Revista Viajes

Ensayo sobre lo inmenso

Por Noeargar
Kathmandu, Nepal. 7 de agosto 2011Ensayo sobre lo inmenso
Adentrarse en los valles que rodean los Annapurnas es como entrar en otro mundo dentro de este, donde el tiempo parece que lleve siglos detenido. Impresionantes paisajes y ancestrales pueblos convierten lo monumental en diminuto y lo fundamental en ridículo.

Un colosal mundo, la puerta de entrada a valles y pueblos aún más remotos, donde los ríos horadan los valles con extraordinaria fuerza moldeando con infinita paciencia las enormes montañas que lentamente van cediendo ante la energía del rio. Donde los pequeños desprendimientos, capaces de aplastar a una persona como si se tratase de una hormiga, sucumben ante las poderosas aguas y el ingenio del hombre queda impotente ante una naturaleza indomable. Un mundo sin carreteras donde la distancia se mide en días y lo más parecido a un hospital queda a varias jornadas de marcha. Donde el tiempo es relativo y la velocidad, un capricho. Penetrar en los Annapurnas es adentrarse en un mundo de cifras colosales. Con 7629 km2 el área de conservación del Annapurna, el área protegida más extensa de Nepal, engloba el macizo montañoso de 55 km de longitud que alcanza su cota más alta a 8091 metros de altura. Una zona de gran biodiversidad donde es posible encontrar el lago Tilicho, uno de los más altos del mundo a 4959 metros y la garganta del rio Gandaki, con 4375 metros, una de las más profundas de la Tierra. Cifras que te hacen sentir microscópico y que tan solo representan una mínima extensión de la inmensa cordillera del Himalaya.Para rodear los Annapurnas es necesario recorrer unos 200 kilómetros desde una húmeda selva tropical, pasando entornos alpinos hasta superar el desértico paso de Thorong a 5416 metros sobre el nivel del mar. Un paso más alto que cualquier montaña de la Europa occidental. Un juego de niños en comparación a la gesta que en 1950 realizaron Maurice Herzog y Louis Lachenal a pocos metros de allí, siendo los primeros en conquistar un 8000, o las impresionantes historias de superación de otros grandes alpinistas como Reinhold Messner, Kurt Diemberger o Jerzy Kukuczka. 5416 metros que quedan ridiculizados ante las inmensas montañas que las nubes que trae el monzón apenas dejan contemplar. Las mismas nubes que nos dan un breve respiro y nos permiten contemplar el inmenso cielo estrellado donde es posible encontrar tantas estrellas como todos los granos de arena que conforman las playas de la Tierra, un pequeño planeta entre billones y billones. Bajo toda esta inmensidad, a los pies de los grandiosas montañas habitan distintos pueblos de origen tibetano e indoeuropeo, muchos de ellos, especialmente donde el avance de las carreteras no ha podido llegar, viven con prácticamente nada, que en muchos casos es más de lo que necesitan; donde lo diminuto es monumental y lo ridículo, fundamental. Sencillas existencias que parecen insignificantes en comparación con nuestras complicadas vidas, imprescindibles trabajos e inmensos problemas.
“El objetivo más alto que puede fijarse el ser humano no es la búsqueda de una quimera, como puede ser la aniquilación de lo desconocido; es sencillamente el incesante empeño por alejar sus límites un poco más de nuestro pequeño ámbito de acción” Huxley



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