Prostituta, alcahueta, corruptora de menores, pederasta, bruja y asesina. A Enriqueta Martí se la culpa de todo tipo de crímenes. Su figura se ha convertido en el monstruo de Barcelona, el mal absoluto encarnado en una mujer pobre de principios del siglo XX. Pero la versión popular de esta leyenda negra está plagada de invenciones y falsedades.
Joan ColomLo primero que debo aclarar al lector, es que la figura de Enriqueta Martí está exageradamente rodeada de mitos y leyendas. Pruebas, lo que se dice pruebas, hubo bien pocas. Eso sí, rumores y prensa sacando tajada, abundaron. Sensacionalismo en estado puro. Incluso hoy en día, su historia sigue inspirando novelas, obras de teatro y series de televisión. Y en internet… se pueden encontrar todo tipo de historias aterradoras y morbosas sobre La vampira del Raval.
El Raval
Durante el Carnaval de 1912, el rostro de Teresita Guitart estaba grabado en la memoria de los barceloneses. Hacía días que la foto de la niña desaparecida se publicaba en periódicos obreros y anarquistas que abrían y cerraban según órdenes del gobernador civil, José Millán-Astray. Teresita tenía 5 años, era hija de dos inmigrantes de Figueres y, como muchos obreros y niños que se esfumaban misteriosamente.
En ese barrio maldito, las obreras mendigaban porque las dos pesetas que ganaban en la fábrica no les alcanzaban para alimentar a la prole. Mujeres con rostros desnutridos deambulaban con un pañuelo en la cabeza buscando comida en conventos o casas de socorro. Malvivían en pisos minúsculos junto a otras familias que habían llegado a Barcelona buscando el esplendor de la que se conocía como La Perla del Mediterráneo, y se topaban con La Ciudad de la Muerte. La esperanza de vida era de 41 años y el 17% de los recién nacidos morían antes de cumplir un año.
Era esa una Barcelona miserable y enferma, en la que muchos pobres ocultaban el nacimiento de sus hijos varones porque sabían que si sobrevivían al tifus, la tuberculosis o la podredumbre del barrio acabarían en las filas del Ejército de su majestad de turno y morirían en Marruecos.
Ahora el Raval son los bajos fondos de Barcelona. En 1912, eran los bajos fondos de Europa. Poco antes de la detención de Enriqueta Martí, la policía había clausurado un burdel donde prostituían a menores. Violar a un niño o a una niña costaba 50 pesetas. Un obrero cobraba 4 pesetas al día. Se detuvo a la dueña, pero no se persiguió a los clientes.
La ciudad era un laboratorio del obrerismo, circulaban anarquistas, espiritistas como Gertrudis López de Avellaneda, feministas, higienistas, humanistas y esperantistas. El barrio empezaba a conocerse como el Barrio Chino. Llegaban hombres de toda Europa buscando juego, cabareteras, lupanares. Desde Barcelona, se exportaban postales picantes o películas porno a Europa y América.
Igual que ahora hay dos Ravales, en 1912 también había dos distritos: aquel donde se asomaba la burguesía y el de la trágica miseria que era el día a día de los pobres. En 1912, la Barcelona burguesa y bohemia bajaba a la Rambla en tranvía eléctrico y hacía excursiones para husmear en la miseria tras hacer compras en los flamantes almacenes El Siglo. Por las noches, se divertían en los teatros y las salas de baile como El Edén Concert (Nou de la Rambla), la sede del libertinaje de esa Barcelona pecaminosa.
Enriqueta supo circular durante años entre ricos y pobres, y eso la convirtió en sospechosa de unos y otros. Sabía buscar en el zoco de vendedores en el cruce de las calles del Arc del Teatre y Migdia, donde se vendían paquetes de cigarrillos hechos con colillas y pedía comida en todas las instituciones benéficas de la ciudad. Se la veía bien vestida en el lujoso Gran Casino de L’Arrabassada.
Enriqueta era considerada una profesional de la mendicidad, no en vano se la conocía en todos los centros y rectorías donde se repartían limosnas. Durante el día se la veía desastrosa, nauseabunda como una mendiga de la peor especie. Sin embargo, por las tardes iba vestida con plumas en el sombrero y trajes de seda que le confeccionaban a medida varias modistas.
El secuestro que desató el caos
Nos situamos a principios del siglo XX, en la Ciudad Condal, donde un reguero de niños desaparecidos tiñe de gris la prensa de la época. Hay que añadir la desigualdad social: unos eran insultantemente ricos y otros, tan pobres que se morían de hambre. Todo ello, envuelto de un clasismo muy cínico y de una misoginia brutal. Y, como no decirlo, de un analfabetismo desolador.
Pues bien, éste es el contexto donde hemos de situar a Enriqueta Martí, que fue detenida por el secuestro de la niña Teresita Guitart, sin saber aún la que se le venía encima. En sus carnes sufrió todo tipo de acusaciones: bruja, sacamantecas, vampira, curandera, proxeneta, prostituta, secuestradora y asesina de niños… Era el mal personificado. Se convirtió en la asesina en serie catalana, en el ‘Jack El destripador’ a la española, ni más ni menos…
Efectivamente, Enriqueta Martí secuestró a una niña. Y esto provocó que se abriese la caja de Pandora. Muchos menores habían desaparecido en los últimos tiempos, y la presión social era muy fuerte: necesitaban un culpable. Y con la detención de Enriqueta Martí ya tenían a la acusada perfecta para que cargase con todas las desapariciones. Era mujer y muy pobre. El chivo expiatorio perfecto que nadie echaría en falta, y no podría contar con una defensa decente. Así, comenzó a fraguarse la atroz leyenda de Enriqueta Martí que acabó siendo sospechosa del asesinato de más de una docena de niños. Aunque lo cierto es que solo fue acusada del secuestro de una niña.
