. Feliz circunstancia que ahora convierte a Yes en otro de los selectos popes de la progresiva británica que han osado perforar las barreras de la Gral. Paz para darse cuenta de que la Argentina continúa más allá de Buenos Aires.
Doy fe de que había gente esa noche del pasado 19 de noviembre en el Luna Park. Mucha. Más aún que la convocada por la Carl Palmer Band. Varios factores colaboraban, de hecho: era viernes, la capacidad del estadio Luna Park es casi el doble de la del Gran Rex y... hay que admitirlo, aún cuando a muchos no nos apetecía la perspectiva de un Yes sin Anderson y sin Wakeman padre, el poderoso titán sigue siendo un grupo con todas las de la ley. En cambio, ELP es un coloso fragmentado y evidentemente Keith, Greg y Carl por separado nunca convocarán las masas que lograron juntos. Sin vueltas: es así porque "La unión hace la fuerza", dice el refrán.
Ciertamente retrasado de la hora de inicio anunciada, Yes irrumpió en fila india por el lateral izquierdo del escenario bajo aplausos atronadores y rápidamente en sus puestos arrancó con un muestrario de perlas que para nos en particular, fans a rajatabla de la época dorada 1968-1975, habría de traducirse en deleite pleno porque precisamente esa fue la época que el quinteto barrió casi en exclusiva durante sus dos horas de espectáculo.
Las consecuencias de una ubicación oblicua y alejada del escenario ($$) no me regalaron las panorámicas en primer plano que había disfrutado con la Carl Palmer Band... aunque serán motivo más que suficiente para procurar mejores asientos la próxima vez. Sin embargo, Yes se deja escuchar tanto como se ve -particularmente en esta ocasión donde la puesta en escena sólo consistió en efectos de luces y nada más- y bueno, el convite viene servido en su mejor sabor.
El contrapunto entre dos generaciones de músicos sobre un escenario no traza línea divisoria alguna porque hemos visto más vitalidad, fuerza y empuje en el trío sesentón (Howe-Squire-White) que en los dos más jóvenes. Y eso es tal vez porque mientras los dos nuevos integrantes lucen más modestos, Alan White deja el físico en su batería, Steve Howe alterna entre guitarras y su slide Fender con asombrosa recurrencia y Chris Squire pasea por el escenario con sus blancos cabellos al vuelo y como si en lugar de su endemoniado Rickenbacker -que vaya si nos hace trepidar el espinazo, tal como me habían advertido- tuviera un juguete que hace sonar como se le antoja.
A sus 44 años Benoit entona bien, frasea como Anderson con el mismo pitch vocal y se defiende decentemente ocupando gran parte del hueco que le tocó llenar, apoyado siempre por la backing voice de Chris (Steve ya no se anima) que con frecuencia termina conformando un eficiente dueto vocal. Armado con una ocasional guitarra acústica o una pandereta, Benoit enfrenta el micrófono con tono seguro y ensaya pasos de baile con mutis por el escenario cuando da lugar a los prolongados pasajes instrumentales que detenta casi todo el repertorio de Yes. No hay duda de que el canadiense sorprende (al menos en vivo) y contrariamente a nuestros pálpitos agoreros convierte la aventura de escuchar a un Yes sin Anderson en una deliciosa experiencia que, hay que confesarlo, muchos no esperábamos vivir.A sus 38 años Oliver es el fiel retrato del padre cuando descubrimos a Yes allá por mediados de los ’70. No sólo por el parecido físico y los largos cabellos rubios que caen de su cabeza como spaghettis, sino porque cuando los problemas técnicos permitieron al fin percibir sus teclados con más claridad, los arreglos sonaron con el típico sello wakemaniano. Uno podría introducirse en el túnel del tiempo dejándose llevar al son del compás marcado por sus teclas y seguramente encontraría al viejo Rick en el otro extremo del recorrido. Ojo, está claro que Oliver no es el padre, pero como buen Wakeman... se le parece bastante.
Para los que crecimos en el prog-rock de la mano del Yes de sus primeros 7 álbumes, la setlist no pudo estar mejor diseñada porque rodó por esos terrenos para detenerse largo y tendido en "The Yes Album", "Fragile" y "Close to the Edge". "Siberian Khatru", "I’ve seen all the good people", "Astral traveler" (de "Time and a Word"), "Perpetual change", "And you and I", "Heart of the sunrise", "Roundabout" (bis 1) y "Starship trooper" (bis 2) son las gemas de los ’70 que se intercalaron entre el clásico "Owner of a lonely heart" (de "90125") y dos vibrantes bandas del álbum "Drama", "Tempus Fugit" y "Machine Messiah".
Sólo Steve Howe tuvo su propio lucimiento en solitario, con "Mood for a day" / "The clap" entonadas en estupendas versiones en su guitarra acústica, mientras los demás colaron sus solos durante el transcurso de ciertos números. Y aunque nos quedamos con las ganas de que Chris nos ofreciera su "pescado" tal como sabe cocinarlo en su bajo, este showman nos regaló su presencia en el escenario, que no es poco.Al término del segundo bis el Luna Park era un hervidero de "ooos..." y "bravo", ovaciones de pie y cánticos de afecto para una banda que en la Argentina tiene su taquilla asegurada, venga con la formación que venga.
Al menos en eso nos quedamos pensando mientras a la salida, y subiendo por la calle Corrientes, sorteábamos los posters, remeras y demás souvenirs que un puñado de puesteros callejeros, probablemente con poca noción de que "Yes" es algo más que "Sí" en inglés, habían acomodado sobre la vereda.
Y con un poster bajo el brazo comprendimos que más allá de cualquier preconcepto, este Yes no sólo alcanza la altura suficiente para sostener un mito que no en vano se ha prolongado por más de cuatro décadas, sino también parece haber encontrado el anclaje perfecto para mantenerlo intacto por los años que vendrán.
- En Vivo x 2 - Parte I: Carl Palmer Band