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Enrique II Curtmantle, rey de Inglaterra

Publicado el 30 octubre 2021 por Rmartin
Enrique II Curtmantle, rey de Inglaterra

DINASTÍA PLANTAGENET

Nacimiento: El 5 de marzo de 1068 en Le Mans (Francia).

Fallecimiento: El 6 de julio de 1189 en Chinon (Francia).

Padres: Godofredo V y Matilde la Emperatriz.

Reinado: Desde el 19 de diciembre de 1154 a 6 de julio de 1189.

    Enrique II de Inglaterra, fue sin duda uno de los soberanos más poderosos de su tiempo, fue el primero perteneciente a la dinastía Plantagenet. Había nacido en Francia en la ciudad de Le Mans el 5 de marzo de 1068, siendo nombrado duque de Normandía en 1151, al fallecer su padre; momento en que heredaba todos los territorios franceses pertenecientes a los miembros de la casa de Anjou. Un año después, mediante su matrimonio con Leonor de Aquitania, añadió una serie de extensos territorios del suroeste de Francia. Sucedió en el trono de Inglaterra a su madre la emperatriz Matilde, con lo que la dinastía de los Plantagenet se mantendría en el poder cerca de trescientos años.
    Era Enrique pelirrojo, con una apariencia sencilla, aunque inclinado a terribles furores, muy trabajador, por estar dotado de una gran inteligencia y educación. Es de destacar su mala relación con Leonor, por lo que profesó una gran hostilidad hacia los hijos que ella le dio, atrayéndose el odio del resto de la familia. Sin embargo tuvo una gran amistad con Tomás Becket.
Enrique II Curtmantle, rey de Inglaterra

