Revista Ciencia
Diálogo con Valeria Segatori, investigadora del Laboratorio de Oncología Molecular de la UNQ.
Recientemente, desde Estocolmo, la Real Academia de Ciencias de Suecia anunciaba que James Allison (EEUU) y Tasuku Honjo (Japón) obtenían el Premio Nobel en Medicina por sus aportes en el combate contra el cáncer. Desde la década del '90, sus estudios han sido revolucionarios porque transformaron el modo de abordar la enfermedad al fortalecer el propio sistema inmunológico de los pacientes. Lo que aún significa más, gracias a sus contribuciones en el campo han sido llamados “los padres de la inmunoterapia activa”. Del otro lado del Atlántico y, específicamente, desde la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), un grupo de investigadores se alegraron de manera particular por el suceso. Se trata del equipo del Laboratorio de Oncología Molecular, liderado por Daniel Alonso y Daniel Gómez. Sucede que desde hace décadas comparten el abordaje de los galardonados y estudian el empleo de las mejores estrategias para aplicar sus conocimientos en el desarrollo de fármacos. En esta línea, Valeria Segatori –doctora en Ciencia y Tecnología (UNQ) e investigadora del Conicet– describe cómo se estructura ese –difícil– proceso que va desde el laboratorio a los pacientes. -¿En qué momento los científicos advirtieron que era necesario potenciar las defensas del propio organismo para poder combatir enfermedades como el cáncer?
-Los inicios de la inmunoterapia del cáncer se remontan a fines del siglo XIX y principios del XX. William Coley (EEUU) era un médico que infectaba a sus pacientes oncológicos con bacterias. Él fue quien advirtió que los individuos que recibían una inyección de bacterias inactivadas por calor –para no producir la enfermedad– aumentaban su sobrevida respondiendo mejor al tratamiento antitumoral en la medida en que conseguían despabilar a los defensas. De esta manera, se realizaron los primeros hallazgos y avances importantes para comprender los vínculos entre la acción del sistema inmunológico y el cáncer. -En su caso específico, investiga el desarrollo de modelos animales para poder evaluar vacunas oncológicas. ¿De qué se trata? -Buscamos que ratones de laboratorio expresen los mismos antígenos (sustancias que desencadenan la formación de anticuerpos) y características específicas de una determinada enfermedad –como puede ser cáncer de pulmón–, con el propósito de examinar los efectos de los fármacos suministrados. En general, tras comprobar que las vacunas de inmunoterapia activa funcionan de manera correcta, el paso siguiente –eventualmente– es avanzar hacia ensayos clínicos en pacientes. -¿Qué implica que sean vacunas de “inmunoterapia activa”? -A diferencia de otras, se utilizan para estimular al sistema inmune para que reconozca al tumor y sea capaz de desencadenar los mecanismos de defensa del organismo. En una primera etapa se controla si son tóxicas, así como también se supervisa si funcionan de acuerdo a los parámetros de seguridad esperados. La inmunoterapia, sin embargo, no sustituye a los tratamientos tradicionales con radio y quimioterapia sino que se complementan. -¿Cómo se aplica en pacientes? -Puedo citar el ejemplo de Racotumomab: la vacuna terapéutica contra el cáncer pulmonar, en cuyo desarrollo participamos de manera directa. -Adelante… -Cuando me sumé al equipo, ya había pasado las primeras fases de toxicidad y seguridad. Luego se demostró su eficacia en un tipo particular de cáncer de pulmón –denominado de “células no pequeñas”– y en un ensayo "fase 2" se logró comprobar que aquellos pacientes que recibían la vacuna incrementaban su sobrevida dos años. En la actualidad, está disponible para aquellas personas que se hallan en un estadio avanzado y que, usualmente, reciben quimioterapia. Es una solución líquida que se suministra de forma inyectable: cinco dosis cada quince días al comienzo y, si todo marcha bien, se continúa con una dosis mensual. -¿Por qué sirve para tratar cáncer de pulmón y no cualquier otro?
-En realidad podría servir para cualquier tipo de cáncer que exprese el azúcar para el cual esté dirigida. Se emplea en el de pulmón y, en especial, en el de células no pequeñas porque es el que mejor resultado obtuvo durante las pruebas. Hoy en día se realizan ensayos, en colaboración con el Hospital Garrahan, para neuroblastoma (suele encontrarse en las glándulas ubicadas sobre los riñones), mama y melanoma (piel). -Cuando el fármaco llegó a los pacientes, ¿qué sigue? -Aunque hayamos conseguido el objetivo, en cualquier caso, el trabajo recién comienza. Siempre hay nuevas preguntas para responder, que vienen del lado de los médicos y de los propios pacientes. En el caso de Racotumomab, por caso, seguimos realizando análisis de aquellos pacientes que habían participado de los exámenes previos. Pretendemos evaluar nuevos mecanismos inmunológicos específicos (citotoxicidad celular dependiente de anticuerpos). En la actualidad, también investigamos el modo en que es posible combinar la vacuna con otro tipo de inmunoterapia activa; me refiero a los anticuerpos “anticheckpoints”. Se trata de moléculas que permiten quitarle el “freno” al sistema inmunológico, con el objetivo de que puedan reconocer al tumor. -¿Quitarle el freno? -Claro; una de las cosas que hacen las células cancerígenas es frenar las acciones del sistema inmunológico, a través de la expresión de proteínas que enmascaran el reconocimiento del organismo y le impiden organizar las defensas. Desde aquí, los anticheckpoints desbloquean ese freno, para que nuestro cuerpo pueda combatir la enfermedad. En definitiva, cuando las enfermedades son complejas, los abordajes, necesariamente, deben ser múltiples. Leticia Spinelli [email protected] Programa de comunicación pública de la ciencia "La ciencia por otros medios" Dirección de Prensa y Comunicación Institucional
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