Han vuelto las lamentaciones tras la aparición del World Happiness Report 2018, el informe mundial sobre la felicidad en 156 países del mundo, en el que España aparece en el número 36, con 6,310 puntos de diez.
El primero, Finlandia, tiene 7,632, pero España también está por debajo de los hispanohablantes Costa Rica, México, Chile, Panamá, Argentina, Guatemala y Uruguay, muchos de cuyos habitantes emigran ahora a este infeliz país.
También están por delante quienes empíricamente demuestran mayor infelicidad, como puedan ser los siempre disgustados belgas o los/las habitantes de Qatar, Arabia Saudita o Malaysia.
La encuesta, elaborada por seis analistas independientes que advierten que no representan a la ONU, y que basan sus trabajos en antecedentes nacionales e internacionales, mezclan datos objetivos, como el PIB per cápita o la expectativa de vida, con la generosidad personal o la percepción de la corrupción.
Y no contabiliza que el número de suicidios en la feliz Finlandia es 20,6 por cada 100.000 habitantes y en España 8,2.
Numerosos estudios señalan que los españoles están influenciados más que en otros países por el alarmismo de los medios informativos, especialmente las televisiones dedicadas a las malas nuevas.
Lo que lleva a grandes masas a negar la existencia de libertades civiles superiores a las de democracias como la estadounidense. El nuevo presidente catalán afirma, y seguramente creyéndoselo, que estamos ante “una emergencia humanitaria”, como en Siria.
Las encuestas tienen un objetivo, y no siempre el de informar. Si hay que despertar o adormecer a la gente se plantean unos u otros cuestionarios.
Lo mejor es fiarse poco de lo que afirman, por ejemplo, las que dan a Ciudadanos como vencedores en unas futuras elecciones generales: quizás estén tendiéndoles una trampa para hacerlos después sumamente infelices.
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