A partir de las biografías de los hombres célebres pueden reconstruirse historias clínicas bastante completas. La súbita enfermedad de Buda después de una comida copiosa, sus dolores lancinantes, sed y hemorragia fatal han sido diagnosticados como el producto de una úlcera duodenal; la fiebre elevada, pleuresía y muerte de Carlomagno al cabo de una semana de enfermedad, se atribuyen a neumonía lobar. El mes de agonía sufrido por Guillermo el Conquistador, después de ser lesionado por el pomo de su arzón, sugiere la posibilidad de un absceso abdominal, con peritonitis. Sobre la base de los informes relativos a la enfermedad que puso fin a la vida de George Washington, algunos piensan que pudo haber sido difteria; mas teniendo en cuenta la ausencia de la infección en otras personas de la casa, la mayoría cree que se trató de angina estreptocócica. El diagnóstico retrospectivo de la enfermedad de Jonathan Swift, quien padecía de crisis de vértigo, sordera y zumbidos de oídos, ha sido sensibilización histamínica, del tipo descrito por médicos de la Clínica Mayo. Las notas dejadas por los médicos de Napoleón, y ciertas deducciones, parecen indicar que el gran Corso sufrió en distintas épocas de su vida de: inanición, déficit vitamínico, paludismo, tuberculosis pulmonar, cistitis, epilepsia menor, sarna, isquemia cerebral y hepatitis amibiásica. También se ha dicho que padeció del síndrome de Frohlich, y, según el informe de la autopsia, el general habría fallecido de úlcera péptica perforada, con hemorragia y peritonitis. La historia clínica del caso del presidente norteamericano James A. Garfield, quien falleció 11 semanas después de haber sido atacado a balazos en 1881, revela las consecuencias infortunadas de un mal diagnóstico complicado con un mal tratamiento. Los médicos que lo asistían pasaron por alto signos tan evidentes de lesión espinal como dolores en las piernas y pérdida del control vesical e intestinal. No extrajeron el proyectil creyendo que se hallaba alojado en la parte inferior derecha del abdomen, cuando en realidad estaba detrás del peritoneo, a la izquierda del páncreas. Una de las razones del error fue el empleo de un instrumento inventado por Alexander Graham Bell, que localizó el proyectil a 25 cm. del lugar donde estaba realmente alojado.
FÉLIX MARTÍ IBAÑEZ
“MD en español. Artículos escogidos”
fuente: http://librosmaravillosos.com/mdenespanol/lahistoriaclinica.html