Observas desde la última fila como va cediendo el dominó, la espada se acerca, la pared se mantiene, bienvenido a la vanguardia.
El decrépito General sigue escupiendo órdenes y finge controlar la situación pero cuando decide arrojar sus últimas fichas sobre el tablero el pulso le delata y ya no te mira a la cara.Tu batallón es un amasijo de chatarra y carne mutilada, títeres timoratos y tres o cuatro suicidas en busca de una medalla. Y nada más.
Te ajustas el casco de campaña, buscas un espejo, no te reconoces, el ritual resulta extraño y todo parece una pesadilla pero la artillería enemiga zarandea las bombillas de la última guarida y es la hora de salir.
En la antesala del matadero, cuando el enemigo pasa la cuenta y tú eres la última moneda, el comandante ya no parece tan buena compañía y borrosas van quedando las noches de tocata y fuga en el puesto de mando.
Y no será Dios quien te juzgue, no habrá cumpleaños para difuminar tus pecados, ni falso arrepentimiento en el último suspiro, el enemigo maneja los tiempos.
Para ti la guerra empieza y acaba el mismo día, qué cosa más rara. El Alto Mando aguantará un poco más, han puesto precio a su cabeza pero volarán primero la tuya.
Samuel Porcel