Revista Cultura y Ocio
Noble intelectual y alquimista
La biografía “heterodoxa” de este noble del siglo XVI está plagada de episodios oscuros: desde su presunta relación con el Diablo hasta la creación de un elixir milagroso capaz de devolver la vida a los muertos y que habría sido probado en su propio cadáver.
Enrique de Villena dedicó gran parte de su vida al estudio de temas ocultos, por lo que era conocido como “El nigromante”.
Existen dos vertientes que marcan la biografía de la mayor parte de los personajes que conforman nuestra historia universal: la ortodoxa, muy al uso por los documentalistas conservadores, y la heterodoxa, que tropieza de lleno con el pudor de historiadores que ven esos pasajes algo que nunca tuvo que acontecer. Pero los documentos son tan contundentes como indiscutibles.
Este es precisamente el caso de la doble biografía de un noble conquense llamado Enrique de Villena, cuya “otra cara” lo presenta como el nigromante más siniestro de principios del siglo XV. Nacido en el año 1384 en el seno de una familia noble, el joven Enrique estaba destinado a ocupar altos cargos políticos y a heredar una nada despreciable fortuna, ya que su padre pertenecía a la casa de Trastámara y Aragón, y su madre era hija del monarca Enrique II de Castilla.
Pero todos sus planes de futuro cayeron en saco roto cuando su progenitor fue derrotado en la batalla de Aljubarrota y despojado de todos sus títulos nobiliarios, por lo que el joven de catorce años, aun manteniendo su notable linaje, nunca llegó a ostentar el título de marqués por el que siempre fue conocido de manera popular.
Pese a este contratiempo, la espléndida relación que mantenía Enrique de Villena con la realeza le permitió quedar al cargo del monarca Felipe II, en cuya corte se enamoró de María de Albornoz, mujer de la nobleza poseedora de un buen capital y numerosas tierras, con la que más tarde contrajo matrimonio. Sin embargo, su felicidad duró poco debido a que el rey se sintió atraído perdidamente por María y ofreció a Enrique el título de Gran Maestre de Calatrava a cambio de que este se reconociera impotente, razón suficiente para que el matrimonio quedara anulado legalmente. Y es que las ansias por ascender en el terreno político prevalecieron en el joven, quien aceptó el trato a pesar de que su impotencia era a toda vista irreal, ya que le habían sorprendido en numerosas ocasiones manteniendo fugaces relaciones con diferentes mujeres.
Un noble erudito
A pesar de que las malas lenguas siempre propinaron adjetivos malsonantes a la figura de Enrique de Villena, este era un hombre con grandes conocimientos y dotes de estudio. Hasta el punto que, cuando fue despojado de su título de Gran Maestre en el año 1415, decidió dedicar el resto de su vida a la Literatura. Y fue en Valencia donde se abandonó al noble arte de escribir y profundizar en los campos de la Astronomía y la Medicina.
Algunas de sus obras más conocidas son El Libro de la peste, de corte médico; el libreto de poesías Arte de trovar; la novela Los trabajos de Hércules; el famoso Tratado de Alquimia, que entraba de lleno en el campo del esoterismo; el tratado de gastronomía Arte cisoria y Ángel Raziel, un manual de astrología que fue devorado por las llamas de la censura de la Iglesia católica.
Su trabajo en el campo literario no termina aquí. Gracias al conocimiento que poseía de numerosas lenguas, muchas obras clásicas pudieron ser disfrutadas merced a las traducciones que realizó.
Sus contemporáneos pudieron complacerse en lengua castellana de La divina comedia, de Dante Alighieri, La retórica nueva de Tulio, de Cicerón, o la popular obra de Virgilio La Eneida.
Pero los méritos de Enrique de Villena cayeron en el olvido debido a que gran parte de sus trabajos fueron destruidos. Y su imagen fue enturbiada por rumores que han perdurado hasta el mismísimo siglo XXI y que le valieron el apodo de El nigromante.
El alumno del diablo
La cueva de Salamanca es uno de los enclaves más oscuros de la Península Ibérica. Una de las primeras referencias por escrito sobre este enigmático lugar está reflejada en el libreto de Miguel de Cervantes que recibe por título el mismo nombre que la gruta y que se inspira en los misteriosos sucesos que presuntamente ocurrieron allí. Antaño la cueva se encontraba ubicada en el interior de la iglesia de San Cebrián, pero fue cegada en los albores del siglo XV por miedo a los oscuros relatos que existían en torno a ella, y que incluso llegaron a oídos de la reina Isabel la Católica.
