Me quedo sorprendido, descolocado, me ha dejado fuera de lugar pero haciendo gala del galán que intento ser, me trago el asombro mientras riposto:
¿Disculpa? ¿Nos conocemos? Tú me llamas muchísimo la atención, me pareces familiar pero no descubro de dónde.
Nos cruzamos algún día en el paso cebra cerca de la universidad, bueno si no estoy confundida me parece que eras tú – me dijo un poco molesta.
Me encantan estas mujeres del siglo 21 que lejos de tabúes moralistas y de mitos sociales son arrojadas y decididas.
¡A ya! Ahora recuerdo. ¡Eres la chica que me crucé hace unos días! ¡Es que no te reconocí! Debe ser el ambiente, el humo y la iluminación de este bar. – le contesté mientras notaba que juntaba lentamente las manos a ambos lados de su cuerpo hasta unirlas las dos entrelazando sus dedos (estaba presentando un gesto clásico de pena, de arrepentimiento o de búsqueda de aprobación, mientras yo rezaba que no fuese lo segundo).
Es que mis amigos y yo estábamos jugando a reto o verdad, escogí reto y me propusieron venir y charlar un rato con alguno de los hombres de la barra. Te soy sincera: el de las gafas parece gay, el de la esquina después de beber tanto está cerca de caerse de la silla y con el cincuentón ¡ni pensarlo! Así que solo me quedabas tú – decía, mientras yo solo atinaba a esquivar mi mirada de sus labios e intentar prestar atención a sus palabras.
Al decir lo último me puso un poco a la defensiva, había pasado de creerme el rey del mundo a ser un tuerto en país de ciegos.
¿Qué edad tienes? – pregunté – ¿Cómo te llamas?
Tengo edad suficiente para estar a esta hora en este bar hablando contigo – respondió un poco a la defensiva – y me llamo Rosa.
¡Qué bien! ¿Trabajas o estudias? – pregunté nuevamente.
Estudio en la Universidad, estoy en último año.
¿Qué estudias? – volví a preguntar.
¡Oh, cuantas preguntas! No respondo ni una más, tú debes ser periodista imagino. – respondió súbitamente en un intento por tomar la iniciativa.
No, no soy periodista, en mi profesión nos enseñan a preguntar mucho más. Soy médico. Pero bueno, olvidemos todo eso, ya hablamos como querían tus amigos, ya puedes volver con ellos – intentaba sonar desinteresado – o quedarte un poco más, si quieres.
Rosa encoge instintivamente su labios y los retrae hacia un lado, simultáneamente se encoge de hombros (demostrando aceptación).
Lo siento pero mis amigos me esperan – espetó.
Era linda aquella discordancia entre sus gestos y sus palabras, tenía yo un conflicto inmenso. ¿Qué hacer? ¿Dejarla ir? O lanzarme al vacío confiando en su lenguaje extra verbal y en mi instinto.
De pronto un fuerte ruido interrumpe la escena, delante de mí se encontraba Rosa empapada en ron. Resulta que nuestro vecino de la barra había tropezado y esparciendo el contenido de su vaso sobre todos los presentes. A mí solo me cayó algo en la camisa, a Rosa en cambió le santiguó la mitad derecha de su cara corriendo de forma artística el maquillaje de sus mejillas y de sus ojos.
Inmediatamente el encargado de seguridad se encargó de levantar a nuestro vecino quien sin resistirse salió del Bar.
Aquel incidente había distorsionado todo, nos había fracturado la noche. Enseguida saqué el pañuelo que siempre llevo en mi bolsillo y se lo cedí a la chica que caminaba hacia el baño junto a tres de sus amigas.
Como no podía seguirle al baño para damas permanecí en la barra, llamé a mis amigos quienes me informan que me esperaban en otro bar. Decido a marcharme, antes pido el último mojito.
Allí eran buenos, se podía saborear el olor de la hierba buena macerada dentro del ron Havana Club, no estaba ni muy dulce ni muy fuerte, justo con el toque perfecto, comienzo a consumirlo aceleradamente mientras cierro en mi mente el capítulo de Rosa. Nunca vale la pena detenerse a pensar en lo que pudo haber sucedido y no sucedió.
Mientras termino mi trago bebiendo el último sorbo a través del fondo de mi vaso veo las siluetas de Rosa y sus amigas que salen del Bar. Corto mi trago, pido la cuenta y la liquido rápidamente.
Apurado salgo del Bar, estoy decidido a dejar ancla con ella.
Salgo a todo motor, al abrir la puerta veo uno de esos almendrones (coches norteamericanos de los años ´50), un Ford creo salir del parqueo lateral al bar seguido de dos coches un poco más modernos. Escudriño con la vista todo a mi alrededor y ni pista de los rizos rubios. Asumo que se marchó en uno de aquellos coches, la casualidad me la puso a tiro y la dejé ir.
Socio mira pa´ca!
Parece que es conmigo volteo y está el encargado de seguridad, un hombre mestizo bastante alto y con cara de pocos amigos.
¿Qué bolá? ¿Qué pasó? – le respondo al más puro estilo cubano.
Brother, la jevita (en Cuba es el equivalente a chica) me dio esto y me dijo que se lo devolviera a un tipo que estaba en la barra que por la descripción debes ser tú – me dice en tono picaresco.
Coño (en Cuba se usa como expresión ordinaria esta palabra), gracias – respondo.
Me da un pañuelo que enseguida reconozco, pues es el que le cedí a Rosa. Noto que está lleno de pintura labial y polvos cosméticos. Lo desenvuelvo y noto que hay algo escrito: “58735475 – llámame. Rosa”
Quizás nos volvamos a encontrar.