En el tinglado de fantasía que cubre y reviste de aparente seriedad nuestra feble y simpática occidentalidad, se encuentra un espacio especial para las encuestas de opinión. Estas herramientas se utilizan como la verdad definitiva para retratar, o como les gusta decir de manera cursi a los periodistas, darnos una fotografía del momento, de lo que piensa la gente con respecto a ciertos temas de “interés”.
Por lo general, se le pregunta a la gente qué opina del gobierno de turno, sobre futuros candidatos presidenciales o cosas que se deberían hacer o no para “mejorar” el país, entre otras “bienintencionadas” preguntas. Sin embargo, las metodología utilizadas para dichas encuestas, nunca se dan a conocer, y pasan a tercer o cuarto plano cuando la conclusión de dichas encuestas son del tipo: Peor aprobación en la historia de un presidente, o, mejor aprobación en la historia de un presidente.
Para el noble oyente o lector de dichas conclusiones, que las vio publicadas por ahí luego de que algún editor de algún medio de comunicación viera sus dedos hacerse agua en el apremio de publicar antes que el resto algún rimbombante titular del tipo: “LA PEOR EVALUACIÓN EN LA HISTORIA DE UN PRESIDENTE”, “LA GENTE PIDE MÁS SEGURIDAD”, “EL PRESIDENTE MEJOR EVALUADO DE TODOS LOS TIEMPOS”, etc. No analiza más allá del titular, y no tiene por qué hacerlo, tal vez no tiene tiempo, anda apurado, qué se yo. Sin embargo, lo negativo de estas sesgadas conclusiones, (convertidas en grandilocuentes titulares), es que el lector desinformando pasa a repetir lo mismo, y en consecuencia, se convierte en una caja de resonancia de una encuesta que, perfectamente, podría no ser cierta, con conclusiones tendenciosas y preguntas capciosas, que tal vez, no tengan nada de certeras. Todo lo cual da como resultado la formación de una opinión que pasa de no representar a nadie, a crear la sensación de que sí representa a una supuesta mayoría encuestada.
¿Cuál es el problema con todo esto?
Que muy pocos se dan cuenta que las encuestas no son de opinión, sino que moldean la opinión. Por lo general, entrevistan a un puñado de personas (si es que de verdad entrevistan a alguien) y concluyen cosas que deberían ser representativas de toda la población. Sin embargo, nadie repara en el hecho de quién está detrás de la encuesta: ¿se trata de un grupo afín al gobierno de turno, al bando opositor? ¿Quién se beneficia con tales o cuales resultados? Y lo que es peor, un auto ungido vocero de las conclusiones de la encuesta ofrece una conferencia de prensa, y de paso, entrega sus consejos a la clase política sobre lo que la gente piensa, y lo que ellos como como gobernantes deberían hacer¿?. ¡El mundo al revés!
¿Dónde elegimos a un vocero para que hablara por nosotros? ¿Dónde votamos para que las encuestas fueran nuestro método de canalizar nuestras problemáticas sociales?
Por eso digo que un tinglado de fantasía moldea nuestra occidentalidad, pues estamos regidos por puros supuestos, nada en concreto. Gente que nadie eligió, habla, y tiene más poder que todos nosotros juntos, y se da el lujo de interpretar en base a números y gráficos, nuestro sentir, siendo que, probablemente, todos esos números y gráficos ¡son falsos! ¿Qué cultura civilizada se permitiría tales aberraciones? Solo la nuestra.
Que se le de tanta importancia a las encuestas me parece ridículo, pero lo comprendo. Solo en base a “supuestas” metodologías matemáticas y científicas se podría sostener un sistema tan poco científico y matemático como el que rige nuestros destinos. Todavía hay gente que se escuda en la “ciencia” para defender posiciones de poder que ni los más razonables sostendrían. Es comprensible su locura.
Por Pablo Mirlo