Revista Opinión

Ensayo sobre la lucidez (José Saramago)

Publicado el 02 septiembre 2011 por Miguelmerino

Nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis.Montaigne 

Este artículo debería tener el formato de diálogo de: “Conversando una botella”, que es el formato que he elegido para hablar de alguno de los libros que leo últimamente. Pero por diferentes motivos, que no viene a cuento detallar ahora, prefiero hacerlo de otra, de esta manera. 

Antes que nada, voy a hacer un ejercicio de autoflagelación y empezaré diciendo que sobre estúpido, en muchas ocasiones, demasiadas, soy un pedante de tomo y lomo. Aunque probablemente, la pedantería no sea más que un síntoma, significativo y cualificado, de la estupidez. Digo esto porque durante mucho tiempo, con el único argumento de algunas críticas leídas, y una ojeada por encima, muy por encima, al libro de Saramago: “Ensayo sobre la lucidez”, cada vez que me han hablado del mismo, casi, o mejor sin casi, lo he tachado de obra menor e innecesaria (¿cabe mayor pedantería?) del premio Nobel portugués, por el sólo hecho de utilizar la misma fórmula y algunos de los mismos personajes del “Ensayo sobre la ceguera”. Afortunadamente, mis oportunidades de hablar de literatura están bastante limitadas y por tanto, no han sido muchas las ocasiones en que he caído en este flagrante, y pedante, ridículo. La confesión, con su penitencia, queda aquí escrita para que sirva al menos de mal ejemplo.

El libro, una vez que lo he leído, lo digo ya, según mi opinión (que ha quedado demostrado que no es una opinión cualificada, pero al menos ahora sí que más documentada), es muy bueno. Seguir el formato del “Ensayo sobre la ceguera”, no sólo es coherente, sino que es imprescindible para contar esta historia, que sin ser claramente consecuencia de aquella, está conectada, tanto en sus hechos como en sus personajes. No es inocente que los personajes no tengan nombres propios y sea, o bien su cargo o profesión, o como en el “Ensayo sobre la ceguera”, su ordinal como ciego, o alguna peculiaridad física, quien sirva de identificador, de esta manera, un nombre común y las cualidades y defectos que le son inherentes, se convierten en nombre propio. Cada personaje actúa y reacciona de una determinada manera que va manando de forma natural, incluso las salidas de su cauce de algún personaje, fluyen natural con el relato de los acontecimientos. Lo previsible parece sorprendente y lo sorprendente resulta previsible y todo te va llevando a un final, previsible por sorprendente. Y hasta aquí puedo leer, pues aconsejo vivamente que hagáis vuestra propia lectura, sobre todo ahora que la gente anda políticamente indignada y sin saber muy bien que hacer en las próximas elecciones.

 A lo mejor no es un mal ensayo de lucidez convertirse en un blanquero.


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