Más de un siglo después la iglesia fue demolida y en su lugar se construyó el palacio del Mayorazgo de Albandea; entonces la cueva fue abierta de nuevo y utilizada como sala para almacenar viejos enseres.
Sin embargo, recientes excavaciones en la zona han sacado a la luz multitud de restos arqueológicos que demuestran que este enclave ya fue utilizado por el ser humano en épocas prehistóricas. Según una leyenda del siglo XV, la gruta originalmente fue habitada por el poderoso dios Hércules, que supuestamente impartía en ella clases de ritos ancestrales. Pero algunas obras anónimas de la época remplazaron la figura de esta deidad por la del demonio Asmodeo, que se convirtió desde ese momento en el profesor de tan curiosa academia de piedra.
El rumor corrió como un reguero de pólvora y la gruta se convirtió en el punto de reunión de brujas y hechiceros que buscaban los favores de tan singular personaje. Incluso llegó hasta Latinoamérica, donde el nombre “Salamanca” se relacionaría desde ese momento con temas tenebrosos y oscuros. Y es que cuenta la tradición que por la noche el demonio Asmodeo impartía allí sus lecciones a siete alumnos y que estas duraban siete años exactos. Pero el precio era muy alto: al finalizar el curso, y tras un sorteo, uno de los alumnos pasaba a ser el eterno esclavo de Asmodeo.
Las viejas crónicas aseguran que el propio Enrique de Villena fue uno de sus discípulos más aventajados y que, después de transcurridos los siete años de aprendizaje, se quedó de piedra al ver su nombre escrito en la papeleta extraída por el demonio. Aun así, Enrique logró escapar de las garras del Diablo a los pocos días de su cautiverio. Pero aquel tenebroso ser tuvo el tiempo suficiente para arrancar la sombra al marqués y encerrarla en la cueva. Aquello supuso un mal augurio, ya que joven quedó marcado por la huella de Satanás para el resto de sus días.
La "doble muerte" del marqués
Tal vez el desconcertante final de Enrique de Villena se debiera a esta maldición. Al menos eso es lo que sugieren los escritores documentalistas de la época, como el cabalista Moisés de León, que recoge una versión nada convencional de la muerte del Gran Maestre de Calatrava. Según esta, Enrique de Villena vivió sus últimos años en la judería de Toledo, en un caserón posteriormente atribuido de forma equívoca a El Greco.
Por aquel entonces ya se había convertido en un reputado conocedor de las ciencias ocultas y, supuestamente, había logrado crear un elixir alquímico capaz de devolver la vida a los muertos en un proceso de transmutación de los restos corporales en un siniestro engendro embrionario conocido como Golem.
Para probar su eficacia, Villena le ofreció una importante cantidad de dinero a su criado de confianza a cambio de que tras su muerte fragmentara el cuerpo del marqués y lo introdujera dentro de un enorme recipiente de cristal lleno del prodigioso líquido. Durante el tiempo que durara la “resurrección”, el criado debería ocultar a todo el mundo que su amo había fallecido. Llegó el fatídico día. En diciembre del año 1434 el marqués falleció víctima de unas terribles fiebres, que le hicieron gritar como si alguien lo torturara. El criado cumplió su palabra e introdujo el cuerpo mutilado en el matraz y se disfrazó para hacerse pasar por su amo. En una de las ocasiones en que fue a oír misa, como solía hacer Enrique, se cruzó en plena calle con el vicario y lo saludó sin quitarse la capucha para evitar ser descubierto.
Unos caballeros que pasaban por el lugar se indignaron ante tal falta de respeto y obligaron al criado a sacar su rostro a la luz. Este no tuvo más remedio que confesar la verdad, ante lo cual los caballeros y el propio vicario decidieron ir a la casa del fallecido Maestre de Calatrava para comprobar los hechos por ellos mismos. Una vez en el sótano, descubrieron el recipiente con los restos de Enrique de Villena, los cuales se habían unido para dar paso a una formación espantosa, un ser amorfo que parecía palpitar flotando en el líquido. Entre todos rompieron el matraz y destruyeron a aquel ser de varios certeros hachazos.
La transmutación total nunca llegó a producirse, y Enrique de Villena, o lo que quedaba de él, falleció. El Gran Maestre había muerto por segunda vez, pero nacía su leyenda.
