Publica El New Yorker (saldrá en papel el próximo 13 de septiembre) esta magnífica y paradójica viñeta de la confesión apesadumbrada de un "genuino paciente de auto-estima".
Hay por el mundo adelante exceso de auto-estima, no tan genuina, exacta o puntual, y desde luego, no entendida como un padecimiento.
Autoestima en gobernantes como Obama o Zapatero, autoestima en científicos como el pobre Stephen Hawking, autoestima en princesas, en políticos, en periodistas, en jugadores de fútbol, economistas, financieros, y demás.
Autoestimas que -pensando bien de las personas y mal de su agentes de imagen- tantas veces son más falsas que la falsa autoconciencia, que no se aclara en busca de la verdad ni se acomoda ante lo que va llegando.
Por eso es de agradecer la paradoja realista del New Yorker acerca de la enferma y penosa sociedad de la (aparente) auto-estima en que nos ha tocado vivir.