Jacques Becker, ensimismado
Con ciertos ecos del Barranca de "-only angels have wings" de Howard Hawks - un referente para él mucho antes de convertirse en un amigo y en este caso no sólo por ese film: a lo largo de la película, temas y rimas de, al menos, "Scarface", "Barbary coast" y "Ceiling zero", aparecen aquí y allá; por no hablar de los momentos en que prefigura "The big sleep" -, esta imaginaria localización, centro o sudamericana, permite ver al Becker más jovial y divertido, en ese ínterin en que el cine de gángsters se empezaba a estilizar hasta convertirse en cine negro.Como el joven Nicholas Ray que a la vuelta de unos pocos años plantará la cámara delante del conflicto entre inexpertos absolutos y veteranos enfilando el amargo final, Becker conmovedoramente tampoco "se decide" entre los brillantes inspectores que juegan a cobrarse su primera gran pieza y los malhechores, para los que todo es muy serio.
Desde luego que lo es para la chica (Mireille Balin), enamorada del inteligente Clarence (Raymond Rouleau, que un par de años después acaparará el protagonismo de "Falbalas") y para su hermano y viejo camarada del forajido asesinado, un Pierre Renoir con poco tiempo ya, al que no juzga ni caricaturiza. Estimaba Becker demasiado la dignidad para permitírselo y de alguna manera así ayuda a continuar un bonito retrato iniciado por Jean Renoir en el 34, cuando empleó a su hermano mayor para "hacer un aparte" en el mito flaubertiano de "Madame Bovary".
Es una fluidez griffithiana, tan cómoda entre esos dos tonos, alegre y grave, la que envuelve las imágenes, tan diáfana que me temo ha costado advertir cuanto tiene de majestuoso el estilo de Becker, integrador de la puesta en escena con sus encadenados desde o hacia el fondo del plano, su habilidad para mostrar cómo miran sus personajes, la entidad que es capaz de conferirles con los diálogos sin necesitar que acudan a frases memorables.
Un elemento muy palpable de celebración total tiene "Dernier atout", como tendrán unos diecisiete o dieciocho años después los primeros films de los críticos de Cahiers, un júbilo por escribir, rodar, montar, pulir y hacer funcionar un sueño, con lo que resulta lógico que lo mejor del film esté en una media hora final absolutamente magnífica, que además recopila y aclara lo esencial acaecido antes.
Muy poco tardará por cierto Becker en despejar otra duda, la de su "escapismo", más o menos disimuladamente deslizada cuando se estrenó el film: "Goupi mains rouges" se plantaba en 1943 directamente en la frontera con Alemania y prolongaba un aspecto entre sarcástico y brutal de una vida rural que ya había sido atravesada, además de por la guerra, por "La règle du jeu".