Más Allá de la Ciencia nº 236Textos José Manuel Frías http://www.masalladelaciencia.es/hemeroteca/enrique-de-villena-el-marques-nigromante_id29954/noble-intelectual-y-alquimista_id1098677.html
La biografía “heterodoxa” de este noble del siglo XVI está plagada de episodios oscuros: desde su presunta relación con el Diablo hasta la creación de un elixir milagroso capaz de devolver la vida a los muertos y que habría sido probado en su propio cadáver.
Enrique de Villena dedicó gran parte de su vida al estudio de temas ocultos, por lo que era conocido como “El nigromante”.
Existen dos vertientes que marcan la biografía de la mayor parte de los personajes que conforman nuestra historia universal: la ortodoxa, muy al uso por los documentalistas conservadores, y la heterodoxa, que tropieza de lleno con el pudor de historiadores que ven esos pasajes algo que nunca tuvo que acontecer. Pero los documentos son tan contundentes como indiscutibles.
Este es precisamente el caso de la doble biografía de un noble conquense llamado Enrique de Villena, cuya “otra cara” lo presenta como el nigromante más siniestro de principios del siglo XV. Nacido en el año 1384 en el seno de una familia noble, el joven Enrique estaba destinado a ocupar altos cargos políticos y a heredar una nada despreciable fortuna, ya que su padre pertenecía a la casa de Trastámara y Aragón, y su madre era hija del monarca Enrique II de Castilla.
Pero todos sus planes de futuro cayeron en saco roto cuando su progenitor fue derrotado en la batalla de Aljubarrota y despojado de todos sus títulos nobiliarios, por lo que el joven de catorce años, aun manteniendo su notable linaje, nunca llegó a ostentar el título de marqués por el que siempre fue conocido de manera popular.
Pese a este contratiempo, la espléndida relación que mantenía Enrique de Villena con la realeza le permitió quedar al cargo del monarca Felipe II, en cuya corte se enamoró de María de Albornoz, mujer de la nobleza poseedora de un buen capital y numerosas tierras, con la que más tarde contrajo matrimonio. Sin embargo, su felicidad duró poco debido a que el rey se sintió atraído perdidamente por María y ofreció a Enrique el título de Gran Maestre de Calatrava a cambio de que este se reconociera impotente, razón suficiente para que el matrimonio quedara anulado legalmente. Y es que las ansias por ascender en el terreno político prevalecieron en el joven, quien aceptó el trato a pesar de que su impotencia era a toda vista irreal, ya que le habían sorprendido en numerosas ocasiones manteniendo fugaces relaciones con diferentes mujeres.
Un noble erudito
A pesar de que las malas lenguas siempre propinaron adjetivos malsonantes a la figura de Enrique de Villena, este era un hombre con grandes conocimientos y dotes de estudio. Hasta el punto que, cuando fue despojado de su título de Gran Maestre en el año 1415, decidió dedicar el resto de su vida a la Literatura. Y fue en Valencia donde se abandonó al noble arte de escribir y profundizar en los campos de la Astronomía y la Medicina.
Algunas de sus obras más conocidas son El Libro de la peste, de corte médico; el libreto de poesías Arte de trovar; la novela Los trabajos de Hércules; el famoso Tratado de Alquimia, que entraba de lleno en el campo del esoterismo; el tratado de gastronomía Arte cisoria y Ángel Raziel, un manual de astrología que fue devorado por las llamas de la censura de la Iglesia católica.
Su trabajo en el campo literario no termina aquí. Gracias al conocimiento que poseía de numerosas lenguas, muchas obras clásicas pudieron ser disfrutadas merced a las traducciones que realizó.
Sus contemporáneos pudieron complacerse en lengua castellana de La divina comedia, de Dante Alighieri, La retórica nueva de Tulio, de Cicerón, o la popular obra de Virgilio La Eneida.
Pero los méritos de Enrique de Villena cayeron en el olvido debido a que gran parte de sus trabajos fueron destruidos. Y su imagen fue enturbiada por rumores que han perdurado hasta el mismísimo siglo XXI y que le valieron el apodo de El nigromante.
El alumno del diablo
La cueva de Salamanca es uno de los enclaves más oscuros de la Península Ibérica. Una de las primeras referencias por escrito sobre este enigmático lugar está reflejada en el libreto de Miguel de Cervantes que recibe por título el mismo nombre que la gruta y que se inspira en los misteriosos sucesos que presuntamente ocurrieron allí. Antaño la cueva se encontraba ubicada en el interior de la iglesia de San Cebrián, pero fue cegada en los albores del siglo XV por miedo a los oscuros relatos que existían en torno a ella, y que incluso llegaron a oídos de la reina Isabel la Católica.
