Revista Cultura y Ocio

Enrique García-Máiquez sobre dietrologías, conspiraciones y maestros de la sospecha

Publicado el 26 mayo 2013 por Noblejas

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Enrique García-Máiquez publica un estupendo artículo en Diario de Cadiz, titulado Las segundas intenciones. A Montse Doval le trae a la memoria la dietrología, referencia italiana que me atribuye en Twitter.

Viviendo en Italia no es difícil manejar el sentido del término "dietrología", que según Wikipedia apareció en torno a 1974 en los mundillos políticos y periodísticos, asociado a cuestiones complotísticas y de conspiración. O, mejor, a mi entender, de conjura. Porque, puestos a hacer distingos, las conjuras suelen ser asunto de los perdedores, mientras que las conspiraciones son actividades que pueden llegar a mejorar las cosas: en este sentido he escrito de los medios de comunicación como posibles Medios de conspiración social: "Senatum cum populo romano conspirasse..."

Volviendo a la dietrologia italiana, o a las segundas intenciones, las motivaciones ocultas, las tramas oscuras o lo siempre ignoto tras las apariencias oficiales de determinados sucesos convertidos en acontecimientos, hay que plantear la cuestión en un segundo orden de cosas. Porque si bien los dietrólogos agitan magines propios y ajenos preguntando por lo realmente pretendido por alguien que dice o hace algo, esa cuestión -para hacerle justicia y no sólo mencionarla- hay de ser reduplicada.

La cultura de la sospecha, como bien podría decir Paul Rocoeur de Marx, Freud y Nietzsche, maestros de la sospecha, una vez sembrada, no tiene límites.

Siempre habrá una especie de vértigo abismal, de retorcimiento, planteado por la sospecha sembrada, que de inmediato hace preguntarse por las pretensiones de los mismos dietrólogos y sus segundas intenciones analíticas acerca de las segundas intenciones analizadas, siempre con la misma pregunta, compartida con la cuestión que tarde o temprano alguien esgrime en novelas policíacas, judiciales o misteriosas: cui prodest? ¿a quién beneficia lo sucedido? ¿A quién beneficia hablar de las segundas intenciones de alguien que dice o hace algo?

La milenaria sabiduría china acuñó con tino el famoso preverbio: "Cuando un dedo apunta a la luna, el imbécil mira al dedo". Y le da vueltas y revueltas al dedo, como si fuera un perrillo juguetón e imbécil, en lugar de caer en cuenta de que lo que está en juego y en cuestión es la luna, lo apuntado con ese dedo.

Está muy bien el artículo de Enrique, motivo de los párrafos anteriores:

AHORA que la espesa polvareda de las declaraciones de Aznar va poco a poco reposándose, oteemos el paisaje. Si repasamos las interpretaciones oídas, abruman las volcadas en elucubrar sobre sus motivos ocultos. O sea, las que dan por seguro que el ex presidente actuó con aviesas intenciones, movido por oscuros intereses, y que luego los explican con variados agravios personales, miedos mediáticos, venganzas políticas, llamadas de atención, egos desmedidos, estrategias defensivas, etc. 
Más allá del caso de Aznar, se ha instaurado el tic en nuestra sociedad de irse rápidamente a juzgar lo que hay por detrás, fruto de un resabio marxistoide que ve siempre, y lo primero, una red tupida de intereses materiales. Eugenio Trías en La dispersión se apuntaba a la moda: "Se pregunta habitualmente por la postura que uno tiene ante un problema... Yo preguntaría directamente, sin rodeos, sin eufemismos, por la impostura..." 
Yo, al contrario que Trías, me concentraría en las posturas. Las imposturas, de haberlas, son un problema del impostor e ignorarlas es su mejor pago. Siempre llevo a mano, en la memoria, este cuento de Mario Quintana: "Un día el Diablo vio a un niño haciendo con el dedo un boquete en la arena y le pregunto qué diablos estaba haciendo. -¿No lo ves? Estoy haciendo con un dedo un boquete en la arena -se asombró el niño. ¡Pobre Diablo! Su problema es que el jamás comprenderá que una cosa puede ser hecha sin segundas intenciones". Pero Aznar no es un niño, replicarán ustedes. Sucede, sin embargo, que a pesar de mi gran admiración por Varo Zafra, que sostiene: "Sencillo, a veces; simple, jamás", yo prefiero, al menos en el ámbito de mis aspiraciones, este otro lema: "Sencillo siempre, aun al precio de pasar a menudo por simple". 
Aznar se quejó de los incumplimientos del programa del PP por parte del Gobierno del PP, tanto con los masivos impuestos, que ahogan a la clase media, como en la floja defensa de un proyecto nacional. Se dolió de "la lánguida resignación" que exhala Moncloa. Urgió a una reforma institucional del Estado y a pactos urgentes en política social. Lo que puso encima de la mesa es suficientemente serio como para no perder el tiempo buscando, como tahúres taimados, a ver qué lleva en la manga. Porque suele ocurrir: las primeras intenciones tienen más enjundia y mucho más interés que todo el rollo interpretativo tan presupositorio de los listos.


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