La noche poseía un toque mágico debido a la increíble luna llena que se coronaba en un profundo cielo negro.
Dentro de la fiesta, había una división entre el primer y el segundo piso. Finalmente, éste último fue mi destino.
Cuando mis piernas aún estaban jóvenes, di varias vueltas, bailé y miré a la gente que me rodeaba, pero cuando mis piernas envejecieron, fue el momento de mi reflexión.
La música extrañamente seleccionada, generaba un clima de alcohol y movimiento, pero también de mentiras.
Mientras observaba un cigarro en los labios de una mujer, y como el humo poblaba momentáneamente el aire en cada bocanada…advertí muchas mascaras.
Algunas personas estaban con amigos, otros solos. Todos agolpados en un mismo punto.
Lo curioso fue cuando me invadió un fastidio lógico por cierta “hipocresía” que existe en la sociedad, perfectamente reflejado en esa noche.
Cuando miré fijamente ciertas actitudes y modos, me pareció tan absurdo todo que me encadené a un razonable interrogante:
“¿por qué no ir de frente, decir lo que se desea, y punto?” La pregunta es tan sencilla que, si la respuesta tuviera la misma naturaleza, todo sería mejor.
Escruté con justicia la escena, y se podía ver como hombres y mujeres bailaban en un mismo sitio, intentando algo más. Muchos buscaban más que danzar. Tal vez amor, tal vez sexo…o un simple beso, pero era mucho más que un conjunto de movimientos orquestados por la música de turno.
Los que se conocían y algunas excepciones, se besaban con la naturaleza que responde a un deseo, pero muchos otros, dialogaban sobre cualquier asunto, incluso muchos ni siquiera interesados en la temática que abordaban.
Con esos disfraces querían alcanzar a la persona escogida, la cual también poseía un disfraz.
Todo ese show no tenía nada de honesto, nada.
Si se quiere algo más, ¿por qué no decirlo?
Si todo se plantea desde el respeto y la buena fe, lo peor que podría suceder, es que la persona diga “no, gracias” y que esa negativa entonces, se muestre como lo más grave de ir con la verdad directamente. Pero eso no fue lo que vi.
El epílogo de muchos fue una amarga sensación de soledad, que se revestía con la luz de un nuevo sol.
Aún seguimos en este juego de temores, a ver quién mueve mejor las piezas para no salir lastimado. En cambio, podríamos volcar nuestras emociones, y apostar así por un desencadenamiento feliz.