El hombre se emociona. Mientras le cuento sobre mis libros, que los escribo, los publico y recorro después la ciudad, se emociona de una forma inesperada para mí, hasta las lágrimas. Me agradece por lo que hago. Yo no sé qué decir. Intento explicarle que lo disfruto, que me gusta salir todos los días y escribir y todo eso, que tiene su dificultad pero como cualquier trabajo; le digo que no me siento un altruista ni mucho menos (si hay algo a lo que le escapo es a la pose y la demagogia: es lo que es, nada más). Y él me vuelve a agradecer y me da la mano de manera especial, y me pone la piel de gallina. Casi que me emociona a mí.