El 27 de febrero de 1912, el comisario Ribot rescataba a Teresita Guitart en casa de Enriqueta Martí, en la calle de Ponent, 29 (hoy Joaquín Costa). Los periódicos de la época la describen como una mujer misteriosa que vivía sola. Estaba separada de un pintor lerrouxista y naturista, tenía un amante rico y no se le conocía oficio ni beneficio. Se lee en las crónicas que la mujer había retenido a la criatura y la había rapado. Fue una vecina, Claudina Elías, que la denunció pues sospechaba que había algo raro en ella.
En casa de Enriqueta se encontraba otra niña: Angelita. Cuando la detuvieron, Enriqueta sostuvo siempre que a Teresita la había encontrado perdida por el barrio y que Angelita era hija de su cuñada, nacida fuera del matrimonio. Nunca la escucharon. Desde todos los rincones de España llegaron madres y padres pobres con la esperanza de que Angelita fuera su hija robada años o meses antes. La prensa hizo campañas para pagar los viajes. Ningún matrimonio pudo demostrar que Angelita fuera su hija.
Enriqueta se quejaba amargamente de que nadie pudiera entender que el dolor por la pérdida de su hijo la llevara a buscar la compañía de niños pequeños. Esa era su versión de los hechos, contrapuesta a la de los médicos, que certificaron que jamás había estado embarazada.
El día que arrestaron a Enriqueta Martí, la policía sacó ropas ensangrentadas y huesos de su piso. Empezó la caza de brujas y una leyenda que ha sobrevivido un siglo. De ella se ha escrito que chupaba la sangre de los niños para elaborar pócimas milagrosas que luego vendía a los burgueses para que se curaran de sífilis o hemofilia. Se dijo también que comerciaba con vírgenes que servían a burgueses para curar enfermedades venéreas. Ella sería la mala mujer, la vampira, la bruja. El juicio se alargó hasta ocho meses y el caso se cerró cuando Enriqueta Martí Ripoll murió de cáncer de útero el 12 de Mayo de 1913 en la cárcel de mujeres, según acredita el acta de fallecimiento.
Teresita GuitartLa creación del monstruo
La bestia humana. La hiena. La secuestradora de niños del Raval. La Mala Dona. Con la detención de Enriqueta Martí por el secuestro de la niña Teresa Guitart, el único delito probado que cometió, empieza la construcción de una mentira en la que tienen tanta responsabilidad los funcionarios policiales y judiciales como la prensa de la época que crea el mito de La Vampira de Barcelona.
El hallazgo de ropas ensangrentadas y huesos, que después se probó que eran de origen animal, en la casa donde se encuentra a una niña desaparecida, disparan los rumores y las sospechas de la policía para dar carnaza a una prensa que exageró los hechos y distorsionó la realidad. Se pasó de los indicios de criminalidad a una lista de delitos sangrientos cuya veracidad no se pudo demostrar nunca, pero que vinieron alimentado las fantasías de la imaginación popular durante décadas.
En las acusaciones de hechicería, los rumores y las habladurías juegan un papel fundamental. Pero tan importante en el proceso de demonización, resulta la colaboración de un periodismo afanado en reflejar la depravación de la que era responsable una sola persona. Una prensa ávida de sangre para vender más periódicos, que todavía describe a la presunta secuestradora como “una de las personalidades criminales más feroces de la historia negra de España”, según un reportaje publicado en El País que reproduce todas las invenciones del caso.
Enriqueta Martí, la culpable perfecta
En el libro Desmontando el caso de la Vampira del Raval, la escritora Elsa Plaza investiga en archivos, hemerotecas y bibliotecas para desenterrar la verdad sobre el caso de Enriqueta Martí, una historia de clasismo y misoginia en la Barcelona modernista del pasado siglo. Una narración en la que la realidad emerge frente a la leyenda urbana que se ha impuesto como la versión oficial del caso.
Además es un relato documentado profusamente sobre la explotación laboral y sexual de las clases más pobres de la ciudad, con el Raval como un barrio que era «una colmena sucia en la que la miseria no se podía esconder” y donde tantos barceloneses se veían abocados a la precariedad y la mendicidad por la falta de oportunidades.
En su libro, Elsa Plaza documenta las numerosas denuncias sobre explotación laboral, comercial y sexual a las que eran sometidos los menores y las mujeres. En ese contexto, Enriqueta Martí aparece como el chivo expiatorio al que cargar la desaparición y la trata de menores en la época mientras se ocultaba, por ejemplo, la sustracción de niños enviados a Francia para ser explotados en fábricas de cristal.
Enriqueta Martí secuestraba y mataba a niños para elaborar pócimas secretas que vendía a los ricos. Se imponen las fantasías de una moral burguesa que construye la mentira perfecta con la que ocultar la miseria y la explotación de las clases populares. Todos los prejuicios patriarcales y misóginos de la época caen sobre ella. Nada mejor para aquella sociedad que culpar a una bruja maléfica de las desapariciones, raptos y maltratos sufridos por niños.
Fuentes: CulturaAcción // El Periódico // Criminalia // ABC