    Siguiendo la política centralizadora, implantada por su abuelo, pasó gran parte de su reinado recorriendo sus dominios, y aunque nunca pensó en la unificación de sus posesiones francesas intentó atenuar las diferencias que había entre ellas. Como consecuencia, realizó una importante obra en el ducado de Normandía, donde introdujo el Excbequer que tendría lugar dos veces al año en la ciudad de Caen, donde estaba depositado el tesoro del ducado; al él se debe también el reemplazar a los vizcondes por bailes, que eran los encargados de hacer justicia, al tiempo que percibían los impuestos en cada bailía (tierras bajo su jurisdicción); para aumentar los ingresos de sus dominios, creó derechos sobre el comercio y la pesca, con lo que acumuló un tesoro considerable. Supo atraerse al clero, cubriéndolo de oro, al tiempo que obtenía el apoyo de la burguesía de las ciudades; para lo cual les concedió ciertas libertades municipales, a cambio de obligaciones militares.
    Al estar sus estados de Anjou, Turena y Maine mucho más retrasados que Normandía, tuvo que recurrir a un virrey para imponer su autoridad en ellos. Por otra parte Leonor, que seguía siendo la soberana de Aquitania, fue una excelente administradora; a ella se debe la promulgación del Código de Oloron, base durante siglos del derecho marítimo. No obstante, la nobleza, el clero y las ciudades aquitanas estaban en franca rebeldía, y solo esperaban la ocasión pata sublevarse y reclamar su independencia.
    Al ser propietarios de todas estas posesiones en Francia, los Plantagenet eran vasallos del rey de Francia, a quien debían homenaje. Pero Enrique II era un vasallo más poderoso que su soberano, por lo que incumplió las obligaciones que el vasallaje exigía, lo que ocasionó continuos conflictos entre los dos reinos.
Enrique II Curtmantle, rey de Inglaterra
    No contento con las numerosas posesiones que había heredado, intentó conquistar otras, bien fuera por alianzas o por guerras: tal es el caso del Vexin francés, que había aportado, como dote, Margarita de Francia, hija de Luis VII, en la boda con su hijo y heredero Enrique Court Mantel; también se apoderó de la Bretaña, al casar a su cuarto hijo Godofredo con la heredera de este ducado; tomó por la fuerza el Quercy, obligando al conde Raimundo de Toulouse a rendirle homenaje.
    Prosiguió esta política de expansión en Irlanda, llevando a cabo una expedición en 1170, instalando a numerosos señores ingleses, algo que también haría en Gales y Escocia., aunque en esta Guillermo el León, le obligó a prestarle juramento y a rendirle homenaje tras infligirle una terrible derrota en 1174, en la batalla de Alnwick. A pesar de lo cual, Escocia se convertiría en un feudo de la corona de Inglaterra, al tiempo que su clero fue sometido al clero inglés, y se instalaron guarniciones en todas sus plazas fuertes. En tan solo 20 años, Enrique II había hecho de Inglaterra la primera potencia de Occidente.
    Supo rodearse de excelentes consejeros, adictos al absolutismo real; algunos con funciones muy importantes: el Canciller, era el guardián del sello real y consejero jurídico y político del soberano. Este cargo adquirió su máximo relieve cuando Enrique se lo confió a un hombre de gran personalidad que, después de haber sido su más fiel servidor, se convirtió en su mayor enemigo: Tomás Becket. Era Becket hijo de un noble inglés consagrado a la causa de los Plantagenet, y de la hija de un emir de Palestina fue, desde muy joven, el amigo y confidente de Enrique. Ambos tenían la misma pasión por los festines, la caza y las mujeres. Enrique hizo Canciller a su amigo, y Tomás dio muestras, inmediatamente, de sus cualidades como hábil político.
    Otro consejero de gran relevancia fue, el Tesorero del Exchequer, en el campo de las finanzas, donde tenía un papel considerable en cuanto que Enrique había separado la Tesorería o Bajo-Exchequer de la Cámara de Cuentas o Alto-Exchequer, encargada de registrar los gastos y los ingresos.
    Por último, el Consejo del rey, que estaba presidido por el Justicia Mayor, se convirtió en un tribunal permanente, que enviaba, cada año, delegaciones a las distintas provincias, delegaciones, las cuales estaban encargadas de hacer justicia en nombre del rey y de constituir jurys, la nueva institución creada por Enrique.
    Enrique II intentó disminuir el poder de los nobles, reforzando los órganos que dependían directamente de él; para ello, revocó todas las concesiones otorgadas por Esteban de Bloix, confiscó sus dominios y destruyó los castillos. Para disminuir la importancia de los ejércitos feudales, instituyó una tasa mediante la cual se podía evitar la obligación del servicio militar. Los ingresos derivados de dicha tasa le permitieron organizar un ejército profesional, más dócil que el feudal, gracias al cual pudo hacer frente a la rebelión de los señores que había estallado en el continente.
    En 1173, desembarcó en Guyena, acompañado de su esposa y sus hijos, recibiendo el homenaje de sus vasallos. Pero la rebelión, que se estaba incubando desde hacía tiempo, estalló al ponerse a la cabeza de los rebeldes el joven delfín, Enrique Court Mantel, cosa que aprovechó Luis VII, apoyando a su yerno, aprovechándose, de esta forma de las querellas internas. Pronto, los dos hijos menores, Godofredo y Ricardo, instigados por Leonor, también traicionaron a su padre, levantando contra él a los barones de la Marca del Perigord y de Angulema. Enrique derrotó al ejército de sus hijos y del rey de Francia, primero en Verneuil y más tarde en Ruán, por lo que Enrique Court Mantel y Ricardo imploraron su perdón, firmándose la paz de Mont-Louis, en septiembre de 1174.
    Si Enrique se mostró clemente con sus hijos, sin embargo no perdonó a su esposa, a la que hizo encerrar durante dieciséis años, no dejándola aparecer en la Corte, salvo en contadas ocasiones. En Guyena y en Poitiers el descontento era grande, ya que reclamaban a su soberana. Enrique, para mantener a raya a los rebeldes, impuso un nuevo juramento de fidelidad a sus vasallos, por una disposición del año 1176.
    Con más violencia que con la nobleza, tuvo que enfrentarse con el clero. La Iglesia constituía, en aquel tiempo, una fuerza bien organizada, dotada de inmensas riquezas, y cuyos miembros que eran los personajes más cultivados de la época, alcanzaban las más altas funciones políticas. Era favorable a una realeza electiva, en la que el soberano debe respetar la voluntad divina, lo cual constituía un importante foco de resistencia a la monarquía que concebía Enrique. Al morir en 1162, el arzobispo de Canterbury, Enrique, decidido a imponerse sobre la Iglesia, designó a Tomás Becket para reemplazarlo; pero, tan pronto fue investido, se operó en él un gran cambio: renunció a todos los placeres que el dinero y sus funciones le habían procurado; se convirtió en un hombre austero, llevando una vida muy sencilla, entre las plegarias y la administración de su diócesis. Se convirtió en acérrimo defensor de los derechos de la Iglesia, oponiéndose a cualquier injerencia del soberano en los asuntos del clero. Enrique exigía que los tribunales eclesiásticos, hasta entonces, los únicos habilitados para juzgar los actos de los clérigos, compartiesen esta prerrogativa con los tribunales reales, que podrían juzgar en segunda instancia a los clérigos por estos mismos actos.
    Tomás rehusó categóricamente esta posibilidad, y Enrique, pasando por encima de esta negativa, publicó el 30 de enero de 1164, los célebres estatutos de Clarendon, que aseguraban la intervención del rey sobre el clero. Ante esto, Becket pensó en doblegarse, pero fue tal la violencia con que el Papado condenó tal actitud que, huyó de Londres y se refugió en la Corte de Luis VII; desde donde marchó a Roma, donde el papa Alejandro lo desligó de sus compromisos y le permitió retirarse al monasterio francés de Pontigny, donde vivió durante seis años. En 1170, Enrique II, enfermo, le propuso entrevistarse. Dicha entrevista tuvo lugar en una playa de la Mancha, donde los dos viejos amigos se encontraron. Enrique propuso a Tomás que, de nuevo, se hiciera cargo de sus funciones de primado de la Iglesia de Inglaterra, y éste, aceptó. Pero la reconciliación fue breve, porque se enfrentaban, de un lado, el sentimiento del deber y del honor en Becket, y, del otro, el de la autoridad absoluta en Enrique. Cuando el rey se convenció de que Becket no transigiría sobre los privilegios de la Iglesia más de lo que había transigido seis años antes, fue presa de una cólera sorda y pensó en desembarazarse de su arzobispo.
    El 29 de diciembre de 1170, cuatro de sus barones irrumpieron en la catedral de Canterbury, donde Tomás Becket celebraba un oficio, y lo asesinaron al pie del altar. La indignación en Inglaterra fue tal, que Enrique se vio obligado, dos años más tarde, a hacer penitencia en la tumba de su viejo amigo, haciéndose azotar por los monjes. Sin embargo, aún teniendo que renunciar al artículo 8 de Clarendon, consiguió que los restantes quedaran en vigor. La autoridad del rey se había impuesto, y seguía siendo el dueño del clero.
    El final de su reinado, en 1189, fue trágico, a consecuencia de la muerte de sus dos hijos mayores y de la rebelión del tercero, Ricardo Corazón de León, instigado por el rey de Francia, Felipe Augusto. Enrique II, viejo, cansado y abandonado por todos, tuvo que reconocer que era vasallo de Francia y aceptar cumplir sus obligaciones como tal. Pero su sucesor, Ricardo Corazón de León, no respetaría los compromisos de su padre.

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