¿Está la tecnología transformando nuestro cerebro? ¿Es capaz el exceso de información de sobreestimular nuestro sistema nervioso por encima de sus límites? ¿Sufrirán los niños nacidos en la revolución tecnológica las consecuencias de sus hábitos cibernéticos?
Hace entre 10.000 y 15.000 años éramos aún cazadores recolectores enfrentándonos a un proceso de sedentarización brutal y sin precedentes. Desde entonces no hemos parado de evolucionar y utilizar tecnologías que con cada generación aumentaban su complejidad. El ser humano ha ido absorbiendo con naturalidad y normalidad estos avances paulatinos. De hecho, la adquisición y dominio del lenguaje escrito debió suponer para los cerebros de nuestros ancestros un nivel de estrés similar al que está suponiendo la adaptación a las tecnologías telemáticas. El mismo hecho de utilizar la comunicación oral y el lenguaje articulado supusieron una serie de transformaciones sin precedentes de la que no nos arrepentimos, si no que aceptamos con naturalidad como algo propio de nuestra especie.
Por otra parte, la tecnificación no deja de ser un cambio más dentro de un proceso socioevolutivo multidimensional, y no es necesariamente el más perjudicial. Por primera vez en la historia de la humanidad, homo sapiens es capaz de conseguir todas las calorías que desee sin necesidad de invertir ninguna energía para ello. Esta situación ha generado una proporción de obesidad preocupante en occidente en términos estadísticos. En consecuencia podríamos y deberíamos preguntarnos, antes de cargar tintas contra la transformación cibernética ¿Es más perjudicial el uso de tecnologías de la información que la obesidad o la contaminación?
Como parte de un constructo cultural, nos vemos obligados a asumir una serie de compromisos a cambio de unos servicios. Y si queremos formar parte del sistema, algo incuestionable al no existir dentro del sistema cultural occidental vías de subsistencias ajenas al propio sistema mayoritario, debemos jugar dentro del mismo utilizando las reglas y códigos comunes. Ni más menos. Así pues, en una sociedad digital, partiremos de mejores opciones de competitividad, puro darwinismo social, en tanto en cuanto dominemos los códigos sociales. Y dominar el mundo digital es una apuesta insoslayable.alfonsovazquez.comciberantropólogo