¿Por qué no fumar cigarros cuando los días son demasiados mundanos y ya nada sanos? Fumar un cigarrillo, ¿es una acción o una forma de actuar contra el ritmo acelerado de la vida?
Sí, los consumidores menos conscientes hacemos cada vez más ricos a las grandes tabacaleras, como Marlboro y Camel. Sin embargo, tampoco a los conscientes les importa nada aquello, ya tienen sus preferidos y no dejaran de comprar su cajetilla roja cuando lo necesitan.
Cualquier momento puede ser el único y el ultimo, ¿por qué no pasarlo rodeado por los humos placenteros de la recesión? Consumimos cuando el frio o las preocupaciones son demasiado persistentes. Nos liberamos, al exhalar el humo, de las palabras erróneas que dijimos o recordamos acompañados la vorágine de las tragedias. No solo miramos el paisaje conocido. No solo esperamos a que algo nos atrape o libere. Simplemente sacamos decididamente un cigarrillo, lo encendemos en un fuego artificial que nos hipnotiza por un momento, calamos e inhalamos fuerte el primer humo, para que no se apague o por desesperación, y disfrutamos los amargos sabores de la nicotina.
La publicidad física no miente (porque ya no puede. Las épocas en las que incluso los médicos aprobaban como algo sano fumar ya pasaron. Ahora el atrevido fumador es aislado, se le obliga a permanecer en la intemperie o es juzgado por hacer con su cuerpo lo que quiere y no debe. La actualidad, que es más permisiva y frágil, es menos respetuosa. Esto también va para los fumadores que por irrespetuosos provocaron todo esto), pero los gobiernos les exigen que en sus empaques le recuerden a sus consumidores que es veneno lo que venden; imágenes desagradables de las consecuencias del derecho de los consumidores a excederse, aparecen innecesariamente como molestas posibilidades no desconocidas. Creo que la mayoría de los fumadores están conscientes del riego que implica fumar, igual que saben de los peligros mortales a los que se exponen al caminar por la calle o respirar el aire de las ciudades.
¡Aceptar las consecuencias de nuestros vicios es la primera regla que aprendemos los hedonistas!
Todas estas prácticas no han disminuido el consumo. La gente busca con gusto las consecuencias, porque vendrán por él dentro de muchos años, mientras que los horrores modernos ya están detrás de ellos. ¿Qué importan los daños sí no estamos seguros de cuantos días nos quedan por vivir?
Volviendo a la poesía. El humo es señal de liberación momentánea. Cuando su calor invade nuestra garganta y pulmones, y sus químicos llegan a las cúpulas nerviosas de nuestro cerebro, la realidad pierde su rigor. La levedad de la tranquilidad nos invita a deslizarnos por nuestro espacio, antes rígido y angustioso. Podemos comunicarnos con mayor confianza; nos estimula un placer amargo pero vaporoso. El vicio no es demasiado caro (algunos preferimos los baratos pero fuertes cilindros de Chesterfield, y antes consumimos los Delicados que les precedieron. Para muchos, los segundos eran desperdicio, y, sin embargo, eran menos dañinos que los más caros y comerciales, y estaban envueltos en papel de arroz). Entonces nos podemos permitir el disfrute momentáneo, o decidir morir de algo, lenta y placenteramente. No todos piensan así, pero ante el juicio ajeno, son estos los argumentos más usados para que nos dejen en paz.
Hablar de fumar es buscar y encontrar que esto lo ha hecho el hombre desde tiempos antiguos. El humo servía para purificar los cuerpos y llegar al alma de los hombres. El tabaco sensibilizaba los sentidos y permitía que las invocaciones fluyeran con elocuencia. Para muchas culturas, el humo servía como intermediario para que los enemigos llegaran a acuerdos.
Actualmente, invitar un cigarrillo facilita la interacción entre las personas e incentiva la comunicación de ideas y coincidencias. El fumador puede exhibirse más sensual, más interesante o menos accesible: nuestro breve momento es más visible para los desconocidos. También buscamos la soledad en un cigarrillo, o la paz de un momento de alivio, incluso la catarsis menos frecuente.
Corremos el peligro de volvernos adictos al cigarro como lo podemos hacer del trabajo, del dolor, de la miseria, o de cualquier dogma o persona, todas más perniciosas y desgastantes que cualquier enfermedad aceptada. Al menos, cuando fumamos nos sentimos mejor; un efímero alivio nos invade cuando sostenemos a nuestro amigo blanco entre los labios, confiados de que podemos regresar a él, y cuando se consume y solo queda el filtro o nada, no debemos preocuparnos, esto si aquel no era el único que guardábamos en las bolsas de nuestras ropas. Si realizamos la correcta inversión de comprar una cajetilla, regresamos a ella cada vez que la necesidad (o la adicción) nos invite al placer.
Fumamos porque podemos, y debemos disfrutar de nuestros habitos, aquellos que no nos delegaron las obligaciones institucionales.
¿Qué otra cosa es mejor que tomar café y fumar cigarrillos? Admito que no es un “desayuno de campeones”, pero como postre es sofisticadamente completivo.
No queda más que buscar el encendedor, y con todo el estilo y mucha fuerza de decisión, prendernos un TABACO y disfrutarlo con vehemencia, para sobre llevar cualquier cosa. Inhalar y exhalar hasta que la muerte nos invite el último cilindro, tan terrible y maravilloso, como inevitable para todos los seres humanos.
Escrito por José Ávila.