La pasión que siento por quienes algún día decidieron autodesterrarse sólo es conocida por quienes más me acompañan. Es una pasión que nació, en mis tiempos juveniles, cuando el tiempo todavía deambulaba a mi alrededor, con la lectura de la novela fantástica y misteriosa del ilustrador Alfred Kubin. La novela, algunos conoceréis, lleva por título La otra parte. La historia es la historia del encierro voluntario de un dibujante que quiere retratar la belleza del mundo, pero que se encuentra con que, en realidad, no había mundo que retratar. No es muy conocida pero todavía accesible en librerías de barrio y redes bibliotecarias. Una maravilla. Del autor, eso sí, hay varios portales dedicados a su obra pictórica. Una de mis compulsiones: volver a ella y a sus imaginarios ya no sé si para tomar oxígeno o para infundírselo al autor.
La otra parte me llevó a otras dos novelas, muy dispares, pero muy simétricas: Eumeswil y Heliópolis. Ambas de Ernst Jünger. En la primera, un historiador, llamado Venator, encuentra en la tiranía del Cóndor una ocasión para liberarse de una sociedad demasiado castigada para creer en sus promesas. No deja que nada le comprometa, y así cree, ilusamente, conservar indemne su libertad. Una voluntad de resistirse al olvido le sitúa en el lugar desde el que todo pasa sin afectación pero, por ello mismo, con objetividad suficiente para capturarlo. Maravilloso ejercicio. Heliópolis, en cambio, es la recreación de la metafísica shopenhaueriana del amor, o de la voluntad de vivir, o de amar, y de ser más. La idea, tan heredada, es que el amor es inmune al Mal. Interesante. Y si no ved esta versión de la ópera de Fidelio. El amor, siempre fuente de perdón.
Ayer descubrí a otro de los grandes, Nathaniel Hawthorne, autor de otros encerramientos, como el de Wakefield, que actúa por una extraña "morbosa vanidad". Descubrí en él también parte de mí, y de todos. La reflexión final es reveladora, y bien podría haber encabezado el relato: En medio de la aparente confusión de nuestro misterioso mundo, las personas están tan pulcramente adaptadas a un sistema, y los sistemas engarzados entre sí y a un todo, que si una persona se ausenta por un momento, se expone al aterrador riesgo de perder su puesto por siempre, pudiendo llegar a convertirse, como le sucedió a Wakefield, en el Desterrado del Universo. Y lo podría haber encabezado porque la historia es la de un hombre que entiende que sólo saliendo de su vida puede causar cambios en ella. ¿Cómo podría ser de otro modo cuando la identidad ya nos fue robada? El juicio es, también, el de Melville y su Bartleby, y el de tantos otros hombres medios y corrientes que ven en el destierro la única forma de sentirse parte de algo. ¿Será nuestro caso?
Quinto día de encerramiento.