“Imposible” concluyó el gran Walter Bonatti. 800 metros de granito vertical por cualquiera de sus vertientes azotadas permanentemente por la impredecible climatología patagónica. “Cerro Torre Jamás será escalada”.
Apenas había sido divisada por primera vez por el científico y explorador Perito Moreno cuando los pioneros del alpinismo, Jaques Balmat y el doctor Michel Gabriel Paccard, conquistaban otro imposible: el Mont Blanc. Los 3050 inalcanzables metros de Cerro Torre pronto corrieron de boca en boca, atrayendo a los mejores con el objetivo de desafiar sus propios límites, atraídos como un imán a sus orígenes, la naturaleza, y la expresión más radical de esta, las montañas.
Por aquel entonces la pelea por lo imposible se desarrollaba al mismo tiempo en el resto de grandes paredes patagónicas. El Fitz Roy (o Chalten) caería tras mucho esfuerzo en el 52 a manos de Lionel Terray y Guido Magnome, y entre el 58 y el 63 cada una de las torres del Paine. Pero incluso estas quedaban empequeñecidas por “las formidables paredes de granito talladas verticalmente sobre el glaciar” de Cerro Torre que representaban de forma extraordinaria el ideal de lo imposible. El propio Terray afirmaba: “Por fin existe un cerro por el cual vale la pena arriesgar la vida”.
Entre aquellos hombres que decidieron poner en riesgo su vida por la conquista de un inútil se encontraba el italiano Cesare Maestri, “la araña de los Dolomitas”. En una primera expedición en el 57 había tenido que abandonar. El jefe de expedición determinó: “imposible de escalar”. Pero para Cesare aquella montaña se volvió en una obsesión. Y en lugar de darse por vencido imaginó que era posible, los límites tan solo estaban en su mente.
Junto con Toni Egger, un escalador austriaco experimentando en paredes de hielo, regresó en el 59 para desafiar a la montaña imposible. Tras un épico ascenso sobrevino un descenso infernal con rapeles de fortunas y un vivac en mitad de una ventisca patagónica donde “sus vidas no valían nada” luchando contra sus dudas, miedos y dolores. Egger no sobrevivió al infierno y una avalancha lo arrancó de la roca hacia al vacío y junto a él la cámara de fotos y cualquier prueba fehaciente de la épica hazaña que acababan de cometer. Tan solo quedaron la incredulidad, la sospecha y la polémica. (*)
La discutida y dolorosa conquista del último imposible demostraba una vez más que nuestros límites están mucho más alejados de lo que en un principio podríamos pensar y que es nuestra mente y no el cuerpo la que autoimpone nuestras fronteras. (Podemos andar durante horas por un camino ameno y entretenidos con una buena conversación y morir de cansancio en un trayecto de similares características tedioso y solitario). Y es que al ponerse delante de alguna de estas moles patagónicas uno no puede dejar de pensar en lo insignificantes de nuestros retos, sean de la naturaleza que sean, en comparación con otras gestas, de hecho lo son; insignificantes e inútiles. Pero comprender, gracias a personas como Maestri, que los límites tan solo los marca nuestra mente, es un descubrimiento, que bien administrado, puede resultar de gran utilidad.
"Solo aquellos que se arriesgan a ir muy lejos pueden llegar a saber lo lejos que pueden llegar a ir".
Talín(*) Durante los siguientes 11 años continuaron los intentos por domar la montaña sin éxito, hasta que en el 70, de nuevo Cesare, herido en el orgullo decidió volver para demostrar que él estaba en lo cierto. Atacó la montaña por una nueva ruta, por la cara sudeste en la que se abrió paso gracias a un polémico compresor de gas de mas de 200 kg con el que equipó 350 metros de roca con clavos de expansión para abrirse paso hasta la cima. Maestri llegó al final de la zona rocosa donde abandonó el compresor, pero decidió no escalar el champiñón de hielo de 100 m que corona la montaña al considerarlo efímero, algo que es considerado por todas las expediciones actuales como la cumbre real. El primer ascenso no disputado fue el realizado por Casimiro Ferrari, Daniele Chiappa, Mario Conti y Pino Negri en 1974. La ruta que Maestri siguió es hoy conocida como la ruta del compresor que fue escalada por vez primera en libre (sin la ayuda de los bolts instalados por Meastri que hacia poco habian sido arrancados) el 21 de enero de 2012 por David Lama y Peter Ortner, algo que hasta entonces la mayoría consideraba utópico.
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