Me siento en la barra y pido un mojito, no tengo ganas de beber alcohol pero tengo sed y estoy en un bar, no hay nada más refrescante que un buen mojito de Havana Club. La música está alta pero es agradable, las luces permiten ver el resto de la gente en las mesas aledañas por momentos. La temperatura acondicionada artificialmente contrasta con el abrazador calor que impera en esta época en las calles de La Habana.
Mientras espero a unos amigos comienzo a detallar el panorama.
En la barra solo 3 personas más: un joven de tez oscura y brazos fuertes con gafas de intelectual y pinta de estar esperando por los amigos como yo, un hombre de unos 50 de pelo cano con un acento más que gracioso ridículo el cual impresiona turista en plan búsqueda y captura y la tercera persona un hombre joven como yo que mientras mira en la gran pantalla frente a el videoclip de turno toma de un sorbo grandes cantidades de ron.
Me fijo en los momentos de luz en las mesas, el espectáculo es grandioso: por allá un grupo de turistas europeas todas rubias y recatadas buscando a grandes saltos embriagarse totalmente, un grupo de cubanos celebrando la llegada de uno de ellos del extranjero y propagando a gritos con sus acciones la bonanza económica de la que gozan, cerca de ellos un grupo de unos 10 o 12 estudiantes universitarios entre los cuales me llama la atención unos rizos rubios y desordenados.
Aquella silueta me parece conocida, presto toda la tención posible y logro verla allí de nuevo, la chica con la que me encontré de casualidad hace 1 semana cruzando la cebra. Comienza a subirme la adrenalina y mi corazón a agitarse.
Pienso: “si se supone que yo soy el cazador, entonces, ¿porque los nervios?” Pero recuerdo que en la selva todos los días si eres gacela o león debes levantarte y prepararte para correr; si eres gacela para escapar, no ser comida y poder vivir; si eres león para cazar, comerse la gacela y vivir.
Empiezo a trazarme un plan de ataque, uno demasiado sofisticado, mientras aquella belleza de rizos rubios se dirige a la barra, la reparo con la mirada de arriba abajo, me centro en mi trago, lanzo una mirada de reojo asegurándome que se dé cuenta, vuelvo a centrar la vista en mi trago.
Cuando siento que me tocan el hombro y una vida suave y dulce me dice: “¿tú no eres el chico del otro día en la cebra?”…