“Vasta como el mundo, inmensa, alta e increíblemente blanca bajo el sol, era la cumbre cuadrada del Kilimanjaro” Hemingway
¿Qué sentido tiene subir una montaña como el Kilimanjaro? ¿O cualquier otra? Qué utilidad tiene llevar el cuerpo el límite. Mal dormir varios días en tiendas de campaña. Forzar los músculos o sufrir la falta de oxígeno a cada paso. Por la noche el frio congela tus pies y convierte en sólido el agua. Por el día el sol quema sin piedad cualquier trozo de piel que dejes al descubierto y el viento en todo momento es capaz de congelarte las manos en segundos. ¿Qué sentido tiene intentar avanzar por un mundo que es hostil a cualquier forma de vida para llegar a la cima donde con suerte podrás permanecer unos pocos minutos, los justos para retratar tu osadía y poder compartir lo insignificante e inútil de tu gesta? ¿No sería más sencillo poder contemplarlo desde la comodidad de tu sofá, donde poder registrar todos los detalles sin ningún sufrimiento? Subir una montaña es sin duda un acto irracional y además no da dinero, que como es sabido, rige toda utilidad en este mundo.
¿Por qué? “Porque está ahí”, respondía Mallory ante la pregunta de los periodistas antes de partir hacia la cumbre del Everest, dejando tras de sí, la eterna duda de si fue capaz de alcanzar por primera vez su cima. No es una pregunta fácil de responder, algunos suben para explorar sus límites, otros por coleccionismos, muchos por simple diversión e incluso los hay que por motivos más elevados. Da igual que se haya convertido en un negocio, y que sea lo más parecido a una romería. Al subir una montaña nos damos cuenta de nuestra débil e insignificante naturaleza. No se trata de la cima, ésta es tan solo una excusa. Se trata de contemplar la imponente vía láctea a más de 5000 metros. Es despertarse sobre un mar de nubes donde se refleja la imponente silueta de la montaña. Es el rojo atardecer sobre el monte Meru. Es el reflejo de los glaciares del kibo con la luna llena. Es toda la gente que conoces. Es el momento en que te metes en el saco de dormir después de una larga jornada. Es la sopa caliente que te hace sentirte vivo de nuevo. Es la ducha al regresar. Son todas esas pequeñas cosas que ahora, de nuevo, adquieren valor. Se puede intentar explicar con palabras, se pueden enseñar bonitas fotografías, pero no servirá de nada. Es inútil.“¿Por qué hacéis esto? Hay gente que no entiende que abandonemos nuestro confort, seguridad y dinero, para venir a hacer algo tan inútil como escalar una montaña. La verdad es que aunque pudiera dar una respuesta medio coherente, ellos nunca lo entenderían. Solo sé que no estamos locos, y que allá arriba es la vida precisamente lo que buscamos”Iñaki Ochoa de Olza. Himalayista