Más de un siglo después la iglesia fue demolida y en su lugar se construyó el palacio del Mayorazgo de Albandea; entonces la cueva fue abierta de nuevo y utilizada como sala para almacenar viejos enseres.
Sin embargo, recientes excavaciones en la zona han sacado a la luz multitud de restos arqueológicos que demuestran que este enclave ya fue utilizado por el ser humano en épocas prehistóricas. Según una leyenda del siglo XV, la gruta originalmente fue habitada por el poderoso dios Hércules, que supuestamente impartía en ella clases de ritos ancestrales. Pero algunas obras anónimas de la época remplazaron la figura de esta deidad por la del demonio Asmodeo, que se convirtió desde ese momento en el profesor de tan curiosa academia de piedra.
El rumor corrió como un reguero de pólvora y la gruta se convirtió en el punto de reunión de brujas y hechiceros que buscaban los favores de tan singular personaje. Incluso llegó hasta Latinoamérica, donde el nombre “Salamanca” se relacionaría desde ese momento con temas tenebrosos y oscuros. Y es que cuenta la tradición que por la noche el demonio Asmodeo impartía allí sus lecciones a siete alumnos y que estas duraban siete años exactos. Pero el precio era muy alto: al finalizar el curso, y tras un sorteo, uno de los alumnos pasaba a ser el eterno esclavo de Asmodeo.
Las viejas crónicas aseguran que el propio Enrique de Villena fue uno de sus discípulos más aventajados y que, después de transcurridos los siete años de aprendizaje, se quedó de piedra al ver su nombre escrito en la papeleta extraída por el demonio. Aun así, Enrique logró escapar de las garras del Diablo a los pocos días de su cautiverio. Pero aquel tenebroso ser tuvo el tiempo suficiente para arrancar la sombra al marqués y encerrarla en la cueva. Aquello supuso un mal augurio, ya que joven quedó marcado por la huella de Satanás para el resto de sus días.
La "doble muerte" del marqués
Tal vez el desconcertante final de Enrique de Villena se debiera a esta maldición. Al menos eso es lo que sugieren los escritores documentalistas de la época, como el cabalista Moisés de León, que recoge una versión nada convencional de la muerte del Gran Maestre de Calatrava. Según esta, Enrique de Villena vivió sus últimos años en la judería de Toledo, en un caserón posteriormente atribuido de forma equívoca a El Greco.
Por aquel entonces ya se había convertido en un reputado conocedor de las ciencias ocultas y, supuestamente, había logrado crear un elixir alquímico capaz de devolver la vida a los muertos en un proceso de transmutación de los restos corporales en un siniestro engendro embrionario conocido como Golem.
Para probar su eficacia, Villena le ofreció una importante cantidad de dinero a su criado de confianza a cambio de que tras su muerte fragmentara el cuerpo del marqués y lo introdujera dentro de un enorme recipiente de cristal lleno del prodigioso líquido. Durante el tiempo que durara la “resurrección”, el criado debería ocultar a todo el mundo que su amo había fallecido. Llegó el fatídico día. En diciembre del año 1434 el marqués falleció víctima de unas terribles fiebres, que le hicieron gritar como si alguien lo torturara. El criado cumplió su palabra e introdujo el cuerpo mutilado en el matraz y se disfrazó para hacerse pasar por su amo. En una de las ocasiones en que fue a oír misa, como solía hacer Enrique, se cruzó en plena calle con el vicario y lo saludó sin quitarse la capucha para evitar ser descubierto.
Unos caballeros que pasaban por el lugar se indignaron ante tal falta de respeto y obligaron al criado a sacar su rostro a la luz. Este no tuvo más remedio que confesar la verdad, ante lo cual los caballeros y el propio vicario decidieron ir a la casa del fallecido Maestre de Calatrava para comprobar los hechos por ellos mismos. Una vez en el sótano, descubrieron el recipiente con los restos de Enrique de Villena, los cuales se habían unido para dar paso a una formación espantosa, un ser amorfo que parecía palpitar flotando en el líquido. Entre todos rompieron el matraz y destruyeron a aquel ser de varios certeros hachazos.
La transmutación total nunca llegó a producirse, y Enrique de Villena, o lo que quedaba de él, falleció. El Gran Maestre había muerto por segunda vez, pero nacía su leyenda.
Más Allá de la Ciencia nº 236Textos José Manuel Frías http://www.masalladelaciencia.es/hemeroteca/enrique-de-villena-el-marques-nigromante_id29954/noble-intelectual-y-alquimista_id1098677.html
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